Las fronteras del odio en Estados Unidos parecen claras y firmes, pero a veces se desdibujan. A veces podemos percibir la humanidad de la gente del otro lado. Y otras veces, los miramos con cariño, porque son nuestros padres, hermanos o amigos íntimos.
Banderas de MAGA en West Virginia
Hace unos años viajábamos en un auto alquilado de Washington DC a Columbus, Ohio. En el camino atravesamos poblados del estado de West Virginia. Vimos, casa tras casa, carteles de apoyo a Donald Trump, a MAGA, y múltiples camionetas con banderas de la Confederación junto con banderas de Estados Unidos. No era época de elecciones; de cualquier manera la identidad política desbordaba.
Es el país de Trump. Uno de los centenares de condados del país en donde el 75% o más de los votantes lo hicieron por él en 2016 y en 2020. Y lo harán de nuevo en 2024.
¿Quienes son estos estadounidenses? ¿Cómo puede ser que, siendo tantos, difícilmente los reconocemos? ¿Que estamos tan, pero tan alejados?
Recuerdo una breve entrevista que, en aquella zona, hicieron a un grupo de hombres en vísperas de las elecciones de 2008 que llevaron a Barack Obama a la presidencia.
“Y además no lo quiero como presidente porque es un n…”, dijo uno de ellos. “Sí, me escuchaste bien, n…, eso es lo que es”.
Parecería que el tiempo se detuvo en esta zona del país, y que todavía estamos en las postrimerías de la Guerra Civil.
Por lo menos es lo que se puede deducir de los remanentes de cultura esclavista y racista en partes de Virginia, West Virginia y los estados del Sur.
No empezó con Trump
Son sentimientos que se sublimaron con los años pero que nunca desaparecieron. La hostilidad y el racismo criminal, asesino, de la esclavitud se filtraron y aplicaron a otras minorías históricas. Ahí estuvieron siempre. Relegados, pero vivos.
Declaraciones y eventos que para nosotros son causa de un estremecimiento de repudio y rechazo para el otro lado son epifanías de una verdad propia, absoluta y que estuvo relegada por años.
Al anunciar su candidatura a la presidencia, el 15 de junio de 2015, dijo como recordamos:
“When Mexico sends its people, they’re not sending their best. […] They’re sending people that have lots of problems, and they’re bringing those problems with us. They’re bringing drugs. They’re bringing crime. They’re rapists. And some, I assume, are good people”
“Cuando México envía a su gente, no están enviando lo mejor. […] Están enviando gente que tiene muchos problemas, y nos traen esos problemas. Están trayendo drogas. Están trayendo el crimen. son violadores Y algunos, supongo, son buenas personas”
Esta expresión definió quién era Trump, el candidato presidencial, y en qué medida se había alejado de Trump, el agradable multimillonario y estrella del espectáculo, y marcó la naturaleza de la división partidista actual en nuestro país. De un lado, quienes le aplauden con un entusiasmo absolutamente sin precedentes. Del otro lado… del otro lado, nosotros.
Con O.A., he sido amigo cercano por más de 30 años. Compartimos país de origen, historias personales, gustos y aversiones. Fuimos vecinos. Trabajamos juntos. No recuerdo que habláramos de política, y si lo hacíamos, era sobre nuestro terruño. Hasta 2017, no importaba; lo tomábamos con buen humor. Desde entonces, nos alejamos. “Yo amo a Trump y tú lo aborreces”, me dijo. Y luego “Ustedes los izquierdistas son todos iguales”… “ya los he investigado en internet”. Desde hace años que, por eso, no nos vemos. En las fiestas, en nuestros cumpleaños nos escribimos palabras antiguas que suenan vacías.
Trump nos separó. A los 70 años, es una lástima.
Pero yo sé que es una buena persona.
La hostilidad en el camino
Durante años, nos hemos especializado en el análisis de las fuerzas del mal, las que emanan de Donald Trump y se esparcen por un segmento importante de la población.
