Una nueva dimensión epistemológica
No fue la teología judeo-cristiana la que abrió las puertas a los inventos y descubrimientos que condujeron a la Revolución Industrial, a la Ilustración y a las instituciones democráticas contemporáneas. Por el contrario, fue una visión anticlerical que se asentó en el paradigma de la razón y no en el oscuro dogma medieval.
Los técnicos, los profesionales, los intelectuales que construyeron la arquitectura física y social de nuestro mundo industrial y post-industrial se han educado, entrenado y aplicado conocimientos que son producto del discurso asociado con el positivismo y el método científico de grandes filósofos como Francis Bacon, Auguste Comte y sus descendientes.
¿A quién contratamos para que construya un edificio? ¿A un amigo o a arquitectos e ingenieros? ¿A quién recurrimos cuando nos deben operar? ¿Quién de nosotros sabe construir un microondas, un celular, un automóvil?
Nos guste o no nos gusten y aunque sean arrogantes, egocéntricos, aburridos o manipuladores, las complejas sociedades industriales dependen de estos expertos que operan en un sistema de división del trabajo weberiano en el que especialistas mantienen la funcionalidad del cuerpo social.
Pero en el seno de este nuevo mundo de la Revolución Informática y del internet democratizador, se está creando un nuevo universo epistemológico. Cualquiera con una computadora o un ´smartphone´, en pocos segundos, puede obtener una cantidad inmensurable de información.
El problema es que junto a artículos académicos que debaten la teoría de la subjetividad de Michel Foucault o el surrealismo de André Breton, a solamente media pulgada está esa otra tecla de la computadora que nos lleva a sitios con medias verdades. Sitios que tienen el atrevimiento de proponer teorías de jardín de infante como grandes revelaciones que, para quien es intelectualmente miope, resultan fascinantes. Generalmente, incluyen porciones de verdades universales que tienen el objetivo táctico de darle legitimidad a un argumento y, al mismo tiempo, porciones de ficción disfrazadas de realidad factual. Esa combinación tramposa es lo que degenera los conceptos.
La búsqueda espontánea, azarosa y sin ningún rigor, en sitios como Google, Wikipedia, Facebook, suele ser una gimnasia mecánica de ´search-copy-paste´ de párrafos y estadísticas seleccionados selectivamente que, al final, produce información callejera, vestida de salón aristocrático, que empodera a muchos a sentirse un Nietzsche o un Sartre.
Así es como, de pronto, sin mucho análisis de por medio, cualquiera puede cuestionar el diagnóstico del médico, criticar la presentación del maestro, pulverizar al legislador. Se sienten ingenieros, sociólogos, filósofos.
Y con esa patética arrogancia y el maravilloso internet, lamentablemente, parece haberse cumplido esa profecía del tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, que dice: “…Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor / Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador / Todo es igual, nada es mejor / Lo mismo un burro que un gran profesor…”
La ignorancia como terreno ideal del oscurantismo
Una encuesta de Public Policy Polling, en 2015, preguntó si se estaba de acuerdo con que la fuerza aérea estadounidense bombardeara Agrabah. Casi un tercio de republicanos (30%) y un quinto de demócratas (19%) apoyaron el bombardeo sin cuestionamiento alguno.
Lo fascinante es cuando se descubre que Agrabah no existe. Es una ciudad ficticia en la película Aladino que el Estudio Disney filmó en 1992 y que, en esa encuesta, sirvió para exponer la ignorancia de algunos estadounidenses.
Nada sorprendente si se considera que, de acuerdo a Gallup Poll, 31% creen en fantasmas y 22% en brujas. Si con cierta picardía agregamos unos pocos puntos más, los números coinciden con el porcentaje de fieles seguidores de Donald Trump.
Son como zombies en un mundo nebuloso y lobotomizado. Se entusiasman con la foto de un OVNI en la portada del Enquirer, se sienten que están informados porque escuchan las arengas de Sean Hannity en Fox News, aplauden a Rush Limbaugh cuando despotrica contra minorías raciales.
Estos son clientes ideales a quien se les puede vender espejuelos y baratijas sin mucho esfuerzo. Y son los que, debido a la complejidad de la realidad económica, social y política, se prestan inocentemente para que líderes carismáticos del marketing político, los embauquen con slogans pomposos que tienen poco o nada de la realidad factual y mucho de la fantasía del mundo de Aladino.
