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No quiero ni debo intentar ser imparcial.
Querer mantenerme en el terreno del equilibrio informativo, o el análisis frío y calculador, puede convertirme en cómplice y no quiero serlo. Además, esto no es una nota informativa o un sesudo razonamiento académico sino un texto de desahogo, un alarido de angustia y pesar, motivado por el profundo dolor, la punzante zozobra que hora me carcome, y la terrible duda acerca del futuro al que nos encaminamos.
Lo sucedido el sábado en Tucson, Arizona, cuando la congresista federal por el Distrito 8 Gabrielle Giffords, fue herida gravemente con una arma de fuego, no fue obra de un hombre, al que todos señalan como un desequilibrado y que se llama Jared Lee Loughner, sino por una larga lista de individuos, hombres y mujeres, que se han dedicado a practicar en Estados Unidos la política más vergonzosa y peligrosa: la del odio, la mentira, la diatriba, la ofensa, el insulto.
Con su discurso infamante y lleno de odio han incitado a enfermos y fanáticos ideológicos como Loughner a cometer actos innombrables.
¿Recogen en su conciencia y su remordimiento la angustia de los familiares de los seis muertos del sábado en Tucson y los numerosos heridos, incluyendo a Giffords? ¿En aras de cuál ideal justifican estas tragedias y angustias que con sus palabras de odio han terminado por provocar?
Minutos después de acontecida la tragedia los medios comenzaron a divulgar, junto con pormenores del hecho, cautelosas interpretaciones del cómo y porqué del suceso. La mayor parte concluían que “son hechos que se dan de cuando en cuando en los ámbitos políticos”.
Meca del prejuicio y la intolerancia
Pero Clarence Dupnik, el sheriff del Condado Pima, donde se asienta Tucson, no tuvo duda de la causa ni titubeos para mencionarla con claridad:
«Nos hemos convertido en la meca del prejuicio y la intolerancia», dijo Dupnik de Arizona, sólo unos minutos después del aberrante suceso. «Sólo hay que ver cómo responden estos desequilibrados a la bilis que sale de ciertas bocas cuando hablan de acabar con el Gobierno. Toda esa rabia, ese odio, la intolerancia que se están viendo en este país comienza a ser escandalosa».
Me pregunto si se habrán dado por aludidos sus colegas y vecinos Joe Arpaio, sheriff del Condado Maricopa, y Paul Babeu, sheriff del Condado Pinal (quien últimamente se ha revelado como un aspirante a continuar las prácticas arpaiescas).
El ataque contra Giffords no fue al azar, ni tampoco para matar por matar como lo hacen muchos desequilibrados con frecuencia, sobre todo en Estados Unidos. Seis muertos y 17 heridos no eran el blanco, cayeron porque estaban en la ancha y larga franja de peligro que se establece cuando entra en acción un arma de repetición semiautomática de alto calibre.
Pero Giffords sí era el blanco específico, aquel que fue marcado por Sarah Palin y los miembros del Tea Party en la pasada campaña electoral.
No podemos olvidar –y quizás no debemos- que el año pasado, la ex candidata vicepresidencial republicana, Sarah Palin, una de las figuras más prominentes del movimiento conservador Tea Party, colocó a Giffords en una lista de congresistas que votaron a favor de la reforma de salud de Obama y a los que “debían” derrotar en los cercanos comicios. Los nombres de Giffords y otros 19 representantes –cual condenados y malditos- fueron colocados en un mapa, con un circulo para tiro al blanco dibujado sobre ellos, en la página de Facebook de la ex gobernadora de Alaska.
Giffords anteriormente había reconocido haber recibido amenazas de muerte por votar a favor de la reforma de salud. Sobre la lista negra de la Palin, dijo que esperaba que ésta se hiciera responsable por las consecuencias que ello pudiera tener. Vale en este momento la pregunta: ¿Se hará responsable por lo que este sábado le sucedió a Giffords? Si se siente culpable, lo ignoramos, pero sí sabemos que no lo reconoce. Con un desplante de cinismo sin medida, Palin expresó sus condolencias a la familia de Giffords y de las otras víctimas e hizo un llamado a “la paz”.