Así como nos chocó cuando nos enteramos del grado de extremismo, hostilidad y organización que los neonazis habían alcanzado desde que Trump los legitimizó. Recordemos cuando el 11 de agosto de 2017, centenares de neonazis estadounidenses y sus simpatizantes desfilaron por las calles de Charlottesville, Virginia, con sus banderas, atuendos, saludos característicos y lemas como “los judíos no nos remplazarán”. Al término uno de ellos arrolló adrede un grupo de contramanifestantes y mató a Heather Heyer una mujer de 32 años, e hirió a otros 35.
Múltiples protestas surgieron en todo el país y uno por uno, los líderes, tanto demócratas como republicanos, condenaron a los grupos extremistas.
Menos Donald Trump.
El hoy ex presidente, cuya función era la restauración de la normalidad, cuya misión era consolar a los deudos, efectivamente inició su alocución al país diciendo que estaba listo para iniciar la sanación nacional. Pero poco después al condenar una “muestra atroz de odio, fanatismo y violencia”, agregó “en muchos lados”. Levantó la vista del discurso y repitió “en muchos lados”.
Aclaró poco después: “Creo que hay culpa en ambos lados. Miras, miras a ambos lados. Creo que hay culpa en ambos lados, y no tengo ninguna duda al respecto… también había gente que era muy buena gente en ambos lados”.
Desde entonces los nazis utilizan la frase para afirmar que de hecho, su héroe, Trump, está de su lado.
Piensan que son víctimas
A nosotros, esa comparación nos chocó hasta la médula. Corrimos a comparar los antecedentes en los libros de historia, antecedentes, con, claro el ascenso de Adolf Hitler al poder.
Pero para muchos de los seguidores de Donald Trump la comparación era normal.
La realidad que “ellos” ven es muy distinta de la que nosotros percibimos. Ahí, nosotros somos los anormales.
A pesar de ser los heraldos del odio en Estados Unidos, se consideran víctimas de un conjunto de seres diabólicos como por ejemplo George Soros el multimillonario judío húngaro sobreviviente del Holocausto, que apoya causas liberales y es el símbolo odiado del antisemitismo, y otros.
Aunque son la mitad del país, e incluso cuando tenían el poder total, piensan que son víctimas de los medios, del gobierno – incluyendo las legislaturas y el poder judicial – cuando se expresa en su contra; de los intelectuales y en especial los profesores y alumnos de escuelas de “elite”. Contra la izquierda real y la imaginaria, como las huestes de “Antifa” que según ellos fueron los verdaderos invasores del Congreso en Washington el 6 de enero de 2021.
Cuestiones de vocabulario
Esgrimen un vocabulario propio, agresivo y terminante, que adoptaron personajes como el gobernador de Florida Ron DeSantis. Como la palabra “woke” con que denominan al “enemigo” y que originalmente designaba a alguien que es alerta a los prejuicios raciales y la discriminación, pero que fue apropiada por la extrema derecha para agregarle el elemento del desprecio y la hostilidad.
De la misma manera que el término “fake news” fue originalmente acuñado por el New York Times para calificar las múltiples mentiras de Trump, y que fue apropiado por él mismo para significar lo contrario.
Se revuelcan, porque sienten que el odio contra ellos no es justo. No es justa la hostilidad contra Trump.
Tanto, que popularizaron un término para definirla: “Trump derangement syndrome”, Síndrome de trastorno de Trump. Quien se opone a Trump, está loco. O, dicho de otra manera, para oponerse a Donald Trump, hay que ser loco. O malvado.
Hasta un analista como Fareed Zakaria lo definió así: “el odio al presidente Trump es tan intenso que afecta el juicio de las personas».
Pueden ejercer esa deshumanización, esa hostilidad. Pueden hacerlo, y sus líderes, pueden estimularlo. Y lo hacen. Aunque no tengan el apoyo de la mayoría del país. Porque desde hace muchos que no buscan convencer a la mayoría de los votantes para ganar los puestos electorales. En cambio, se basan en que sus simpatizantes salgan a votar en números extraordinarios, mientras que piensan que a los rivales… a los rivales no hay que dejarlos votar, o al menos, tratar de limitar su derecho a hacerlo.
Y si uno recorre las fuentes trumpistas, descubre que esa visión que tienen de sí mismos como víctimas y no como originarios del odio es característica de su conducta, y un motivo más por el que el diálogo y el convencimiento en este momento no existen.
Y se impone una visión trastornada del futuro en donde solo el choque llevará a un cambio.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.