Muchos comparten su oposición al derecho de una mujer a controlar su cuerpo, no creen en el calentamiento global, apoyan la IIa Enmienda a la Constitución Nacional, están en contra de Obamacare, quieren leyes más punitivas en vez de rehabilitación y, por supuesto, exaltan la construcción de muros xenofóbicos.
Se podría decir que son los soldados sin rango en el ejército de evangelistas dogmáticos, ultraconservadores, fascistas, supremacistas raciales, que han ayudado a construir cementerios del pensamiento científico, que han cavado las tumbas del análisis crítico, del rigor académico. Son los que en chat-rooms, con la coraza del anonimato, propagan el virus del sentido común y el relativismo que, si bien es muy popular, ignora lo factual.
Son, en definitiva, los que con su generalísimo Donald Trump en la vanguardia, nos están llevado a un territorio que, en materia social y política, cada vez se asemeja más al universo orwelliano de 1984.
Revalidación de una ideología preconcebida
Y que quede claro que, para muchos, la experiencia en internet no es la de caminar en un sendero de exploración intelectual que ayude a expandir conocimientos, sino que simplemente (en algo que tiene mucho de alimentar egos) buscar obsesivamente información que valide argumentos que se quiere defender a cualquier costo.
Esto es algo equivalente a ese fenómeno cognitivo que el psicólogo Peter Wason define como ´confirmation bias´. La tendencia a seleccionar información y data que simplemente reafirme conceptos preconcebidos y descartar todo aquello que los contradiga.
Algunas organizaciones han surgido y se mantienen con información no factual que excluye opiniones críticas. Esa táctica engañosa ha servido para alimentar el activismo de sus miembros.
Un artículo del Dr. Andrew Wakefield, publicado en Le Lancet en 1998, sugirió correlación entre la vacuna MMR y el autismo. El estudio resultó falso y el doctor finalmente perdió su licencia, pero lamentablemente no a tiempo suficiente para evitar la creación de un frente anti-vacuna que puso en peligro la inmunidad comunitaria en varios lugares en donde el movimiento llegó a crecer considerablemente.
Otro ejemplo de información falsa utilizada para validar concepciones preconcebidas fue revelada en el reporte “The Climate Deception Dossiers”. Es un análisis de Kathy Mulvey y Seth Shulman que pone al descubierto información confidencial de corporaciones asociadas con la producción de combustibles fósiles.
En él se revela como el Instituto del Petróleo Americano (financiado por Exxon Mobil, Shell, BP, ConocoPhillips y Chevron) promovió una política de desinformación para tratar de relativizar los efectos de la energía fósil en el calentamiento global. No solo se sobornó a ´científicos´ para que escribieran artículos con data más que cuestionable, sino que distribuyeron panfletos entre maestros de ciencias para validar su pseudociencia.
Sumisión a la hegemonía cultural
No es casualidad que, en 2016, el Diccionario Oxford seleccionó a “post-verdad” como la palabra del año. Un pequeño símbolo de todo ese fenómeno que viene redefiniendo nuestra percepción de la realidad y transformando en ´factual´ la ficción y en ´ficción´ lo factual.
En el estado totalitario de Oceanía, de George Orwell, el Ministerio de la Verdad tenía la misión de destruir la memoria. Había que eliminar todos los resabios de la cultura para que la nueva narrativa se ajustase al discurso oficial de Gran Hermano.
El newspeak impone una redefinición semántica que busca la uniformidad de pensamiento. Dictadura es democracia, guerra es paz, tortura es amor.
Todo un proceso que es congruente con la construcción de una cultura hegemónica similar a la que discute Antonio Gramsci y que, más recientemente, retoma fuerza con el concepto de dicotomización del idioma con fines propagandísticos, de Noam Chomsky.
En muchos sentidos, ya hemos perdido muchas batallas decisivas. La hegemonía cultural del capitalismo-democrático cuenta con agentes de control social, en instituciones claves, que son responsables de nuestra socialización. Con padres, escuelas, medios de comunicación, que promueven una ideología materialista y de consumo incesante, el hombre unidimensional marcussiano no puede escapar. Caminamos hacia hipotecas de la casa de nuestros sueños, préstamos para el carro último modelo, contratos matrimoniales, títulos universitarios, trabajos, que generan obligaciones contractuales y se transforman en los pagarés simbólicos en los que estampamos nuestra firma al escalar ese Everest inalcanzable e irreal que llamamos el American Dream.
¿Hay escapatoria? ¿Todavía existe la posibilidad de la construcción de un discurso alternativo? ¿O es demasiado tarde y ya somos parte de esas ruinas circulares borgianas y ni siquiera nos dimos cuenta?