En un amistoso debate académico-politico con el profesor Javier Bravo, de la Universidad de Guanajuato, México, dicho docente sostuvo que “el socialismo como teoría es la continuación de la revolución francesa y las hijas de ésta, que buscaban alcanzar los ideales supremos de libertad, igualdad y fraternidad…”
Pensando en que este criterio pudiese estar tal vez extendido entre algunos sectores universitarios, he querido exponer mi punta de vista al respecto, al margen dicha polémica, mas bien como un artículo de reflexión histórica.
No fueron precursores
Ciertamente, a primera vista podrَía parecer que los ideales de la Revolución Francesa fueron precursores del socialismo. Pero no solo no lo fueron, sino que no podían serlo en una revolución eminentemente pequeño-burguesa.
Los fundadores de la izquierda que conocemos hoy a nivel mundial fueron los jacobinos, los revolucionarios franceses más radicales, que en la Asamblea Nacional Francesa durante la revolución iniciada en 1789 se sentaban a la izquierda del salón. Adoptaron ese nombre en homenaje a su “padre ideológico”, Juan Jacobo Rousseau, quien si bien propugnaba métodos violentos no tenía un pelo de socialista.
A la derecha del salón se sentaban los revolucionarios moderados y los más conservadores, que incluían a la clase media burguesa, y los delegados desprendidos de los jacobinos (el club de los Feuillants), y cuyos principales líderes procedían de la región francesa de la Gironda, por lo que les llamaban girondinos. Representaban los intereses burgueses de las provincias más desarrolladas y eran defensores a ultranza del libre mercado. Estaban en la onda del “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar), consigna lanzada unos 40 años antes por el economista y cirujano Francois Quesnay, padre de los fisiócratas franceses. Es decir, los girondinos propugnaban que el Estado no metiera sus narices donde no debía (como hacía la monarquía francesa) y proponían un estado de tipo federal, descentralizado.
En el medio, o sea, en el centro de la gran sala de la asamblea se sentaban los revolucionarios independientes, denominados “La Llanura”. Algunos de estos delegados “del centro” tenían posiciones que oscilaban hacia uno u otro bando extremo (fueron precursors así del “centro-izquierda”, “centro” y “centro-derecha”), pero la mayoría de ellos se mantenía independiente. Eran como un sandwich al que apretaban por igual jacobinos y girondinos.
Un estado central fuerte
Volviendo a la izquierda jacobina, su líder, Maximilien Robespierre, expresaba las aspiraciones y el pensamiento político de la pequeña burguesía revolucionaria, que debido a las trabas y limitaciones que les imponía la monarquía absolutista no podía progresar.
Esa izquierda radical y violenta luchaba por una “república social” con un estado central fuerte que controlara los precios y frenara la especulación y la inflación. En fin, aspiraba a una economía de libre mercado con ciertos límites regulatorios, que a la postre hay que verla como lo más parecido a la intervención del Estado en la economía que luego en el siglo XX propugnaría el economista británico “burgués” John Maynard Keynes.
Nunca propugnaron confiscar los negocios privados como luego proponían por igual anarquistas y marxistas.
Si bien los asambleistas jacobinos llevaron adelante algunas de las reinvidicaciones de los “sans culottes”, es decir las clases bajas, y perseguían y enviaban a la guillotina a sus opositores políticos, jamás cuestionaron la propiedad privada capitalista. Y no la cuestionaron porque ellos mismos –en su gran mayoría–, eran propietarios de pequeños negocios, comerciantes, o artesanos, etc. Es decir, que el ala más radical y “comecandela” de la Revolución Francesa creía en el libre mercado, la libre empresa y la libre competencia capitalista.
De manera que aquella izquierda fundacional era violenta y arbitraria, e hizo rodar por el suelo las cabezas de 40,000 franceses, la mayoría injustamente, pero no fue precursora del marxismo y el socialismo. Y aquí recuerdo que es un error confundir a los llamados “socialistas” socialdemócratas de hoy, con los militantes que postulan el socialismo científico, el marxista-leninista, pues la socialdemocracia no cuestiona la propiedad privada capitalista y sí cree en el libre mercado.
Los primeros socialdemócratas
Por eso, yo me atrevo a afirmar que los jacobinos fueron, a su manera caótica y primitiva, los primeros socialdemócratas de la historia, unos 80 años antes de que se fundara el primer partido así llamado, el POSDA lasalleano, en 1869.
En cuanto a la consigna tan célebre de libertad, igualdad y fraternidad , esta sonaba muy bien y era el sumum de la justicia social. Pero lo cierto es que era solo una frase que podríamos denominar superestrucural, no estructural.
Lo que quiero decir es que esa libertad, igualdad y fraternidad no estaba dirigida a expropiar a los burgueses y pequeños burgueses para repartir lo producido entre “todos”, como plantearían luego marxistas y anarquistas.
La famosa consigna que definía por sí misma el objetivo de la revolución se refería únicamente al Estado, la política, las leyes, la ideología, la moral, la religión, las relaciones humanas, etc, pero no a la economía, la base material o “estructura de toda sociedad”, como sabiamente la definió Marx.
Esa base material o estructura del tejido social es la que determina y condiciona el tipo de superstrucura que tendrá encima dicha base, incluidas las relaciones de producción, el orden social, la seguridad, y en general las relaciones entre los seres humanos.
Dicho en palabras de Marx, que la economía –lo tangible o material– es la que hace posible que haya una superestructura (Estado, leyes, moral, ideología…) y no al revés como siempre creyeron los socialistas utópicos, y como siguen creyendo hoy muchos en todo el mundo.
En síntesis, la Revolución Francesa (que luego fue hecha añicos con el período napoleónico y desapareció con el regreso de los Borbones al poder) fue una revolución burguesa que no modificó la estructura de la propiedad de la tierra y lo que hizo fue reforzar la pequeña y mediana propiedades, tanto en el campo como sobre todo en las ciudades.
Además, la Revolución Francesa no pudo ser precursora de los posteriores ideales del socialismo marxista porque sencillamente no era aún el tiempo para ello. En 1789 en Inglaterra se hacían sentir poco a poco los albores de la revolución industrial, a raíz de la invención de la máquina de vapor. Pero Francia, si bien tenía ya fábricas metalúrgicas y de hulla y fundiciones, no contaba con una clase obrera propiamente hablando, y mucho menos organizada en uniones y sindicatos combativos.
No fue hasta mediados del siguiente siglo que ya Europa en general contó con un proletariado considerable, obviamente receptivo a toda doctrina política o ideológica que les prometiera un “futuro luminoso” si se enfrentaba y expropiaba a los “explotadores burgueses”. Ese futuro paradisíaco fue el que prometió Marx, y luego en el siglo XX lo hicieron Lenin, Mao, Ho Chi Mihn, Pol Pot y Fidel Castro.
Un ejemplo de ausencia de ideales socialistas, e incluso de menosprecio por las clases desposeídas en la Francia revolucionaria lo dio nada menos que Georges Danton, uno de los principales líderes jacobinos, cuando en una sesión del “Club de los Jacobinos” en París afirmó que los ciudadanos de las clases más bajas eran “malos sujetos, muy peligrosos para la tranquilidad pública”, luego de enterarse de que miles de campesinos y “sans culotte” estaban incendiando propiedades en el campo y en algunas villas del interior de la nación.