En octubre, la Academia Nacional de Pediatría de EE.UU. declaró que confrontamos una emergencia nacional debido a la salud mental de niños y jóvenes. La pandemia, evidentemente, agudizó la situación.
¿Cómo se responde cuando un niño o un joven confronta una crisis emocional? ¿A quién se llama? ¿Qué se dice?
Para discutir este tema, Ethnic Media Services reunió a un grupo de profesionales de Miami-Dade, Florida, que debatieron este tópico y compartieron sus experiencias. Entre ellos, Beth Jarosz, directora interina de KidsData, del Population Reference Bureau; Eddy Molin, enfermero psiquiátrico del Jackson Health System Miami; Joshua Ho, Director de Programas de la Junta Asesora Asiático-Americana del Condado de Miami-Dade; Estephania Plascencia, coordinadora del Programa Juvenil de la Alianza Nacional para las Enfermedades Mentales (NAMI, Miami); y Susan Racher, presidenta de la junta de NAMI, Miami-Dade.
El programa KidsData, del Population Reference Bureau, explicó Beth Jarosz, provee estadísticas y data que ayudan a visualizar el problema de salud mental que confrontan niños y jóvenes. Si bien la información se centra en California, gran parte de la data es nacional.
Y las estadísticas son claras. La tasa de suicidios ha aumentado tanto a nivel nacional como en Florida y en Miami-Dade.
“Cada uno de esos números representa una persona”, dijo Beth Jarosz de KidsData. “Hablo de estos números porque necesitamos comprender las tendencias a fin de poder cambiarlas y salvar vidas”.
A nivel nacional, la tasa de suicidio de jóvenes de entre 15 y 19 años de edad creció un 60%, entre 2007 y 2020. Para los niños de entre 10 y 14 el panorama es aún más alarmante ya que se triplicó. En Florida se presenta un panorama similar: entre 2010 y 2020, la tasa de suicidio para los jóvenes de 15 a 19 se duplicó. En el análisis, no se contaba con suficiente data para determinar la situación de los más pequeños.
Si bien Miami reporta una situación mejor que la de Orlando o Tampa, por otro lado, las tasas de suicidio de niños y jóvenes crecieron un 60% en la última década. En 2008-10 era de 2.3 por cada 100,000 jóvenes y en 2018-20 creció a 3.7.
“La tasa de suicidios es solo un indicador de la crisis de salud mental de los jóvenes”, recordó Jarosz. “Las hospitalizaciones por lesiones autoinfligidas han aumentado en todo el país: se duplicaron entre 2009 y 2020. Las muertes por envenenamiento no intencional, que en su mayoría son por sobredosis de drogas, habían estado estables pero aumentaron considerablemente durante la pandemia”.
Para poder prestar servicios, entonces, lo fundamental es determinar quiénes son los que están a riesgo. Y la lista, para Jarosz, incluye a jóvenes indígenas; jóvenes que confrontan situaciones de adversidad, como un suicidio en la familia, o abuso, o los que viven con alguien que se droga. También quienes viven en la calle o en arreglos no tradicionales. Al igual que los que experimentan acoso.
¿Qué se puede hacer en Miami? Pues, de acuerdo a Jarosz, es fundamental expandir servicios y replicar los programas que estén dando resultados en otros lugares. Como, por ejemplo, en Nueva York. Allí se creó un programa de intervención breve para los casos de intentos de suicidio. Y en California hay una ley que requiere que todas las escuelas medias y preparatorias cuenten con programas para la prevención del suicidio enfocados en los grupos a riesgo.
Jarosz recuerda que quien esté interesado en obtener mayor información, puede entrar en Kidsdata.org.
Eddy Molin, que trabaja en el Jackson Health System Miami y quien también participó de la conferencia de prensa, compartió su experiencia como enfermero psiquiátrico, Molin dijo que a algunos padres les cuesta darse cuenta cuando sus hijos están en medio de una crisis.
Para Molin es muy importante que los padres sean más compasivos con sus hijos. Hay que tener en cuenta, dijo, que últimamente muchos chicos experimentan ansiedad y comportamiento disruptivos no solamente como consecuencia del aislamiento de la pandemia, sino que también por recientes tiroteos, especialmente en las escuelas.
“Cuando se cuenta con un sistema de apoyo, la recuperación es posible”, enfatizó Molin. “…Muestra amor. El amor es la clave”.
Joshua Ho, director de programas de la Junta Asesora Asiático-Americana del Condado de Miami-Dade, experimentó esta situación en su misma familia. El inmigrante coreano, relató como años atrás tenía altas expectativas para su hijo mayor, algo frecuente en familias de origen asiático, y le costaba entender por qué el joven tenía dolores de estómago y cabeza, no tenía energía y dormía por demás.
Lo envió a hablar con un pastor, trató un acupunturista, hasta que finalmente descubrió, a través de un consejero, que su hijo tenía una enfermedad mental.
“No hay ningún libro sobre cómo ser un buen padre”, dijo Ho. “Gritar no ayuda; conversar, sí”.
Otra participante del encuentro fue Estephania Plascencia quien, durante sus años escolares, también experimentó depresión y ansiedad. Pero gracias a terapia aprendió a lidiar con el problema.
Plascencia es actualmente la coordinadora del programa juvenil de NAMI, en Miami, y comparte su experiencia en conferencias y charlas con jóvenes.
“NAMI me ayudó a comprender que no estaba sola. Se convirtió en mi red de apoyo y mi familia…”, dijo Plascencia. “Me brindaron la validación y la comprensión que me permitieron trabajar con otras personas en sus procesos de recuperación”.
Eso es exactamente lo que promueve Susan Racher, presidenta de la junta de NAMI Miami-Dade, quien afirmó: “Tenemos que comenzar con la educación: saber que tienen derecho a obtener ayuda y saber dónde encontrar atención médica”.