Al día siguiente de Black Friday -el Viernes Negro- y el inicio de ventas de fin de año, las veredas de mi barrio se pavimentaron de folletos multicolores que por millones habían pregonado las rebajas y estimularon a la gente a comprar frenéticamente.
Los datos preliminares muestran que la gente gastó el viernes en todo el país 10,660 millones de dólares, 0.5% más que en 2008. No mucho: en 2007, un año terrible, subieron en 3%.
Pero para una economía languideciente como la del sur de California, con más del 12% de desempleo, este magro aumento es casi un milagro.
La esperanza de minoristas y mayoristas es que suban las ventas, se renueve la confianza, con ello la demanda, reviva la economía, suba la contratación de trabajadores, y el ciclo comercial vuelva a funcionar.
Pero para muchos compradores, su hacinamiento en las filas de compras en la madrugada del viernes no se debió a confianza, sino todo lo contrario, a que podría ser peor.
Mejor compramos ahora, se dijeron. Después quien sabe.
Por eso, después de acabarse los artículos con descuentos de 50% o más, las filas de consumidores ralearon, como explica el Wall Street Journal.
El mismo día, el New York Times dedica su portada al crecimiento en el uso de estampillas de comida, , un programa federal cuyo acrónimo es SNAP. El 12% de la población regularmente utiliza esta ayuda social. Si no lo hacen, pasan hambre.
Y según un informe del Departamento de Agricultura del 20 de noviembre, 50 millones de estadounidenses pasan “inseguridad alimenticia”, 13% más que en 2008. Entre ellos hay 17 millones de niños: uno de cada cinco, un récord.
En el condado de Los Angeles, llegan a un millón.
Eso es algo positivo, porque tradicionalmente los conservadores han despreciado el programa y equiparandolo a holgazanería, alegando que previene buscar empleo… y casarse. Esta percepción falsa es parte de un mismo estereotipo racista según el cual los afroamericanos viven del welfare, viajan en Cadillacs y con sus estampillas de comida compran camarones.
Cada día, 20,000 personas más se amparan bajo el programa SNAP, que garantiza alrededor de 130 dólares por mes por persona en vales de alimentos. Son para quienes menos de 22,000 dólares por año, que es la línea federal de pobreza.
Muchos de ellos tienen empleos, pero lo que ganan no alcanza.
Otros son del ejército de quienes perdieron sus casas a la debacle hipotecaria.
Este número es un triste testimonio de lo que está ocurriendo aquí, en el país más prospero en la historia de la humanidad.
Pero un dato llama la atención: mientras que en estados como Missouri y Mississippi el programa cubre a todos los que lo necesitan, en California lo reciben solo la mitad, el porcentaje más bajo del país junto con Wyoming, según un informe del USDA del 20 de noviembre. Es más de un millón y medio de personas.
¿Por qué? ¿A quién le conviene esta situación?
A nadie: el condado de Los Angeles pierde 1,300 millones de dólares por año en ayuda federal por no haber enrolado a todos los merecedores de estampillas de comida.
Y eso que las legiones de quienes las reciben crecieron: en el condado de Riverside, creció en un 82%; en el de San Bernardino, en 60%; en Orange, 52%; Ventura, 50%; Los Angeles, 25%.
¿Qué tiene que ver esto con el Viernes Negro? Mucho: según el Analista Legislativo de California, las estampillas de comida no solamente ayudan a los necesitados: incrementan las ventas de alimentos en tiendas y supermercados y alimentan las arcas del estado en impuestos de venta por otros artículos que éstos consuman una vez que tengan suficiente para comida. Mueven el mercado.
Entonces, si realmente quieren que se renueve el ciclo de la prosperidad, hagan que todos los que califican reciban sus estampillas de comida.
Si no lo hacen, que me perdonen, es una verguenza.