Lagrimas de cocodrilo
De la misma manera han dado a conocer sus mensajes de amor y paz personas que pasadas fechas han desperdigado frases divisivas y peligrosas. La lúgubre gobernadora de Arizona, Jan Brewer, lamentó entre lágrimas que tenían mucho parecido a las del cocodrilo, lo que le había sucedido a “su amiga” Gabrielle.
También dijo que en su informe “Estado del Estado” programado para hoy iba a reescribir algunos párrafos. Dudo mucho que su intención sea pedir que los discursos de odio se terminen. Tendría que comenzar por poner el ejemplo. Y el nuevo líder de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, también de lengua flamígera, lamentó lo ocurrido y se declaró horrorizado (¡!), apenas unos días después de haber anunciado que la Cámara de Representantes, ahora bajo su liderazgo, daba inicio a un proceso para anular la Reforma de Salud de Obama, la misma que hoy tiene entre la vida y la muerte a Giffords.
El distrito de Gabrielle Giffords está en el sur de Arizona, es colindante con México y ha sido escenario de numerosos problemas relacionados con la inmigración indocumentada y el crimen ligado con el tráfico de humanos y drogas. Pero Giffords, en el combate a esos males, se ha manifestado a favor de medidas diferentes a las que impulsan los políticos extremistas. Su posición contraria a la polémica ley SB1070 estuvo a punto de costarle la reelección en el pasado noviembre, cuando la mayoría de los votantes prefirieron a candidatos con posiciones más radicales en esa materia.
Y aunque en más de treinta años no se ha dado el caso de algún congresista federal asesinado en Estados Unidos, los peligros y las amenazas no escasean. Durante los meses que duró el debate sobre la Reforma de Salud, se registraron 42 atentados a las oficinas de representantes federales, en su mayoría del Partido Demócrata, incluyendo las de Giffords. Raúl Grijalva, congresista demócrata del también fronterizo distrito 7 de Arizona, de proceder marcadamente más “de izquierda” que Giffords, ha sido objeto de frecuentes amenazas.
Para nadie es desconocido que la mayoría de los atentados se dirigen a políticos y activistas de tendencia liberal, casi siempre demócratas, y los organizadores o ejecutores son personas de tendencia derechista extrema. Recordemos el caso más grave en este sentido, cuando Timothy McVeigh, un extremista de derecha y miembro del movimiento de las milicias, le “declaró la guerra” al gobierno federal e hizo estallar un carro bomba frente al edificio federal en Oklahoma City y causó la muerte de 168 personas y 450 heridos, en 1995. Es el atentado más grande registrado en suelo estadunidense – después del de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001- y fue orquestado y ejecutado por uno de esos tipos enajenados por la venenosa retórica que hoy maneja el Tea Party, movimiento surgido precisamente –¿cree usted que será casualidad?- en cuanto se eligió a Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos.
Normar la discusión de las ideas
Al paso de las horas y mientras se van conociendo más detalles sobre la matanza de Tucson y sobre el individuo que la provocó, comienzan a divulgarse opiniones cada vez más sonoras que hablan de la necesidad de moderar los discursos donde se estimula la intolerancia y la irracionalidad. Se apela a la necesidad de volver a un clima de civilidad que ponga límite y normas a la discusión de las ideas.
El ex candidato presidencial demócrata, Gary Hart, dijo: «Lo que ha ocurrido es el resultado directo de una retórica agresiva e irresponsable». Y Gerald Connolly, congresista de Virginia, afirma en un comunicado: «Esta tragedia sirve como una dolorosa lección de que tenemos, como nación, que redoblar nuestros esfuerzos para promover el civismo y respetar los diferentes puntos de vista en nuestros discursos políticos».
