Empecé el año dispuesta a ahorrar, asqueada de tanto gasto navideño. Necesitaba un lápiz de ojos y un sacapuntas.
Cara A: Un euro “al pedo”
Normalmente los compraría en la tienda de cosméticos por unos 10€; pero, desde que me hice tacaña empecé a notar que se me presentaban las oportunidades solas: ellas venían a mi. En el mismo súper donde hago la compra, una oferta despertó toda mi atención: “Lápiz de ojos y sacapuntas, (un todo incluido) por tan solo 1€!” Por supuesto, tardé menos de un segundo en adquirir el “chollo” (así decimos en España cuando creemos que hemos encontrado el Santo Grial de las rebajas).
Llegué a casa más contenta que unas castañuelas, abrí la mercancía y traté de pintarme la raya del ojo; digo bien, “traté de pintarme”, porque el lápiz no pinta.
A riesgo de rasgarme el párpado con mi persistencia, y conseguir una raya roja en lugar de negra, como era mi intención, desistí al cabo de un rato de resultados inexistentes y de destrozar la punta con la tozudez que me caracteriza. Para enmendar el desastre, me dispuse a sacarle nuevamente punta al lápiz…. y la conclusión fue que: ni el lápiz pinta, ni el sacapuntas saca; es decir, un euro “al pedo” (como dicen en Argentina).
Tras esta intensa experiencia en la tacañería, me he dado cuenta de otras tantas cosas que he adquirido de la misma forma, con los mismos resultados:
Un cuchillo en una tienda de chinos: 0,90€ Resultado: el mango se ha separado, tras una semana de supervivencia, del resto de su cuerpo.
Una bufanda en las Rebajas: 2€ Resultado: Pasadas dos semanas se ha llenado de bolitas.
Una canción de Lady Gaga en iTunes: 0,99€ Resultado: sin comentarios.
Cara B: El boomerag
Decidí concluir esta etapa entregándome a la evidencia, no sin antes tratar de hacer un poco de “autoexamen” de conciencia.
Descubrí que me había olvidado de pensar en el origen de las cosas, del trabajo que implica construirlas, de la dedicación o ausencia de ésta con la que se fabrican.
Entonces, yo que tanto protesto y grito a los cuatro vientos que detesto la forma de vida hiper-consumista a la que hemos llegado, y que tanto promulgo el valor humano de los objetos, fui consciente de que mis palabras, si no las asumo y las practico, no son más que palabrería. Si uno quiere cambiar el mundo, tiene que empezar por cambiar él mismo.
De modo que, tras llegar a este punto de “clarividencia”, y en compensación por los errores asumidos, me decidí a prestar los 25€ que calculé que me había gastado en “chollos”, a través de un sistema de microcréditos y aportarlos en algún proyecto interesante para enmedar mis actos. Me llamó la atención un grupo de mujeres africanas que están iniciando una nueva empresa y para la cual, solicitaban la aportación de fondos de aquellos que estuvieran interesados en hacerlo. Puse mis 25€ con la alegría de saber que ellas utilizarían mucho mejor que yo dicha cantidad.
Y como la vida, ya sabemos, actúa en su propia forma y a su ritmo, al día siguiente de mi “cambio”, recibí un regalo de una amiga: un collar precioso, hecho a mano por un grupo de mujeres africanas, que no sólo me llenó de alegría por lo bien que me conjunta con mi camiseta favorita, sino que me hizo darme cuenta de que en la vida, aunque no nos demos cuenta, existe una especie de fuerza, de boomerang invisible, que te devuelve las intenciones con total naturalidad. El dinero, como todas las cosas, también tiene dos caras.
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