Es común que los presidentes sean reelectos para un segundo término si la economía está de su lado. En la historia reciente solo el republicano George H.W. Bush en 1992, el demócrata Jimmy Carter en 1980 y el republicano Gerald Ford en 1976 se convirtieron en presidentes de un solo período. Factores económicos jugaron un papel importante, aunque asuntos de política exterior —en el caso de Carter— y el perdón al presidente Richard Nixon tras el escándalo de Watergate —en el de Ford—, también incidieron en los resultados en su contra.
Preparando al electorado
Consideración aparte merece, por supuesto, la maleabilidad del electorado estadounidense, que más que elegir a partir de la ideología, suele votar muchas veces con base en el culto a la personalidad, desde la mejor sonrisa de un candidato, el gesto más austero de otro, el eslogan más llamativo de uno más, hasta la retórica más antiinmigrante de alguien que llene las expectativas de supremacía de una buena parte del votante, como en los comicios presidenciales de 2016. Vender un candidato ante un consumidor político ha resultado ser una virtud de los propagandistas estadounidenses.
En efecto, el año entrante se decidirá si Donald J. Trump es reelecto en su controvertida presidencia y, de momento, tiene dos factores importantes a su favor: la economía, por ahora, está en buen estado; y Trump es el titular del poder Ejecutivo, otro elemento que favorece a quienes buscan reelegirse. Se suma a ello el infalible factor de fomentar una actitud bélica entre el sector más patriótico de la nación, buscando un enemigo foráneo ad hoc para desencadenar la siempre latente guerra de turno, que también produce votos, además de balas.
Es decir, lo impresionante de Trump es que, a pesar de sus bajos índices de aprobación, ninguno de sus escándalos y controversias lo ha lastimado al grado que pueda ponerse en peligro su reelección. Es como si el pacto de silencio en torno a sus escándalos y actitudes antiestadounidenses, por parte de quienes le solapan y justifican todo, se hubiese convertido en un muro protector más grande que el que pretende construir en la frontera sur.
Un momento histórico
Lo anterior, entonces, nos lleva a preguntarnos quién está mal: ¿Trump? ¿Quienes lo apoyan a pesar de sus constantes mentiras, escándalos, acciones que rayan en la ilegalidad o que de plano son ilegales, argumentando que si la economía está bien, qué importa lo que diga o haga el mandatario? ¿El otro porcentaje que no apoya a Trump ni sus excesos, pero que en 2016 no le importó quedarse en casa y no votar? ¿O todos los que se van insensibilizando al grado de que todo les vale?
Es precisamente este escenario en el que el futuro de Estados Unidos se debate en este preciso momento: no es una cuestión de principios o de voluntades individuales, sino de consecuencias históricas apropiadas al siglo en que nos encontramos que sirvan como modelo de futuras sociedades, ya sea que tiendan a una evolución más equitativa en todo los órdenes o a una involución desproporcionada que intente perpetuar el divisionismo.
La hipocresía de los conservadores
Esa dicotomía mantiene en vilo todos los pronósticos del país que quiere ser Estados Unidos, hundido ahora en una mezcla de ceguera y apatía que ha llevado a Trump a colocarse donde está, a pesar de su olímpico nivel de hipocresía en temas que los conservadores clamaban como suyos.
Por ejemplo, esos conservadores que se jactaban de tener sus impuestos al día y eran los primeros en condenar a quienes rehuyen su responsabilidad con el fisco, señalando falsamente a los indocumentados que sí pagan todo tipo de impuestos, ahora le rinden pleitesía a Trump, un evasor fiscal que se ha rehusado a mostrar su historial tributario, solapándolo hasta increíbles niveles de malabarismo retórico como si fueran cómplices de alguna fechoría de juventud.
Los conservadores que también se jactan de defender a los soldados y tienen como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas a un individuo que dijo padecer de espolones para evitar servir en la Guerra de Vietnam, y que fue más allá al insultar a un héroe de guerra, el senador republicano de Arizona, John McCain; situación que pone de revés todo discurso habido y por haber en torno a quienes con toda valentía y honestidad ofrendan su vida en un campo de batalla para seguir sosteniendo la idea y la realidad de un Estados Unidos para todos, no para uno: E pluribus unum.
Los mismos conservadores que defendían a capa y espada la ley y el orden, se rinden ante Trump, que ha utilizado la presidencia para minar a todas las agencias del orden público de esta nación, incluyendo el FBI, y a las agencias de espionaje, como la CIA y la NSA, en las que se inspiraba todo modelo de defensa y protección del país que ha llegado a ser en la historia humana contemporánea.
Hasta se olvidan lo que predican
Esos mismos conservadores que son tan dados a predicar de moral con la Biblia en la mano, defienden a Trump que parece haber violentado muchos de los mandamientos que ellos tanto defienden. Los mismos religiosos a los que no los mueve a acción ninguna de las inmoralidades que se han cometido contra familias y niños migrantes en la frontera; conservadores a los que nada dice la muerte de seis menores centroamericanos en custodia de las autoridades migratorias, ni se escandalizan al darse a conocer que se mantuvo oculto durante ocho meses el deceso de una niña salvadoreña en Nebraska en septiembre de 2018, tras ser detenida en la frontera en marzo de ese año.
Y son los mismos conservadores que piden a gritos el muro en la frontera y señalan a los indocumentados como la raíz de todos los males en este país y vitorean a Trump cuando afirma que los sacará a todos del país porque “Estados Unidos es primero”; pero luego guardan silencio cuando la prensa revela que Trump emplea a indocumentados en sus diversas empresas, incluyendo hoteles, campos de golf y viñedos. Y que no solo los usa, sino que los explota.
En fin, que solo queda esperar para ver si en 2020 la buena economía tiene más peso en las urnas que todas las hipocresías de Trump juntas.