Hace ya varios años, antes de su lamentable fallecimiento, recibí del Dr. Octavio R. Costa, uno de los regalos que más he apreciado en mi vida. Me refiero al obsequio de su libro Ser y esencia de Martí, publicado en el año 2000.
De entonces a hoy, lo he leído y releído, encontrando en cada lectura un elemento nuevo que me ha calado el alma, estremeciéndola.
He leído sobre José Martí, pero nunca otras lecturas me acercaron tanto a él. Nunca antes llegué a conocerlo tan íntimamente; y es que las páginas de este libro no se limitan a presentar cronológicamente los hechos de su vida, sino a hablarnos y a enseñarnos quién y cómo era, en su más recóndita sustancia, aquella naturaleza irrepetible, cuya muerte física no logró llevarse al silencio de la tierra esa voz que como nos decía el Dr. Costa sigue y seguirá vigente.
La intelectualidad cubana tuvo en el Dr. Octavio R. Costa una de sus figuras cimeras. Así lo acreditan sus títulos académicos, el desempeño de destacadas posiciones dentro y fuera de Cuba; su erudición en el conocimiento de la historia de Cuba, América y el mundo en general; la cantidad y calidad de los libros publicados; su vasto trabajo periodístico en los más destacados órganos de prensa cubanos, así como en reconocidos diarios de México y Estados Unidos; su labor como biógrafo, que le ganó la aceptación como miembro de la Academia de la Historia; su prestigio como disertante en distintos países, España inclusive; su labor profesoral en Cuba y Estados Unidos; los honores y premios otorgados, entre ellos, la Orden de Isabel la Católica y su ingenio y maestría como escritor que le confirieron su absoluto dominio del idioma castellano.
Mas volvamos al libro que nos ocupa. Con la misma erudición, juicio crítico y rotundo lenguaje que caracterizaron toda su obra, escribió el Dr. Costa su Ser y esencia de Martí, sumando a las citadas virtudes el entusiasmo, la devoción, el amor y la inspiración, que sólo se logran cuando existe una legítima identificación entre el escritor y su musa, en este caso: José Martí.
El Dr. Costa dividió el amplio contenido de su libro en dos secciones principales. En la primera, escrita en 1990, describe el ámbito histórico, cuya influencia conformó la vida del Apóstol, su trayectoria y su obra literaria, en la que desfilan el Martí poeta, el prosista y el pensador.
La segunda abarca siete ensayos, dos estudios y veintiséis artículos ensayísticos, escritos entre los años 1940 y 2000. En los ensayos, Costa analiza: el americanismo de Martí, su sentimiento de la amistad, ética política y sentido de la vida, la fidelidad a su destino y su opinión sobre los temas eternos. En los estudios, enfoca la plural literatura de Martí y el Manifiesto de Montecristi.
Los principales temas contenidos en los artículos ensayísticos versan sobre la vigencia del pensamiento martiano, su concepto del pueblo, del deber y de la muerte; las ideas antitotalitarias, el espiritualismo y la dimensión metafísica; su visión de América; la exaltación a Jesús y el abismo entre las ideologías de Marx y de Martí, aclarándonos cuáles serían las ideas de nuestro Apóstol frente a la Cuba comunista; nos presenta el programa que hizo para Cuba y analiza a Martí como revolucionario de la lengua.
Por sobre la exactitud del dato histórico, debemos considerar en esta obra el agudo análisis con que Costa enjuicia, desde los más diversos ángulos, el pensamiento martiano. Esta visión nos conduce al ser humano que fue Martí, destacando la conciencia del deber, del sacrificio y del amor que guiaron su existencia y que forjaron al hombre íntegro, que de ciudadano de Cuba se convierte en ciudadano de América y del mundo.
Ese hombre del que, como nos decía Costa, hablaron las más eminentes figuras de la intelectualidad hispana. Unos como Sarmiento, Darío, Anderson-Imbert, Juan Ramón Jiménez, Federico de Onís y Gabriela Mistral, para reconocer el genio creativo y su labor renovadora en la poesía y en la prosa. Otros, como Unamuno, para enfocar a Martí, el pensador.
Costa nos enfrenta a ese hombre, más espíritu que carne, para quien la patria constituyó la ilusión suprema: el Martí cristiano, amador de Dios y de Jesús, que creyó en la divinidad del alma y en la existencia de una vida eterna, que comienza con la muerte. Ese, que jamás pudo compartir las ideas de Marx, porque para él, el hombre y el reconocimiento de los derechos, fueron ley primera y sagrada. Ese que amó la libertad y luchó por conquistarla sin odios ni rencores
Son muchos los méritos a destacar en esta magnífica obra de Costa, quien nos desnuda el alma del Apóstol para que la vistamos luego con el único ropaje posible, el de sus innumerables virtudes, y aboga para que se estudie, analice y reconozca la vigencia de ese pensamiento que puede mejor que ningún otro servir de guía a las nuevas generaciones.
Nos informa sobre las fuentes en las cuales podemos buscar a Martí, y nos aclara de manera concluyente el insalvable abismo que separa a José Martí, el creyente, el sentidor, el poeta, el prosista, el amigo, el ciudadano, de ese héroe de la ideología comunista, que ha colocado a Nuestra Patria, en el polo opuesto a aquél en el que Martí la soñó.
Martí no terminó en Dos Ríos. Allí sólo quedaron sus huesos arropados por la tierra que amó, pero el Martí espíritu no morirá mientras existan cubanos que, como el Dr. Costa, lucharon por mantener la actualidad de su pensamiento, sembrándonos con la pluma el orgullo de Patria en el alma.