En el centro de Los Ángeles vive un hombre llamado Igal Zaidenstein. Hace un tiempo que me busca para contarme una historia; la de su abuelo David Zaidenstein, que tiene 93 años.
Esto es escrito en noviembre de 2010.
Cuando finalmente hablamos, se expresa en español. Sin errores, pero con un acento inconfundible. Las «erres» suenan como francés: «grgr»; parte de la garganta. Lo reconozco. En dos frases pasamos al inglés e inmediatamente al hebreo.
En su país natal, Israel, es abogado, en cambio aquí… pero tengo que dejarle contar la historia del abuelo. Lo hace, me cautiva y una semana después nos reunimos y llamamos por teléfono al abuelo. A Asunción, Paraguay, donde el Dr. Zaidenstein vive hace siete décadas.
Y desde allí, con el español más puro y rico posible, la voz firme y un relato que no deja lugar a las adivinanzas, David Zaidenstein revive para mí y su nieto una historia que se remonta a 1947.
Es el 29 de noviembre de aquel año de postguerra. En Nueva York, la Asamblea General de las Naciones Unidas debate la Resolución 181: la partición de Palestina y la creación de un estado para los judíos: Israel. Cada voto de los entonces 57 miembros es crucial. Los 10 islámicos y árabes se oponen. Todo depende del bloque latinoamericano, con sus 20 países. México, El Salvador, Argentina, Honduras, Chile y Colombia se abstienen. ¿Y Paraguay?
En Nueva York, el jefe de la delegación de Asunción, afirma Zaidenstein, tiene antecedentes de antijudío. Se niega a apoyar la creación de Israel. Es más, relata, en la víspera de la votación «un grupo de árabes lo vino a buscar y se lo llevó; le dieron bebida y mujeres».
«Como ventaja de haber sido médico», cuenta Zaidenstein, «yo podía tener relación con los encumbrados».
Por cosas del destino es Thanksgiving en Nueva York y el proceso se dilata por 24 horas más. Pero ya es la 1 A.M. En pocas horas se vota. Alarmado, y junto con líderes de la comunidad judía local Zaidenstein se apersona en casa de un paciente suyo: el ministro de Relaciones Exteriores Cesar Augusto Vasconcelos, quien guarda cama por una fuerte gripe. Le explican la situación. Vasconcelos, simpatizante de la causa, envía un cable urgente a Nueva York, instruyendo votar a favor de la resolución. Así lo hace el paraguayo: «El delegado de Paraguay», anuncia a la Asamblea, «acaba de recibir instrucciones de votar por la resolución».
Su voto se agrega al de Guatemala, Brasil, la República Dominicana, Venezuela, Uruguay, Nicaragua, Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Panamá. La propuesta es aprobada con 33 votos. Seis meses después el estado de Israel declara su independencia. Lo que para unos fue la salvación para otros fue la tragedia. Sesenta y tres años después, el conflicto armado continúa tan intenso como en aquellos días.
Esa reunión del médico en casa de su paciente contribuyó a cambiar la historia del mundo. Y sesenta y tres años después, el abuelo David me agradece, me bendice y corta, satisfecho. Ygal, el nieto, tiene lágrimas de orgullo en los ojos.
La epopeya del abuelo ha marcado al nieto; pareciera que quiere continuarla. A pesar de la convicción de la necesidad de vivir en Israel, donde creó una organización juvenil para fortalecer los lazos de ese país con los judíos de la diáspora, se mudó a Los Ángeles, donde es analista político para Ceci — Citizen’s Empowerment Center—, un ente promovido por el empresario y filántropo Isaac Parvis Nazarian.
«Yo quise representar al estado de Israel oficialmente«, cuenta el joven Igal, «pero no se dio». De modo que llegó aquí hace cinco años. Tiene su tarjeta verde de residente permanente. Sus padres — médico y química — emigraron de Paraguay a Israel sin hablar una sola palabra de hebreo; su abuelo, de la Argentina a Paraguay. Y él, con su epopeya familiar, está aquí, y ya es gente de Los Ángeles.
[Publicado inicialmente en mi columna ‘Gente de Los Angeles’, La Opinión]
Pasaron ocho años desde la primera publicación de esta nota. David Zaidenstein murió en 2013 en Paraguay, como señala esta noticia de ABC Color.