Retumban las carcajadas en los pasillos, los gritos en los patios y las preguntas en los salones de clase de las escuelas de Arizona. El cuchicheo de los niños rompe el silencio y, después de un año en pandemia, esas risas se sienten como magia
Las clases presenciales regresan gradualmente. Algunos distritos escolares han optado por un modelo híbrido y otros nos dan la opción a los padres de escoger si nuestros hijos vuelven a las aulas o continúan con el aprendizaje a distancia. Nosotros elegimos esperar un poco más y quedarnos con ellos en casa. Queremos una vacuna antes de mandarlos de nuevo al mundo y nos resistimos a separarnos: tenemos una rutina, los vemos crecer, pasamos tanto tiempo juntos y nos hemos acostumbrado a nuestros mimos y calor. A pesar de los desafíos que conlleva el encierro, disfrutamos su infancia.
Mis hijos se acostumbraron a las clases en línea. Siempre han sido madrugadores así que no batallamos en las mañanas. Desayunan, se lavan los dientes, se peinan y se alistan para la escuela. Son un as con sus iPads. Entran a una página para decir “presente”, luego se van a otra para dar los buenos días y se unen a las clases presenciales en otro programa. Hacen la tarea en una plataforma y la suben por otra, graban sus videos, llenan sus formularios y contestan exámenes en línea sin mayor problema.
Hace un año no era tan fácil. Nosotros, los adultos de la casa, tampoco sabíamos como navegar este sistema que nos crispaba los nervios. Pero estos son niños parecieran traer integrado el chip de la tecnología. Aguantan las ocho horas de clases virtuales y las tareas que vienen con ellas. Estudian, navegan, leen y sacan cuentas. Sabemos que su experiencia no es la misma que en un salón de clases, pero nos esforzamos mucho para impulsar su rendimiento académico. Sus calificaciones son casi puras “A”, ganadas a pulso, con su esfuerzo, y eso me hace sentir que lo hemos logrado.
Pero extrañan los torneos de soccer o baloncesto; extrañan jugar a la roña (tag, le dicen ellos), tirarse en el césped y corretear con otros niños. Por ahora tienen sus viernes sociales y en línea comen con sus amiguitos, se hacen bromas y platican con sus maestras. Se ven, pero no se tocan, no almuerzan lo mismo en el gimnasio, no juegan futbol en el receso, no se mandan papelitos ni se secretean en clases. Esta es la realidad que les tocó vivir.
En Arizona se han aplicado más de 2.5 millones de vacunas y poco a poco se siente el regreso de una normalidad para la que no sabemos aún si estamos preparados. Nosotros somos cautelosos. Esperamos con paciencia nuestro turno para el pinchazo. No será un remedio mágico, pero nos sentiríamos más protegidos. Lo hacemos por nuestros hijos y por nuestros padres, por los abuelos, los amigos y aquellos a los que queremos que son más vulnerables.
Tenemos un año en casa y nos gusta nuestra nueva normalidad. Ahora juntos, como familia, tenemos que empezar el proceso de reincorporación social. Primero las clases, luego los viajes y después las reuniones familiares. Qué ansiedad y emoción.
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