Trump aviva el fuego del extremismo en una relación simbiótica con los nazis estadounidenses
Desde que ingresó al mundo político en 2015, Donald Trump jugó exitosamente entre los extremos. Sin una verdadera ideología, su único norte ha sido la conveniencia personal, su lucro y el orgullo insaciable de un narcisita patológico. Es decir, que aunque durante sus largos años como magnate de bienes raíces en Nueva York lo consideraban un liberal, ha estado demostrando lo antes dicho a medida que la toma del poder presidencial se ha convertido en el eje principal y único, del resto de su vida.
Por ello expresó repetidamente comprensión, apoyo y solidaridad con los elementos más reaccionarios de la derecha estadounidense, simplemente porque, decía, “me aman”, mientras que al mismo tiempo clamaba desconocer su ideología.
Esta actitud se ha ido exacerbando y seguramente lo será más a medida que se comienza a debilitar el fatal asidero con el que ha tenido prisionero al partido Republicano, que hoy no constituye más que una cáscara vacía, cada vez más estridente y violenta y desprovista de todo contenido que no sea el temor a Trump. Este temor, a su vez, se basa en la adoración que le profesan tanto la llamada «base» republicana, es decir los hombres mayores de 40, de raza blanca, de educación secundaria, de ingresos bajos a medios, residentes de áreas rurales, como los evangelistas a través de sus iglesias, especialmente en el Sur. Y también, cada vez más, el subgrupo católico de los supremacistas blancos.
La adoración convirtió lo que era inicialmente una conveniencia política – Trump aseguraba para los jerarcas republicanos el poder; Trump posibilitaba para los ideólogos de la religión el cumplimiento de su sueño dorado de prohibir los abortos y otras metas – en una relación simbiótica, cuyos vasos comunicantes son el odio cada vez más manifiesto contra el otro: demócratas, especialmente sus líderes; afroamericanos, periodistas, judíos, gente LGBT y por supuesto, inmigrantes indocumentados y por analogía, los latinos.
Le ha sido patológicamente imposible entonces a Trump salir de esta camisa de fuerza en la que ansiosamente se metió para obtener la presidencia. Es incapaz de abrir la puerta que lo devuelva a la cordura, aunque tenga la llave en el bolsillo. En la práctica eso se manifiesta por su selección de aliados, cada vez más de derecha, lunáticos y nazis que gracias a él han aumentado veintes veces su poder.
Así sucedió durante la fatal marcha neonazi de Charlottesville, Virginia en 2017 cuando declaró enfáticamente que “hay muy buena gente en ambos lados”.
También lo hizo cuando en 2016 se negó a repudiar el apoyo el entonces líder del Ku Klux Klan David Duke a su candidatura presidencial. O en 2021 cuando instó públicamente a sus fanáticos del grupo armado Proud Boys a esperar sus órdenes. Sí, porque en medio de un debate presidencial con Joe Biden, tanto los moderadores como el hoy presidente le pidieron que repudiara a la organización, cosa que finalmente no hizo.
Y después de años de guiñarle el ojo a los adeptos de la monstruosa teoría conspirativa QAnon – para quienes el mundo está en manos de un culto satánico de pedófilos demócratas – la está adoptando abiertamente.
Esta misma semana, se encontró en su mansión de Mar-a-Lago en Florida con una importante «teórica» de la conspiración de QAnon, Liz Crokin, quien compartió fotografías de ella y Trump en las redes sociales en un evento supuestamente organizado para recaudar fondos en el combate contra el tráfico de niños.
En el texto, Crokin se ufana de haber introducido al debate la cuestión de «Pizzagate», una falacia alocada según la cual los sacrificios de niños en los que tomaba parte Hillary Clinton se llevaban a cabo en una pizzería en Nueva York, lo que motivó a un «simpatizante» de la causa a irrumpir al local armado hasta los dientes, demandando liberar a los chicos.
Todo esto ha callado Trump. Pero ahora, como vemos, ya no calla: se hace parte. En septiembre, publicó una foto de sí mismo llevando una escarapela de Q alusiva a su victoria final cuando sus oponentes serán supuestamente ejecutados en televisión en vivo.
Estos grupos participaron en el asalto al Capitolio durante la fallida insurrección del 6 de enero de 2021.
Es así como el expresidente busca la solidaridad de sus seguidores más leales en un momento en que enfrenta investigaciones cada vez más intensas y posibles rivales dentro de su propio partido. Nuevamente: es dable suponer que a medida que se debilita su asidero en el poder su reacción sea más vil y peligrosa. No lo digo yo, sino su sobrina, la psicóloga Mary Trump, autora de un libro contra su tío: Too Much and Never Enough: How My Family Created the World’s Most Dangerous Man.
Hace tres semanas fingió ignorancia respecto a la invitación que extendió a dos reconocidos antisemitas y adalides del supremacismo blanco: el cantante y empresario Kanye West y el político Nick Fuentes, a cenar con él en su mansión en Florida. Una ignorancia siempre, siempre, acompañada por un guiño que sus fanáticos, ululando al unísono sus aullidos, comprenden perfectamente.
Respecto a Nick Fuentes, durante años, sus insultos contra inmigrantes, afroamericanos, judíos, musulmanes, mujeres, personas LGBTQ, han tenido resonancia e influencia. Ayudaron a que la extrema derecha estadounidense se plasmara y consolidara su identidad racista y virulenta.
Y si Trump podría pretender desconocer a este huésped, no puede decir lo mismo respecto a Kanye West, cuyas declaraciones por el nacionalismo cristiano y contra los miembros de la comunidad judía han tenido eco en otros “influencers” afroamericanos. Ahora está armando una campaña presidencial para 2024.
Qué podemos decir de West. Se presentó con la cabeza envuelta en una media negra en el programa líder de la derecha estadounidense, el de Alex Jones, para decirle que «soy simpatizante de los nazis» y de Adolfo Hitler, que «inventó la supercarretera». Hasta Jones tuvo que callarlo.
También él acelera su descenso al precipicio del infierno de los nazis, inconsciente quizás de que, así como al juez de la Suprema Corte Clarence Thomas, no puede borrar el color de su piel, motivo suficiente para que sea considerado como poco más que un idiota útil por ellos.
Ante las cada vez más lunáticas declaraciones de West, Trump se esconde detrás del silencio y el desprecio; ha enviado a portavoces capaces de explicar, excusar o justificar su decisión.
Pero no se ha retractado o disculpado, a pesar de que los líderes republicanos de la comunidad judía le han rogado que lo hiciera. Se negó a hacerlo directamente, o a través del silencio, al no atender sus llamadas. La barrera del silencio incluye a su yerno Jared Kushner, y ni qué hablar de su hija Ivanka Trump, que se convirtió al judaísmo.
Lamentablemente, no menos preocupante respecto al crecimiento de la derecha neonazi en la política estadounidense; es ver cómo Elon Musk, el nuevo dueño de Twitter, coquetea con ella y le permite crecer dentro de su plataforma de 400 millones de usuarios.
Es necesario entonces condenar enérgicamente las acciones de Trump en su sueño de volver al poder a como dé lugar, que siguen sembrando la división y discordia en nuestra sociedad y haciendo lícitos puntos de vista que solo auguran violencia y destrucción.
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