Como Barack Obama en 2008, Joe Biden llegó a la presidencia prometiendo una reforma migratoria que lleve a la ciudadanía a millones de quienes hoy son indocumentados, viven y trabajan en Estados Unidos.
Promises, promises…
Una vez más, encendió las esperanzas de la comunidad latina. Muchos votaron por él movidos por esas esperanzas. Muchos salieron de su prolongado silencio y ejercieron por primera vez su derecho al voto. Por él. Por eso.
Y efectivamente, en su primer día en la Casa Blanca, el presidente Biden envió al Congreso un plan migratorio general para la legalización de los 10 millones de indocumentados que viven y trabajan en Estados Unidos. Firmó además seis órdenes ejecutivas que revirtieron las prácticas crueles del régimen de Trump y llevaron a una política más humana.
Pensábamos entonces que la reforma migratoria sería tratada con la misma urgencia que, por ejemplo, la recuperación económica.
¿Y desde entonces?
Es cierto, el lenguaje antiinmigrante se suavizó. Los inmigrantes ya no son asesinos y violadores como bajo Trump.
Pero la reforma migratoria no ha avanzado.
La reforma migratoria no avanza
¿Por qué? Lo preguntan legisladores latinos que visitaron a Biden en nombre de la comunidad. Lo preguntan las organizaciones comunitarias bajo cuyo liderazgo millones de personas se movilizaron en apoyo a la reforma.
Y lo preguntan los mismos inmigrantes.
¿Qué los detiene? Dicen que quienes ahora apoyan a Biden se van a echar atrás si insiste en la reforma migratoria.
Que los republicanos pondrán el grito en el cielo y las esperanzas de una cooperación bipartidista se esfumarán.
Que no hay mayoría para una ley migratoria porque varios senadores demócratas votarán en contra.
Son excusas: los republicanos votan en masse contra todo lo que traiga Biden (con excepción de una senadora).
Esas excusas pretenden que la mayoría del público estadounidense es hostil a los inmigrantes. Que la postura de los que apoyan la reforma es minoritaria.
No lo es.
Cambiaron las actitudes
Según esta reciente encuesta de Gallup, mientras que históricamente y hasta el año 2000 el porcentaje de quienes aceptaban un incremento en la inmigración nunca superaba el 10% (generosamente), desde entonces subió. Actualmente, como se puede ver en la gráfica, se igualan quienes quieren reducirla, aumentarla o dejarla como está.
Al mismo tiempo, en otros ámbitos la división dentro de la población es clara y tajante. La mitad para un lado, la mitad para el otro.
Sin embargo, es cierto que la inmigración no es el tema delicado o divisivo que se pretende. El 74% de los votantes probables apoya un camino ganado hacia la ciudadanía, por ejemplo, para los «Dreamers». Y republicanos moderados como el expresidente Bush apoyan abiertamente la legalización de los indocumentados.
Trump, otra vez Trump
¿Quién se opone? Trump, por supuesto, quien a mediados de abril acusó al actual presidente de desencadenar “una avalancha masiva de inmigración ilegal en nuestro país como nunca antes habíamos visto”. Y luego dijo que “muchos de quienes vienen en esta incursión masiva tienen prontuarios criminales o tienen o están diseminando el COVID”.
¿Pero qué otra cosa se esperaba de Trump, derrotado y furioso y deseoso de ocupar los titulares una vez más y para siempre?
Pero quien domina la agenda doméstica es el actual presidente. A él le toca impulsar el cambio.
Las excusas, entonces, esconden la falta de agallas políticas para dar el salto y tomar una decisión que está esperando ya décadas y que beneficiará al país. Algo que lo saben Biden, sus secretarios, los demócratas en ambas cámaras y muchos de los republicanos que pretenden otra realidad.
Este es el momento de retomar la acción en el Congreso y la Casa Blanca por la reforma migratoria, mientras la comunidad latina aún tiene paciencia y ve este gobierno con alivio y simpatía.