La noticia de la muerte de Mercedes Sosa, el símbolo de la cultura argentina, se esparció en Los Angeles como reguero de pólvora.
“En el negocio hemos puesto hoy canciones de ella”, dice Eduardo Rodríguez, manager del Mercadito Buenos Aires, un restaurante de comida argentina en Van Nuys. “Cada persona que entra, lo primero que comenta es, ¿viste que murió Mercedes Sosa? Nosotros desde aquí estábamos siguiendo su situación con el noticiero de TeleFe desde el sanatorio.”
Las interpretaciones de Mercedes Sosa de “Gracias a la Vida”, “Alfonsina y el mar”, “Sólo le pido a Dios”, “Canción con todos” o “La Cigarra”, así como sus versiones de tangos y canciones de rock son parte del inventario musical de Latinoamérica y del recuerdo que quienes inmigramos traemos de nuestra cultura.
“Para mí, como para todos los argentinos es una perdida irreparable”, dice el embajador Jorge T. Lapsenson, cónsul general de la República Argentina en Los Ángeles. “Yo siendo niño crecí con ella, porque tuvo casi sesenta años de carrera; recuerdo recibir su visita 30 años atrás en Houston, donde yo era cónsul”, comenta. “Y ahora, cuando cantó La Maza con Shakira, llegó a la gente joven”.
El consulado planeaba tenerla aquí en el bicentenario de la nación argentina en mayo. No pudo ser.
Mercedes Sosa tuvo especial significado para quienes emigramos hace muchos años.
“Ella era la Argentina”, dice Néstor Fantini, quien fue un preso político durante la última dictadura militar y salió del país en 1980. “Representó a la gente progresista de Argentina y toda América Latina”.
“En la década del 70; cuando hubo en Argentina tanta confusión y extremismo, a nivel cultural estaba la Negra Sosa”.
No es el único: “Para mí, que desde hace 30 años he vivido afuera muchos años, ella hacía sentir la argentinidad”, dice el cónsul general.
En el momento de escribir ésto, había largas filas a la entrada del Congreso en Buenos Aires, donde se velaban sus restos. La presidenta decretó tres días de duelo nacional. Frente al féretro y con la familia, cantó “Luna Tucumana”.
“Es un homenaje popular”, dice Lapsenson. Hasta “hubo un minuto de silencio en los partidos de fútbol”.
Obligada a dejar el país durante la dictadura, viajó por todo el mundo llevando sus mensajes de justicia y ternura. También a Los Ángeles.
“Fue a casa de mis padres varias veces cuando estuvo aquí”, cuenta Alicia Morán sobre la Mercedes cotidiana. “Todavía no era tan famosa. Mi mamá la fue a ver después del concierto en UCLA y al rato estaban las dos abrazadas, a los besos, y la llevamos a La Jolla, donde iba a cantar esa noche en la universidad”, relata. “Se emocionó cuando se enteró que mi papá vivía a la vuelta de la esquina de su casa en la provincia de Tucumán”.
“La siguiente vez que vino se quedó en casa, le dí mi habitación… tenerla allí era alucinante, estaba con su guitarrista y a la noche se ponían a ensayar”.
“En mi cumpleaños me cantó Las Mañanitas, una belleza… en otra ocasión trajo un poncho salteño”.
Morán recuerda el apasionamiento, la generosidad. “Hablaba con mucha pasión de las injusticias. Otra vez la llevamos a Disneylandia. Era como una niña, le encantaba todo. De pronto se puso a llorar fuerte. Es que había visto a un niño en una silla de ruedas mirando el carrusel”.
Otra vez fueron a Las Vegas. Con la madre de Alicia “recorrían los casinos, por momentos se divertía y reía de una manera cándida. En otros se ponía seria, tenía una fuerza increíble”.
Y su profesionalidad: “elegía los temas con mucho cuidado, los sentía, a través de ellos expresaba lo que quería decir”.
“Escuchaba todo tipo de música. Le gustaba mucho ‘Is that all there is?’ cantado por Peggy Lee lenta, como contemplando la vida, me pidió que le tradujera un par de cosas”.
Murió Mercedes Sosa y aquí en Los Ángeles muchos conocemos a alguien que la conocía. Rodríguez, el del restaurante argentino, cuenta que su mujer, que trabajaba en una peluquería en Buenos Aires, iba a casa de Sosa a atenderla. “Era muy dulce con ella; la fama nunca la cambió”.
Cada uno se queda con su propia Mercedes Sosa adentro.