Dicen algunos expertos que “La Zona Norte” mejor conocida como “La Coahuila” es el “mal necesario de Tijuana”. No coincido. Para mí, el mal necesario de la ciudad es “La Línea”.
En Tijuana, por generaciones creamos y mantenemos una profunda adicción a “cruzar la línea”. De hecho, creo que forma parte de nuestro DNA como Tijuanenses. Al menos una o dos veces al día sintonizamos una de las 10 estaciones del circuito radial local y de San Diego,
No para escuchar la programación, sino para “checar cuánto hay de cola”.
Se parece a ver en vivo el sorteo de la lotería de California: si el locutor avisa que hay menos de 150 “carros por línea”, ¡hurra! es tiempo de correr, alcanzar ese numerito mágico, mínimo, ínfimo, una cifra que garantiza que la espera no será tan prolongada.
“Cuanto mucho, una hora quince” afirmamos con sapiencia.
Pero si de voz del anunciador nos enteramos que hay “310 carros por línea en el lado derecho, 160 lado izquierdo, 80 Sentri y 600 peatones para cruzar a pie”, nuestro día queda oficialmente jodido. Nuestros planes en “el otro lado”, cualesquiera que estos eran, ya son imposibles de llevar a cabo en los tiempos previstos. Vamos a llegar tarde y de mal humor. Y eso, si no nos toca la muy temida “inspección secundaria” (que eso, prometo, será historia de otra columna).
No puedo imaginar otro lado donde la gente esté tan al pendiente del tiempo que le tomará cruzar en coche – o caminando – a otro país.
Cada 30 minutos se transmite información de las garitas, hasta el día de hoy, aquí.
Aunque a la frontera física entre España y Gibraltar, también le dicen “La Línea”, es algo totalmente distinto a eso que hay en nuestra frontera.
Porque ésta línea, la de Tijuana–San Ysidro, se caracteriza por la cantidad descomunal de personas, que diariamente se unen a este Carnaval o “Swap Meet con ruedas”. Este nombre es como bautizó el fenómeno el “Churrero” (Deciderio Mauricio Cantera), quien por décadas se dedicó al comercio “carro por carro” del lado mexicano de la frontera, y que fue hace unos años salvado del anonimato por una nota de Richard Marosi en el Los Angeles Times.
La Línea es ubicua, omnipresente, frenética.
Aquí se elaboran, modifican o cancelan planes. La circulación por ella define a la de toda Tijuana: según la longitud de “La Línea” se invaden calles, se cierran otras, se obstruyen salidas, se abren nuevas entradas, se detiene el tránsito, se adornan glorietas con cinta amarilla de policía, y no voy a exagerar diciendo que cuando “La Línea” llega hasta el Centro Cultural (que eso en tiempo de mortales significa unas dos horas y fracción) empieza una lucha por la supervivencia no precisamente del más fuerte, pero sí lo es la del mejor conductor, o el mas hábil o de plano, el más cafre.
He sido testigo de cosas extraordinarias. He visto pasar coches del tamaño de un Hummer en espacios donde juraría no entra un triciclo de niño.
También he visto nacer la solidaridad contra la injusticia, cuando la gente que decentemente ha decidido respetar el orden natural de “La Línea”, pega su defensa al carro de adelante, y el de atrás al de éste, y así consecutivamente, para evitar que el gandallita se pase hasta delante, valiéndose de las herramientas más guarras de la falta de civilidad.
De todo hay en “La Línea”.
….Y después de estas dos horas y pico, de las peripecias para no dejarse agandallar, de las mentadas de madre tuyas y de terceros, de los frenones y acelerones con carrera de obstáculos – churros, elotes, revistas, Nacimientos, Ultimas Cenas y Crucifijos de todos los tamaños, cobijas, alcancías de todo Dios y venta en general de todo tipo de iconografía kitsch imaginable y no – de la desesperación de los críos porque se acabe el viacrucis y puedan llegar a cualquier lugar a estirar sus piernitas, de los perros de Aduana oliendo tu carro por las cuatro ruedas, acompañados por dos o cuatro oficiales que, honestamente, están mas feos que el perro, de las caras de satisfacción de los “ojetes” que sí tienen sentri y están avanzando diez o veinte veces más rápido que tú que haces la línea normal, como toda la gente sin sentri, finalmente te encuentras ante la presencia del Omnipotente, el que tiene en sus manos tu futuro inmediato: el oficial de migración, únicamente para hacerte acreedor, quién sabe por qué, de la tan temida inspección secundaria.
¿Qué tal suena una mentadita en estos momentos?
Y hasta aquí no se ha mencionado las cantidades infernales de monóxido de carbono que hemos estado respirando en el citado lapso, ni la nube color ocre que puede verse desde lo alto de Colinas de Agua Caliente o del Cerro Colorado, cada mañana, flotando encima de Tijuana, ni mucho menos la participación de la aglomeración de coches en “La Línea” en la producción del mencionado contaminante.
Parecería que entre más carros se encuentran concentrados en el cruce fronterizo, más lentas se hacen las inspecciones, más continuos los cambios de turno y más necesarias las preguntas bobas:
¿A dónde va? ¿De quién es este carro?
Y claro que las respuestas vuelan, pero en la imaginación:
––– pues voy al otro lado, a menos que no me haya enterado que ya nos aplicaron la de Nostradamus y ahora Tijuana hace frontera con Sidney.
––– Y el carro, ¿qué importa de quién es el carro?, ¿a poco tu mamá no te prestaba el carro para ir a tus clases de oratoria? Es más, tu perro ya me olió y dice que no…me…jodas, y me refiero al Golden Retriever, al que sin duda no ha visto la Sociedad Protectora de Animales, ni la Brigitte Bardot, de lo contrario no estaría aquí oliéndome las cuatro llantas—–
Y claro que sea como fuere que uno conteste, al enfrentar al Omnipotente de migración, nuestra actitud tiene voz propia y suele sonar así:
––––“voy aquí nomás a poner gasolina y por unas hamburguesas, Siñor, el carro es mío, buenas las tenga su merced”.
No hubo vez que haciendo la dichosa Línea dejara de preguntarme: ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?, ¿Porqué nos seguimos exponiendo a esto, fin de semana tras fin semana, año tras año?
Pero luego pasamos el yugo de la cruzada a nuestros hijos, y ya no pueden vivir sin ella, y si nos vienen a visitar los parientes o amigos del Sur, no puede faltar en la agenda del buen anfitrión la ida a San Diego.
¿Por qué lo seguimos haciendo?
Mi única explicación es que cruzar la línea es parte de nuestra formación como tijuanenses, nuestro mal necesario, nuestro fix, y por qué no, es parte de nuestra identidad. Saber que somos libres de cruzar esa línea es lo que nos da el sello final de locales, los que ven al Bordo como una Línea Maginot y a lo que está detrás de él como nuestro traspatio de diversión y esparcimiento, y no como lo que en realidad es: un muro peor que el de Berlin, porque este muro señores, no se va a caer ni con un concierto de Pink Floyd.
De Marga Britto, publicado originalmente en 2010.