En Orlando, Florida, se inauguró esta semana la sesión anual de CPAC (la Conferencia de Acción Política Conservadora) en donde tradicionalmente se presentan los precandidatos presidenciales republicanos para las próximas elecciones, se delinean aspectos programáticos e ideológicos y abren canales para la financiación del partido y de sus respectivas campañas, entre otras cosas.
Una imagen captura el horrible deterioro del partido Republicano: Trump el becerro de oro, una estatua dorada del expresidente. Está vestido de atleta con los colores patrios. La trajeron al podio del evento y se convirtió inmediatamente en foco de interés. Y también, es fuerza decirlo, adoración, por parte de los presentes.
Se agolparon alrededor del becerro. Se sacaron selfies a su paso. Cuchichearon y susurraron a su alrededor los presentes, delegados o participantes del evento. Hombres (blancos) jóvenes en pantalones cortos; mujeres (rubias) sonrientes y triunfantes. Fotos, fotos. Sonrisas de goce.
¿No leyeron la Biblia? ¿No se supone que son devotos cristianos? ¿No entienden el simbolismo? ¿No se dan cuenta de que son idólatras?
Quizás. En todo caso, no les molesta. Porque es la verdad. El partido Republicano después de la derrota electoral es no menos peligroso que antes.
En horas tendremos la ocasión de presenciar el primer discurso del autócrata Trump desde que se escabulló de la Casa Blanca con tal de no ver ni darle la bienvenida al presidente Biden, el 20 de enero. El primero desde que está en su «exilio» en su estancia de Mar-a-Lago jugando golf y quejándose.
Trump hace su retorno al centro del accionar político del país.
Precedido por el idólatra, grotesco, genial Trump becerro de oro a su imagen y semejanza.