Les quiero pedir que cierren los ojos por un instante. Quiero que piensen en la frontera. ¿Qué ven? ¿A qué huele? ¿A qué suena? ¿Qué les hace sentir? ¿A cuál frontera se fueron en su mente o sus recuerdos?
La identidad de nuestras geografías
Cuando pienso en la frontera, me voy a casa. A la mente se me vienen los saguaros floreciendo y el olor de tacos de carne asada, los perros ladrando, los autos que hacen cola para cruzar de un lado a otro, pienso en mi infancia y mi madurez, en la compra de mi vestido de novia y el nacimiento de mis cuates. Para mí, la frontera es amor, familia, sudor, calor intenso, música a todo volumen, contrastes, muchas sombras, sí, pero también tanta luz; es ruidos y muchos silencios. Yo soy fronteriza.
Pero ¿qué es la frontera? ¿Quién nos la cuenta? ¿Quién la vive? ¿A quién le duele? ¿De quién es? ¿Quién migra y qué nos migra?
Cuando me presento me identifico como mexicana, latina y migrante, tres palabras que son un puente a mi identidad.
Cuando acepté mi fronteridad, me reconocí, me descubrí y me encontré.
Me crié con el privilegio de cruzar fronteras de ida y vuelta. Veía a Estados Unidos siempre como un lugar de paso, como un destino temporal, por días y horas, antes de volver a casa. Hasta que migré. Llegué en 2006 con el ímpetu que da el amor y la ignorancia de los muchos privilegios que me acompañaron en este camino. Cambié mi visa de turista por una de esposa y después a una de trabajo. Recorrí el sistema migratorio y sus múltiples visas de empleo y descubrí que a veces la lucha por la legalidad es también una forma de esclavitud moderna.
Validar nuestras vidas y nuestros aportes
Por años trabajé sin parar, para probarle a Estados Unidos que me estaba ganando mi sitio. Me dediqué a probar que valía la pena, a otros y a mí misma. Tuve que justificar ser y estar en una nación que sentía siempre ajena, prestada, en donde me convertía a ratos en impostora. Y en un sistema migratorio obsoleto y enmarañado, donde se tiende a premiar el sufrimiento, me gané la medalla de mi libertad.
Ahora soy residente permanente y sigo siendo migrante. También soy frontera, pero de puentes, no de muros. Ahora sé que pertenezco, que soy de aquí y de allá.
Con esa conciencia de ser y estar, de migrar, te cuento la frontera… mi frontera. Te la cuento porque la vivo, aunque a veces -confieso- la maldigo y otras las romantizo. No es solo un espacio geográfico ni un muro, es todo lo que se cuela con el viento. Y yo también soy viento. ¿Cuál es tu frontera? ¿Qué cuenta tu viento?