Sí, pero siempre encontramos justificante a nuestras acciones, y los autores del discurso de odio y la intolerancia también lo encontrarán o simplemente negarán cualquier responsabilidad. El botín político conseguido en las elecciones recientes con ese tipo de retórica y de tácticas destructivas les resultará suficiente justificación.
Y también podrán decir ¿qué necesidad hay de buscar muchos culpables si ya se tiene uno? Las autoridades mantienen en su poder a un individuo que, extraviado mental o no, planeó la matanza y la ejecutó jalando del gatillo de un terrorífica arma de alto poder.
No pueden ser parte del juicio y de la posterior condena, quienes contribuyeron a extraviar más aún su mente débil y enferma con su retórica alienante, ni quienes defienden la libertad irrestricta y total de vender libremente armas de asalto para los fines que sean. Recordemos que, precisamente, el contrincante de Giffords en las elecciones de noviembre, el republicano Jesse Kelly, acostumbraba hacer recolección de fondos económicos para su campaña electoral en sesiones de tiro al blanco con fusiles M-16 y aparecía en sus anuncios electorales vistiendo ropas militares.
Otra vez Arizona
Lo que acaba de suceder pone de nuevo a Arizona en las primeras planas de los medios informativos mundiales, y otra vez lo vuelve a hacer de manera negativa, pero ahora de forma extrema y absolutamente inaceptable desde cualquier punto de vista. Sin embargo, lo que acontece y ha venido sucediendo desde tiempo atrás en el estado es reflejo de una triste realidad nacional: Estados Unidos es una nación en decadencia, cada vez más debilitaba en su estructura moral, más abaratada en su proceder político e insensible a las esperanzas y anhelos de su población.
Hace tiempo que la clase política de Estados Unidos comenzó a deteriorarse y hoy ha llegado al clímax de su deterioro. Ya no gobiernan hombres y mujeres comprometidos con las necesidades de la población sino sirvientes y lacayos de los intereses de grupos y tendencias ideológicas, incluso de las más abyectas y asquerosas.
Pero sí es cierto que Arizona tiene mucho que ver en este aberrante fenómeno social, que cabalga cada vez más libremente por la extensión nacional. Si bien no nació aquí, sí fue en su territorio donde tomó fuerza. Sus personajes teatralmente siniestros como Arpaio y Pearce se alzan cual heroicos guardianes defensores de los más altos “valores americanos” y políticos de otros estados, evidentemente hundidos en su propia mediocridad, los imitan en sus ideas y sus acciones.
Fue un senador por Arizona, John McCain, quien sacó del anonimato a Sarah Palin al nombrarla su compañera de fórmulas para la vicepresidencia. Ambos perdieron, pero Palin ganó una fama con la que quizás jamás soñó. De esa forma vergonzosa McCain está llegando al fin de su carrera, dejándonos como herencia la personalidad y el accionar siniestro de una caricatura política.
Ministro bautista: “Dios envió al asesino”
Cuando me apresto a darle final a este escrito me llega una noticia que me pone los pelos de punta: Fred Phelps, el pastor de la Iglesia Bautista Westboro de Topeka, Kansas, emite una declaración en la que da gracias a Dios por la muerte de las seis personas en Tucson y afirma que Dios envió al asesino para “hacerles pagar sus pecados” al tiempo que invita a la gente para manifestarse en apoyo al asesino durante los sepelios de los caídos.
Dígame el lector si estos “piadosos cristianos americanos” son diferentes a los fanáticos terroristas del 11 de septiembre y de los grandes enemigos de Estados Unidos, como Osama bin Laden, cuya infructuosa persecución para hacerle pagar su fanatismo ha costado la muerte de miles de jóvenes soldados americanos.
No sé que más hay que decir. Sólo queda quizás la opción de pensar si cada uno de nosotros ha colaborado para hacer de esta sociedad lo que hoy está siendo…
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Las columnas de este autor puede ser leídas en los sitios de Internet: Peregrinos y sus Letras.com, hispanicla.com, Dossierpolitico.com, Termometroenlínea.com y culturadoor.com.
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