Experimenté, después de 37 años y un millon de millas, el rito de iniciación como conductor.
Tuve un accidente automovilístico.
Estoy bien, gracias. Me duele la espalda, el cuello… la doctora dijo que en el momento del choque el cuerpo se contrae, «protegiendo los órganos vitales», y que después, días después, al relajarse, los músculos acusan esa rigidez con dolor.
Más duele el orgullo, eso sí. Primer accidente.
Persiste la impresion de la súbita y extrema violencia del choque. Es difícil describirlo. Asusta.
Sucedió durante la hora pico, cuando las carreteras están taponadas. Detenidos por largos minutos, los conductores sacuden la modorra acelerando al máximo cuando tienen un mínimo espacio para avanzar. Finalmente, chocan.
En Los Angeles y sus alrededores, hay centenares de choques por dia. Basta abrir el sitio de internet de una agencia policial para ver sus informes, minuto tras minuto.
Y si no hay heridos, a menudo no entran en las estadísticas policiales.
Alimentan las legiones de personas que se ganan asi la vida. Agentes de seguro en sus diferentes funciones, tasadores, conductores de grúas, mecánicos, quiroprácticos. Unos se recomiendan a los otros y aseguran una tajada del dinero que invariablemente cambiará de manos.
Pasan en una fracción de segundo, que después uno evocará repetidamente, tratando con el pensamiento de cambiar la realidad, infructuosamente.
Y por una tontería, un error, un defecto vehicular, una falta de atención. Aquí, aquí y aquí se siegan vidas, cortan futuros, estallan tragedias.
Mi accidente es bastante malo. Perdí mi coche; hay cuestiones legales… Pero podría haber sido peor.
Un hombre en un SUV se agacha mientras maneja para recoger su receptor BlueTooth que se le cayó de la oreja y choca a un carro más pequeño donde viaja una niña.
Un joven estaba escribiendo un mensaje de texto, dicen los investigadores forenses, cuando embistió frontalmente otro vehiculo.
Una señora mayor presiona el acelerador en lugar del freno y se estrella en un restaurante.
En el Sur de LA, un peatón es arrollado por tres vehículos, uno tras otro. Dos conductores huyen. El tercero se detuvo para ayudar y es linchado por un grupo de vándalos.
Como todo en esta megaurbe, reducir el problema requiere invertir gigantescos recursos públicos.
En cambiar la cultura popular, ensismismada por la velocidad inaudita que infiere aplicar una pequeña presión sobre el acelerador.
En la educación que no enfatiza suficientemente adquirir habilidades imprescindibles para preservar la vida, como la conducción defensiva o preventiva.
En combatir la locura de beber y manejar tomada como un superlativo del machismo.
En construir vialidades que desahoguen el tránsito para que trasladarse por la ciudad no sea un ejercicio de supervivencia.
En desarrollar el transporte público, cuyas ventajas son incontables.
Es gracias a todo esto y las mejoras tecnologicas en los automoviles, la cantidad de accidentes fatales ha caido en California de 5,192 en 1990 a 3,434 en 2008, segun la oficina del Censo.
Pero, hoy la tendencia es a la inversa, de reducir esos recursos.
Nos queda entonces mejorar, uno por uno. El Departamento de Motores y Vehículos de California detalla los factores que hacen a un conductor peligroso. Habla de chicos de 16 a 19 años, el grupo con mayor incidencia de accidentes, pero nos incluye a todos. Entre ellos: baja percepción de riesgo («a mí no me va a pasar»; «sé cómo evitarlo»); detección deficiente de peligros («no es nada»); toma de riesgos innecesarios (acelerar, pegarse al auto por delante, cruzar en luz roja, violar señales de tránsito, doblar cuando no se puede, pasar a otro cuando es peligroso) y alcohol y drogas.
Lo dicho: me sumé a una nueva comunidad. Qué lástima.
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