La caída del régimen tiránico y asesino de la dinastía el-Assad en Siria, después de más de medio siglo en el poder, es una buena noticia.
Los rebeldes causaron el asombro de todo el mundo al conquistar el país en una ofensiva relámpago que duró menos de dos semanas después de 13 años de guerra civil. De inmediato, abrieron las cárceles, dejando en libertad a decenas de miles de compatriotas que pasaron años de tortura y privaciones sin juicio.
El poderoso ejército sirio, con sus miles de tanques y centenares de aviones de guerra, se derrumbó por dentro, cuando sus soldados conscriptos se negaron a luchar pese a tener una total superioridad numérica y en armamentos; cambiaron sus uniformes por ropas civiles y abandonaron sus pertrechos militares para salvar sus vidas. Fue notable su falta de motivación para apoyar un régimen corrupto que solo les trajo a ellos y sus familias miseria y opresión.
Las manifestaciones de bienvenida y apoyo en las principales ciudades del país son genuinas y mostraron numerosas escenas de algarabía y alivio. Fueron una colorida explicación del porqué de la victoria de estas milicias islamistas populares. El régimen no tuvo quien lo apoye, ni siquiera a las malas, es decir, ni con la represión terrible que lo ha caracterizado por tantos años.
Hezbollah, que era un brazo armado del gobierno sirio para reprimir a la población a pesar de ser una organización libanesa, está seriamente mermado después de cinco meses de guerra contra Israel, lo mismo que Hamas en Gaza y Cisjordania. Fue incapaz de prestar ayuda al régimen en pleno derrumbe y solo atinó a replegarse apresuradamente y bajo bombardeos de la fuerza aérea israelí.
¿Y ahora? Pocos saben la situación real, y quienes saben reconocen que es fluida, que todo aún puede cambiar. Pero es difícil imaginar que el gobierno que sobrevendrá pueda ser peor que el régimen de Bashar y su padre Hafez al-Assad.
Y es factible que de todas las revoluciones populares que definieron la primavera árabe a partir de 2011 esta sea exitosa. Quizás. Que se reconstruya un estado donde hay lugar para todos los grupos. Después de todo, Siria es un estado artificial, creado por el Consejo Supremo de las Potencias Aliadas de la Liga de las Naciones – el bando victorioso de la Primera Guerra Mundial – y ocupado por el mandato francés, al igual que El Líbano. Está dividido por grupos étnicos y religiosos que jamás se reconstituyeron en un estado moderno. Para algunos de ellos, como los kurdos, sus territorios autónomos cruzan las fronteras. Es un pueblo que jamás ha logrado la soberanía.
El ahora expresidente Assad pertenecía a los Alawitas, un subgrupo de los Shiitas; grupo que se estableció en el poder por décadas en virtud del liderazgo de su padre Hafez Assad y la represión que caracterizó al país desde su independencia en abril de 1946.
Es factible también que una parte significativa de los tres millones de sirios que huyeron a Türkiye, Egipto, El Líbano, Jordania y Europa retornen a sus casas. El proceso ya ha empezado en Alemania, impulsado por el gobierno, que suspendió todos los pedidos de asilo. Los puntos de inspección fronteriza entre Siria y El Líbano están desiertos, como mostró un reportaje de CNN. Quien quiera entra – o sale.
Es posible que el país se unifique bajo la bandera de la paz, la reconciliación y la tolerancia.
Pero para que ello suceda Siria debe estabilizarse y apaciguarse. Los sirios deben deponer las armas. Deben renunciar a su guerra sin fin contra Israel y dedicarse a reconstruir, no su ejército corrupto, ahora maltrecho y derrotado, sino su economía para beneficio de la población.
La tercera parte de los sirios son desplazados que viven en campamentos de carpas, además del exilio en países extranjeros.
Todas las partes reconocen que la situación es extremadamente compleja y contradictoria. Así, Estados Unidos y su aliado de la OTAN Türkiye se enfrentan en el norte, donde la minoría kurda es atacada por el ejército turco y una milicia aliada, el «Ejército Nacional Sirio». Entre las organizaciones de la coalición vencedora hay facciones que hasta hace pocos años pertenecían a Al Qaeda – incluyendo a Hayat Tahrir al Sham (HTS, Organización para la Liberación del Levante), liderada por el probable próximo dirigente del país, Ahmed al Sharaa, quien se encuentra en una «ofensiva de encanto», dando entrevistas a medios occidentales. Las posibles conexiones de los rebeldes con ISIL (la Organización del Estado Islámico, ISIS) causan preocupación en Occidente, por lo que aviones estadounidenses han atacado esta semana 75 blancos militares de esa agrupación.
Por su parte, la fuerza aérea de Israel ha estado bombardeando depósitos de armas y almacenes de gases tóxicos para prevenir que caigan en manos de esos grupos. Ayer, buques de guerra israelíes entraron a puertos militares sirios y redujeron a escombros la flota de Assad. Su infantería ocupó puntos estratégicos en la tierra de nadie que separa a ambos países para que no sean ocupados por alguna milicia contraria, entre ellos la pequeña base que hay en la cima del monte Hermón, que domina estratégicamente una amplia zona de ambos países.
Además, Irán, gran perdedora en el conflicto, está presionando a Irak, que mantiene una larga frontera con Siria, para atacar objetivos israelíes y estadounidenses. Pero por ahora sin éxito.
Más aún: Rusia ha amenazado con retaliación militar contra todo aquel que trate de privarla de su base naval estratégica en Tartus, única fuera de territorio ruso y que le permite una apertura al Mediterráneo.
Es todavía posible que los vencedores se revelen como extremistas islámicos y que el país esté a la deriva de una dictadura a otra.
Pero pese a todas las preocupaciones y al futuro incierto en Medio Oriente, es bueno que un sangriento dictador como Bashar el-Assad haya caído. Es bueno que la coalición vencedora haya permitido que el gobierno sirio, con sus ministros y su burocracia, siga temporalmente administrando el territorio. Y que hayan declarado amnistía para los soldados del ejército regular.
La mejor noticia parece ser que esta a punto de firmarse un acuerdo entre Israel y Hamas por el cual cese el fuego en Gaza, se asista a la población en peligro de hambruna y se liberen los rehenes capturados por Hamás el 7 de octubre, por lo que se desencadenó el ataque israelí y se cometieron matanzas injustificadas contra la población local.
En Israel inicia finalmente y después de ocho años de dilaciones artificales el juicio por corrupción al primer ministro Benjamín Netaniahu, cuya política no supo prevenir el mayor ataque terrorista en la historia del país, el 7 de octubre pasado, por lo que aún no ha rendido cuentas. Aunque ha demostrado tener más de nueve vidas, al menos la mitad de la población israelí desea que se retire lo antes posible de la arena política.
Un rayo de esperanza se abre entonces para los israelíes, con la posibilidad de que se libren de la facción más agresiva, violenta y antidemocrática en su historia. Aunque pequeña, esa esperanza existe.
Pero más importante es que un rayo de esperanza se abre para los países árabes, y la promesa de la democracia y la justicia vuelve a despertarse en la imaginación de los pueblos de la región.