¿Cuánto de indígena o «indio» ves en mi? ¿Qué te dicen mis ojos?
Lo que alguna vez fue una palabra para ofenderme o humillarme «indígena» ahora es algo que me enorgullece. Mi apellido es Inca, y fui criada como “blanca”por mi familia materna y tratada como “india” por mis compañeros de escuela, lo que creó una gran confusión en mi identidad por muchos años.
Todo empezó, cuando a corta edad escuchaba a mi mamá referirse con desprecio y pena de los indios que pasaban por el frente de la casa, con sus mulas cargadas de papas y cebolla.
Otras veces escuchaba a mis tías decir: “hay que mantenerse lejos de los indios”. Eso me angustiaba porque yo acababa de hacer una amiguita indígena en la escuela. Cursaba el primer grado en la única escuela pública del pueblo, y aunque todos usábamos uniforme para promover la igualdad, la pobreza extrema se evidenciaba en los zapatos rotos de algunos, y la riqueza, en los pupitres nuevos de otros.
El clasismo era evidente, el primer día de clase nadie quería sentarse con las niñas indígenas. Era desesperante ver tanta timidez en ellas. No hablaban, no alzaban la cabeza, no se movían. Entonces sentí compasión por primera vez, y me senté con una de ellas, Nancy era su nombre, la que se comía las mocos siempre, porque le daba vergüenza levantarse.
Los “indios» eran muy tímidos. Lo aprendí de mis vecinos cuya cocina era de adobe, quienes eran vistos mal porque vestían de anaco-poncho, y porque hablaban quechua.
Así aprendía yo a ser racista desde muy temprano en la vida, aunque no sabía que esa palabra existía. Aunque en mi corazón sentía que eso no estaba bien, la cotidianidad me enseñaba lo contrario.
Un día cualquiera, regresó mi tío muy orgulloso contando de cómo le había pegado con un machete «un planazo» al «indio» resabiado que había discutido con él, por un problema del agua. Enseguida, pensé yo: ¡mi tío hizo algo malo, le pegó a alguien!
Pero, pasó lo contrario, todos se rieron, lo felicitaron y empezaron a decir cosas terribles de esa familia: “Indios cochinos, alzados, longos atrevidos», y todo lo malo que ni sabía que se podía decir de una persona, basado en su color y raza. Por muchos años crecí creyendo que eso era verdad, que los indios y negros eran menos, eran subhumanos. Y cuando mi tía les contrataba como jornaleros , ellos comían en una silla y mesita aparte, porque olían mal o porque ese era el lugar que les “pertenecía».
Por otro lado, los indígenas se referían hacia la familia de mi mamá como “patrones”y así con todas las familias “blancas”del pueblo; como una especie de pertenencia heredada del pasado oscuro de los “indios» y el latifundio.
Pero la ironía es que al mismo tiempo que aprendía a detestarlos, yo también empezaba a sufrir de bully en mi escuela por las mismas razones. Algunas niñas se burlaban de mi apellido, y preguntaban: ¿tu apellido es indio?
Las horas de historia eran una tortura, cuando estudiámos al imperio inca, porque me asociaban con ellos. Y aunque ahí descubrí que todos éramos mestizos, la mayoría de niños no se veían a sí mismos así. Se basaban en el color de la piel, cabello y facciones de la cara. La maestra nunca nos aclaró que eso aplicaba también a nuestro pueblo, y que todos éramos mezcla de indígenas y blancos.
Empecé a vivir con un conflicto interno. Era parte de una minoría en la escuela, pero vivía en «supremacía» en mi vecindario, dónde aunque todos éramos pobres, los “indios» valían menos, sólo por ser «indios».
Me refugié entonces en el estudio y siempre probaba mi valor al resto con mis mejores notas. Lo mismo sucedió en el colegio, hubo muchas humillaciones por mi piel mestiza aún cuando la mayoría se veían igual a mi. «Mí apellido me delata”, pensaba yo.
Una vez más me refugié en los estudios y el deporte. Con las medallas y premios recibidos, me probé a mí misma y al resto que valía mucho. Afortunadamente, en los últimos años de colegio empecé a leer mucho, a abrir mi mente y a crecer espiritualmente.
Encontré en todos lados las respuestas que me hacían sentir feliz como ser humano y me atreví a soñar con mucho más de lo que otros creían que merecía. Escribía mis pensamientos rebeldes y poemas en un cuaderno de notas, al mismo tiempo que reafirmaba mi sueño de ser abogada o periodista. Era una forma inconsciente de encontrar justicia y mi identidad.
Aunque me tomó un buen tiempo aceptarme y entender que no había nada de malo en mí, ni en ninguna otra persona, que sólo somos humanos, no cambiaría lo que me tocó vivir. Soy indígena o mestiza. ¡Y qué!
Ahora, el mundo admira, aplaude y critica a “Cleo”, Yalitza Aparicio, la primera mujer indígena nominada a un Oscar, que actúa en la película Roma, del director Alfonso Cuarón. Su nombre suena en Hollywood y eso me complace. Yalitza ha sido nominada también, como ‘Nueva Mejor Actriz’ para los Film Awards. Aparece en la portada de Vogue México, es humilde e inteligente.
Eso prueba que estamos viviendo tiempos de cambio, y nosotras la generación de millenials lo estámos viendo. Yo te invito a ser parte de esa ola de mujeres que no se dejan definir por los estereotipos.