Llegan los chicos a la frontera méxico-estadounidense. Llegan muchos chicos… Y siguen llegando.
En enero, la Patrulla de Fronteras (CBP) detuvo a 47 niños por día; en febrero fueron 203; y la semana pasada el número creció a 321. Si se proyecta a fin de año, estamos hablando de nada más ni nada menos que 117,000 niños. Y aunque los líderes gubernamentales no la quieran definir como tal, es una crisis.
Por esas ironías de la historia, los que llegan son chamacos centroamericanos y mexicanos que padres desesperados ´encomiendan´ nada menos que al Tío Sam. El mismo tío que a lo largo de los siglos y los siglos, como alguna vez denunció Eduardo Galeano, violó y despojó económica y políticamente a una América Latina relativamente indefensa.
Algunos ingenuos siguen preguntándose, ¿por qué vienen los chicos? Si bien las respuestas son múltiples como son múltiples las historias personales, por otro lado, hay trayectorias históricas que explican, en parte, la razón por la cual convergen a Tijuana, Nogales, Ciudad Juárez… y esperan.
Fundamentalmente, no hay que olvidar que Estados Unidos nunca dejó de apoyar políticas neoliberales que promueven una visión de mercado libre que, a pesar de las promesas y los préstamos de organismos como el Fondo Monetario Internacional (IMF), siempre terminan en privatización, endeudamiento, desempleo y, en última instancia, hambre para las mayorías populares y ganancias estratosféricas para las corporaciones, el sector financiero y los lacayos locales que idolatran a Milton´Dios´Friedman.
Tampoco se puede ignorar el frondoso curriculum intervencionista de nuestro simpático Tío Sam que, a través del Departamento de Estado, no perdió oportunidad alguna en apoyar golpes militares liderados por generales que secuestraron, torturaron y ejecutaron a los abuelos y bisabuelos de estos chicos que ahora llegan a la frontera hambrientos, sin futuro, sin esperanza.
Pero las estrategias cambian con los tiempos y el golpe militar como metodología de control político resulta inadecuado. Pero como decía mi abuela Concepción, aunque el zorro pierde el pelo, no pierde la maña. Ahora, en este mundo postindustrial y de globalización, los poderes económicos ven más efectivo formar un frente antipopular que incluya los medios de comunicación monopolísticos y burocracias judiciales que, con desinformación y lawfare, consiguen los mismos resultados que la otrora asonada militar. Así es como promueven a un Jair Bolsonaro o un Nayib Bukele y, de manera menos sangrienta, se deshacen de problemáticos como Lula, Rafael Correa y Evo Morales.
Por eso los chicos llegan. Los hijos, nietas, bisnietas, tataranietos, de los millones de pobres, miserables, olvidados, llegan y van a seguir llegando. No hay orden ejecutiva o garrote que los detenga. Huyen del hambre milenaria y el terror de la delincuencia pandillera y sus compinches policiales. Hambre y terror que, en última instancia, son producto de instituciones económicas y políticas forjadas con la huella genética de ese Tío Sam que resolvía revueltas sangrientamente con sus cañoneras y una pequeña expedición de marines que reestablecía el orden en cualquier republiqueta bananera que se atreviese a olvidar quien realmente mandaba.
Por eso no importa la peligrosa travesía en la Bestia, ni el peligro de caer en manos de traficantes, ni el muro de acero impenetrable, ni las cruces en el desierto. La motivación de alejarse del hambre, del abuso, del miedo, es una fuerza poderosa. Especialmente cuando se escucha esa narrativa embriagante de un país en donde, como decía la madrina de la guatemalteca Rosa Xuncax en el film El Norte, los baños son automáticos y todo el mundo tiene coche y casa. Faltaría agregar que las calles están revestidas en oro.
Y pasado mañana, van a seguir llegando.
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