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Soy una mujer, nómbrame

Soy una mujer, nómbrame

Cindy Sherman, Untitled Film Still #3, 1979, Ashtrup Museaum of Modern Art, Oslo, Norway

Este año desde el portal ciberfeminista, Ciudad de Mujeres, de entre todos los objetivos sobre los que trabajamos día a día, le hemos puesto especial énfasis al de sensibilizar en las redes, lugar donde fundamentalmente se desarrolla nuestra actividad, sobre el uso sexista del lenguaje, ese sexismo consistente en utilizar el genérico masculino para nombrarnos a las mujeres, esa manera de expresarse que contrapone el argumento de que se trata de economizar palabras y que, también se suma a restar, como en otros aspectos, en todo lo relacionado con los derechos de las mujeres. En definitiva, reivindicamos el “ser nombradas como sujetos con cuerpo, es decir, en femenino” en palabras de Mercedes Bengoechea.

Con esa finalidad hemos abierto en “Facebook” un grupo denominado “Soy una mujer: no me uno a grupos que no me nombren” desde el que se ha invitado a mujeres y a hombres a apostar por un lenguaje en clave de igualdad, donde el masculino no sea el universal que nos designe a unos y a unas.

Ha sido una experiencia interesante porque en el espacio de mes y medio este grupo ha reunido más de cuatro mil personas, mujeres que evidencian una receptividad existente, un deseo de ser visibilizadas a través del lenguaje, un afán de ser nombradas y también un buen número de hombres, libres de prejuicios, inteligentes que bajo el epígrafe precisamente de “Soy una mujer…”  se han sumado al mismo con la absoluta naturalidad de quien sabe que la igualdad no menoscaba la virilidad de varón alguno, mostrándonos esa marcha en clave de igualdad como un espacio compartido por mujeres y por hombres que viven el presente y tejen el futuro, un futuro donde se relacionen unos y unas, donde la otredad quede reducida a categoría que sólo figure en los libros como algo pasado y que haga esbozar una sonrisa a generaciones futuras como nos la hacen esbozar muchos de los “impedimentos” pasados que tenían las mujeres para ser reconocidas como sujeto civil por el simple hecho de ser mujeres.

En el extremo opuesto, porque la lucha por la igualdad tiene su resistencia y además extrema en momentos justamente de avances y de logros, no ha dejado igualmente de sorprendernos por virulenta la respuesta de un reducto, mayoritariamente de hombres, que abogan desde las vísceras por el “cuidado” de la puridad de la lengua con un rigor que no muestran cuando se plantean otras maneras de expresarse ni cambios de términos en otros ámbitos .

Evidentemente, hemos de entender que su beneplácito se concede y se limita a todo cambio de términos que no conlleve la feminización de los que el “Uno” creó para la “Otra” como la norma universal- porque en realidad ese es el meollo de la cuestión, la ruptura de la subordinación a la norma patriarcal y no las entretelas lingüísticas, como pretenden hacernos creer. La historia nos ha mostrado que cuando su palabra con el apoyo de la religión les ha sido insuficiente para someter a las mujeres, la misoginia ha echado mano de las ciencias para que impusieran cuño de sabiduría a lo que simplemente era ideología.

El machismo lingüístico español defiende las esencias de una patria, las esencias de la patria llamada Real Academia de la Lengua Española (a la que tal vez debiéramos denominar Real Academia de la Lengua Patriarcal) y cuyo lema “limpia, fija y da esplendor”, se ajusta a su código, entendiéndolo como limpia de igualdad, fija en el tiempo y da esplendor para ese patriarcado que la creó y que refleja y consolida el universo simbólico de quien ha levantado un mundo a su imagen y semejanza, obviando que las mujeres formamos parte del mismo y que exigimos el poder, el espacio, los derechos, la igualdad de oportunidades, la autonomía de ser y de estar, la visibilización y el lenguaje que nos nombre.

En realidad, ese encono pueril, egoísta y defendido desde la grosería del insulto, sólo es un rechazo a admitir que determinado prototipo de mujer se les escurre como el agua de las manos, un mecanismo de defensa ante su miedo a una igualdad connotada con perder privilegios, compartir espacios, corresponsabilizarse con las obligaciones éticas de atención y cuidado que, tienen valor y que a pesar de lo que nos venden, también tienen precio pero que carecen de prestigio en el currículum neoliberal de cualquier persona dado que son tareas devaluadas porque ese ha sido el estatus que le han otorgado a todas las tareas feminizadas.

Las mujeres soportan mayor tasa de desempleo, un empleo más precario y con frecuencia considerado como subsidiario, cobran menos por igual trabajo que los hombres.

En Europa, seis millones de mujeres reducen su jornada o dejan de trabajar para cuidar a alguien, un buen número muere cada año a manos de su ex pareja, cerca de 140 millones viven con mutilación genital.

En Turquía solamente, cada año se producen unos 300 crímenes de honor. Precisamente hace unas semanas, una chica de 16 años era enterrada viva como castigo por mantener relaciones que no eran del agrado de su padre. Muchas mujeres están presas en esa cárcel-móvil denominada burka. Pues bien, nada de toda esta discriminación ni horror merece una breve crónica de esta carcunda que sin embargo se apresta en afilar sus lápices y engrasar sus calcificadas neuronas para despacharse a gusto cuando se toca su patrimonio, el orden inmutable de un sistema binario que creó el espejo en la “otredad” en donde mirarse y reafirmarse como la más bella del lugar.

Disparan improperios, palabras envenenadas de resentimiento por la pérdida de esa esencia femenina que el viento se les lleva a su pesar, reprochando sin rubor alguno que frente a tanta indignidad para con las mujeres que hay en el mundo (ya sabemos aquello de “el infierno son los otros») cómo es posible andarse entreteniendo en fruslerías, en herejías verbales, en un quítame allá una “o” para que ponga una “a”, que esa es la versión, desde la ignorancia o desde la manipulación que predican en su ceremonia de la confusión, en su sempiterno y perverso intento por reducir la desigualdad a una guerra de sexos entre pares.

Pues bien, junto a “otros” hombres, en un mundo donde las desigualdades, la discriminación, la violencia es un plato que cada mañana nos desayunamos frente a un periódico o un televisor, nosotras mujeres que escribimos, peleamos, denunciamos, actuamos, reivindicamos, nos manifestamos por quienes sufren esas situaciones, podemos reclamar el uso de un lenguaje no sexista sin complejo alguno, como lo expresó en el grupo creado en Facebook, Silvia Lommi:

 

Soy mujer y no me nombran si utilizan usuario, amigo, compañero, alumno, licenciado, psicólogo, padres, los contribuyentes, los ciudadanos, los amantes, hijos, nacido.

Soy Silvia, usuaria de Internet, amiga de muchas personas, compañera de muchas más, alumna del Seminario de Genero y Políticas Públicas, Licenciada, Psicóloga, madre, una contribuyente de la AFIP, ciudadana argentina, la amante de mi pareja, hija de Angelina, nacida en Buenos Aires.

Si me nombran me encuentran.

Y por eso podemos también decir sin complejo alguno… Si yo te pido, cuando hablas de hombres y mujeres, después de nombrarte, que me “nombres”, ¿tienes algún problema para hacerlo?

Foto: Cindy Sherman, Untitled Film Still #3, 1979, Ashtrup Museaum of Modern Art, Oslo, Norway.

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