Erase una vez una ciudad regida por un déspota cruel. El día de su muerte, sus súbditos llenaron de júbilo las calles. Todos, menos una mujer que sollozaba. Alguien le preguntó, “¿Por qué lloras? ¡El tirano ha muerto!”. Y ella respondió, “No lloro por el que se va, sino por el que viene”.
Esta fábula ancestral me recuerda a lo que está ocurriendo en las calles de Puerto Rico. Cientos de miles de isleños se manifestaron en San Juan para exigir la renuncia del ya ex Gobernador Ricardo Rosselló tras revelarse sus chateos obscenos, homofóbicos y misóginos con sus compinches en el gobierno.
La furia del pueblo logró su renuncia, pero no se fue sin antes asegurarse de que su sucesor sería Pedro Pierluisi, cuyo nombramiento fue días más tarde anulado como inconstitucional por la Corte Suprema de la isla.
Poniendo la telenovela de sucesión aparte, ha quedado claro que una gran porción de la clase política puertorriqueña está tiznada de la corrupción, incluyendo la alimentada por la industria de combustibles fósiles.
Como cabildero, Pierluisi defendió los intereses de AES, la propietaria de la única planta térmica carbonera de la isla, y uno de sus peores focos tóxicos. Su gestión y la de al menos dos de sus compadres de chateo, Ramón Rosario y Alfonso Orona, fueron claves en la derrota de una propuesta de ley que hubiera prohibido a AES seguir almacenando cenizas de carbón en los vertederos de la isla.
Las montañas de cenizas de AES en la planta de Guayama contienen una larga lista de elementos letales, como plomo, cadmio, mercurio, arsénico y uranio. Expuesta a estos venenos en el aire y el agua, la población de Guayama sufre los peores índices de cáncer en la isla, seguida de las comunidades colindantes de Santa Isabel, Arroyo y Salinas.
La industria petrolera también lleva décadas avivando los fuegos de la corrupción en la isla. En una querella colectiva, cuatro de las mayores petroleras del mundo están acusadas de defraudar mil millones de dólares a la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) de Puerto Rico. El caso se centra en la compra, con las bendiciones de las petroleras, del combustible más barato y tóxico disponible, llamado fango petrolero, en lugar de opciones más refinadas y menos venenosas. A los usuarios, no obstante, se les cargaba el precio del combustible más caro.
Varios funcionarios están implicados en el escándalo de la compra de millones de barriles de fango petrolero que violaron los estándares ambientales federales. Las obsoletas plantas térmicas que queman este petróleo han emitido más de 100 millones de libras de dióxido de azufre a las comunidades colindantes, convirtiendo a AEE en el peor contaminador de una región que también incluye Nueva York y Nueva Jersey.
Esta adicción al dinero[bctt tweet=»Puerto Rico y la adicción al dinero de la industria de combustibles fósiles» username=»hispanicla»] de la industria de combustibles fósiles ha abierto un tercer frente que amenaza aún más el ambicioso futuro de energía limpia de Puerto Rico. El Plan Integrado de Recursos (PIR), propone la construcción de tres terminales de importación de gas de fracking como parte del abandono de la energía carbonera y petrolera.
La solución para la red eléctrica más vulnerable y cara del país es el sol, fuente limpia e inagotable de energía. Para evitar un nuevo colapso de la red eléctrica, la isla necesita construir un sistema resiliente basado en microrredes de energía solar. Esto la convertiría en un líder nacional en el desarrollo de tecnologías limpias y descentralizadas que beneficiarían a todos los habitantes de la isla y la prepararía para confrontar a la próxima María.
El sol, además, es el gran desinfectante que ayudaría a acabar con la corrupción en Puerto Rico.