Era un domingo de 1985, 11 años de edad y una de esas salidas extrañas con mi padre donde me llevaba a una casa ajena y me dejaba aislado con los hijos de sus amigos.
Había un televisor encendido al que nadie prestaba atención donde se anunciaba el súper tazón XIX. El fútbol americano era en aquellos días un deporte extraño para mi, pero estaba tan aburrido con los juguetes de mis nuevos compañeros, que terminé por colocarme frente al televisor en cuanto empezó el juego.
Creo que ese día aprendí todo lo relacionado con el fútbol americano, pero lo más interesante fue que tomé partido por uno de los equipos y su quarterback. Eran los Delfines de Miami de Don Shula con Dan Marino al frente de la ofensiva, que se enfrentaban a los 49ers de San Francisco de Joe Montana.
Al final me frustré. Los Delfines cayeron 38-16 frente a los 49ers. pero a partir de ese momento me volví seguidor incondicional del equipo de Miami aunque nunca pude sacarme la espinita de verlos campeones.
Tal vez sea el deporte más ajeno de todos los que nos llegan de nuestro vecino del norte, pero resultó ser el más interesante para mi. Dejando de lado el soccer lo prefiero más que el beisbol o el baloncesto.
La estrategia para hacer avanzar un balón de forma ovoidal a través de un campo, para lograr una anotación con la posesión del balón en una zona o a través de una patada que debe lograr que el ovoide atraviese un par de postes, recuerda como la mayoría de los deportes un tablero de ajedrez, donde debes saber mover tus piezas más con inteligencia que con fuerza física.
Ayer fue un súper domingo más para el fútbol americano y dos equipos de tradición se enfrentaron. Los Empacadores de Green Bay contra los Acereros de Pittsburgh.
Se que hubiese debido inclinarme por un equipo de la Conferencia Americana, pero será por mi propia frustración de delfín que termino inclinándome por los de la Nacional por menos favoritos que sean.
Al final ganaron los Empacadores 31 a 25 a los Acereros. Tendré que esperar de nuevo para volver a sufrir o soñar.
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