En un mitín en Houston, Texas, el presidente Donald Trump se definió como nacionalista. Una aseveración que inmediatamente produjo comparaciones con la ideología nazi.
En la reunión política a la que asistió con el objetivo de apoyar la reelección del senador Ted Cruz (R-Texas), Trump dijo “¿Saben lo que soy? Soy un nacionalista. Usen esa palabra.” Al día siguiente, Jim Costa, un periodista de la cadena CNN, le preguntó en la Casa Blanca si lo que había dicho implicaba un mensaje en código dirigido a ciertos sectores extremos del nacionalismo racial.
“Nunca escuché esa teoría…” dijo Trump. “…Yo estoy orgulloso de nuestro país y soy un nacionalista. Es una palabra que no ha sido usada bastante…” Pero por más que Trump quiera redefinir palabras o teorías, es más que claro que la intencionalidad de su afirmación está conectada con un guiño a los sectores más extremos de la derecha conservadora que promueven una agenda intolerante y racista.
El nacionalismo es una mala palabra
En el discurso político de las democracias liberales el nacionalismo es una mala palabra. Tiene connotaciones que nos llevan a experiencias horrorosas en otras geografías y en otros tiempos. El ejemplo más dramático, en su variante extrema, se dio en la Alemania de la década de 1930.
Confrontando la debilidad de las instituciones democráticas de la República de Weimar, una hiperinflación destructora, la desmoralización por las desproporcionadas sanciones del Tratado de Versalles y el temor por el crecimiento del comunismo, un considerable sector de la sociedad alemana apoyó a un excéntrico ex cabo que prometía que haría que Alemania volvería a ser fuerte.
El ex cabo, por supuesto, era Adolfo Hitler y sus tropas de choque atropellaban y asaltaban a la oposición política y a grupos raciales, como los judíos, a quienes consideraban inferiores. Poco a poco, destruyeron las instituciones democráticas, cerraron el Congreso, amordazaron a la prensa, impusieron su proprio poder judicial y, con el apoyo de la ciudadanía alemana, impusieron un sistema totalitario.
Una ideología de opresión
La ideología detrás de este sistema totalitario ya había sido expuesta en el Mein Kampf. Era nacionalismo puro. Una versión extrema de nacionalismo, denominada nacional-socialismo, que argumentaba que los alemanes arios tenían un destino manifiesto. Un destino, Lebensraum,que les daba un derecho histórico a extender su dominio a aquellos territorios donde la raza aria se encontraba. Y así fue como el dominio alemán se extendió a Austria, Checoslovakia y Polonia.
Trump tiene récord de apoyar a racistas
Donald Trump no es la primera vez que se asocia con racistas. En su momento se negó a criticar a David Duke, el líder del Klu Klux Klan, cuando el Gran Wizard decidió apoyar la candidatura de Trump. La lista de ejemplos sigue y es bien larga. Pero en los últimos tiempos se destaca sus declaraciones defendiendo a racistas nacionalistas que generaron caos en Charlottesville, Virginia, en agosto de 2017, que causó la muerte de un manifestante.
Así que cuando Trump dice que es un nacionalista nadie puede engañarse. Lo dice porque quiere que sus palabras lleguen a los sectores más intolerantes de nuestra sociedad que, sin duda, son leales defensores de la ideología nacionalista del presidente. Quiere que los Dukes de este mundo sepan que el presidente está con ellos, aunque no lo pueda decir directa y claramente. Él es un nacionalista, un verdadero nacionalista. Un nacionalista que recién empezó su tarea de cambiar el país para siempre.