Es desafortunado. Que sinsabor tan grande tener que escribir nuevamente sobre un tiroteo de esos que ocurren “al azar”. Perpetrados por alguna persona que padece de desequilibrio mental, o depresión, o ansiedad, o bien frustración o algo más…
El arma que usó Iván López, el hombre que mató a tiros a dos personas e hirió 16 en la base militar de Fort Hood, Texas, antes de quitarse la vida, la compró en el mismo comercio donde también lo hizo el mayor de la armada y psiquiatra Nidal Malik Hassan en el año 2009 cuando dejó sin vida a 13 personas.
La última columna en la que escribí referente al tema del control de armas en Estados Unidos se titulaba ¿Esperando el próximo tiroteo? Y fue hace seis meses. Pedía más control a la industria de la compra y venta de armas. Pero era predecible, no hay que ser adivino, ocurrió otra vez, otro tiroteo en el que se pierden vidas inocentes. Y no se ha hecho nada para evitarlos. Nada.
Sé que si leen estas líneas saldrán muchos lectores diciendo (ojalá de manera respetuosa) que las armas no se las pueden quitar al pueblo estadounidense… que la Constitución… que si el Estado se toma a la gente… que si se mete un ladrón en casa…. que si deben actuar en defensa propia… que si deben tener derecho a hacer lo que les venga en gana.
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Lo que está matando a los estadounidenses en tiroteos de estos, de película, inesperados, en lugares considerados seguros, es la capacidad no regulada de adquirir armas fácilmente.
El dinero mueve al país y la Asociación Nacional del Rifle financia con sus millones a los políticos que no pueden soltar la alianza con el donante, aunque a veces eso esté por encima de la ley de la lógica de cualquier otro país desarrollado.
Y que el dinero sea lo que mueve al país está lejos de acabar. Esta semana la Corte Suprema falló contra regulaciones en las donaciones personales a las campañas electorales, dejando así que los intereses de los que más tienen cobren más protagonismo.
Mientras se siga vendiendo armas de fuego hasta a personas que están siendo tratadas por depresión u otros problemas mentales, y no precisamente las armas para cacería, estamos lejos de poder ofrecer seguridad básica a los ciudadanos.
Repito: ¿cuántas vidas más? Si después de que murieron una veintena de niños en la escuela Sandy Hook no se hizo nada al respecto, ¿cómo creer que alguien tenga los pantalones para hacer algo ahora?
El país se encuentra dividido, según la última encuesta del Pew Research Center publicada en marzo de este año, un 49% de la generación milenio (nacidos en los 80 y los 90) dice que se debe controlar la posesión de armas, entre la generación Silent (nacidos entre los años 20 y los 40) un 51% está de acuerdo, y entre los boomers (entre 1945 y los 60) un 45% y de la generación X (de los 60 a los 80) un 48% piden más control.
Hay un gran componente histórico en cada generación. Pero, ¿tendrán que morir más niños, o militares, o civiles? Es triste decirlo, pero como último recurso se necesita que se unan empresarios a favor de la regulación de las armas y combatan con dólares y propaganda al dinero que hay detrás de la industria de las armas en donaciones de campañas.
Al parecer para muchos vale más la plata que la vida.
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