“Yo no soy de aquí / pero tú tampoco
De ningún lado del todo / de todos lados un poco”
—Jorge Drexler, en Movimiento
Desde hace décadas se alimenta la romántica y engañosa idea de que los Estados Unidos es un país de inmigrantes. Es hora de cuestionar y desmantelar ese mito. Este no es un país de inmigrantes. Al menos, no de inmigrantes voluntarios.
Este país ha sido construido por las mentes y las manos laboriosas de gente de muchas partes del mundo. Esa es una verdad que se sostiene por su propia evidencia. Lo que no podemos sostener, al menos de forma genérica e irreflexiva, es que los más de 330 millones que conforman este país están aquí porque familiares suyos o ellos mismos, en algún momento de la historia, escogieron libremente venirse como inmigrantes. Y, por supuesto, los angloamericanos no se incluyen como inmigrantes sino como los fundadores del país. Los inmigrantes son los otros, los demás.
Los cerca de 7 millones de indígenas del país no son inmigrantes. Sus tierras les fueron arrebatadas por los invasores y colonizadores europeos, quienes masacraron a millones de ellos, en lo que Ward Churchill, profesor de estudios étnicos de la Universidad de Colorado llama el más “vasto genocidio sostenido de la historia”. Al resto los sometieron a vivir en reservaciones, donde sobreviven con altos niveles de pobreza, problemas de salud y alcoholismo.
Los más de 43 millones de afroamericanos no son inmigrantes. Sus antepasados fueron traídos como esclavos encadenados y hacinados en barcos pestilentes y luego vendidos a amos ingleses que los explotaron en sus grandes haciendas. Una parte de la riqueza que se acumuló de la explotación y el trabajo forzado de los esclavos entre 1525 y 1866 es una de las bases de la riqueza actual de los Estados Unidos. Como lo sabemos, una gran mayoría de los actuales descendientes de aquellos esclavos siguen viviendo en las mismas condiciones de desprecio, opresión y pobreza que hace 400 años.
De los 60 millones de latinos/hispanos/chicanos de los Estados Unidos un número considerable no puede considerarse como inmigrantes. Los mexicanos han estado aquí desde los tiempos de la colonia española hace 500 años. Ya estaban aquí cuando los EE.UU. invadieron el norte de México y eventualmente se apoderaron de los estados mexicanos de California, Texas, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Arizona, Colorado, Oklahoma, Kansas y Wyoming. Estados donde el español era la lengua de una gran parte de ese territorio junto con los idiomas indígenas.
Los puertorriqueños no son inmigrantes. Los EE.UU. convirtió a Puerto Rico en una colonia cuando se la arrebató a España en la guerra de 1898. Luego les dio la ciudadanía para poder enviarlos como soldados a luchar en guerras que no tenían nada que ver con ellos.
Los cubanos, los dominicanos, al igual que millones de centroamericanos y sudamericanos no son inmigrantes. Muchos de ellos son descendientes, o primera o segunda generación, de personas que buscaron refugio en los Estados Unidos como producto de los desequilibrios políticos y económicos causados en buena parte por la intervención de los Estados Unidos en esos países en las décadas pasadas y en el presente. Millones de ellos son refugiados, no inmigrantes. E historias parecidas pueden decirse de gente de China y otros países asiáticos, del Medio Oriente y de otras partes del mundo.
Quizá fueron inmigrantes aquellas primeras masas del norte de Europa a las que saludó efusivamente la estatua de la libertad en Manhattan, en un tiempo en que no se requerían documentos para entrar a este país. Para millones de afroamericanos y de latinoamericanos nunca fue ni ha sido una fiesta venir a este país, sino una lucha.
El resultado ha sido el mosaico de etnicidades, lenguas y culturas más diverso del mundo. Un mosaico de iniquidades y desigualdades rotundas, donde el supremacismo blanco, movido por el capitalismo salvaje, es la fuerza controladora y opresora del resto de la población. Es este mosaico de gente inteligente y trabajadora de todas partes del mundo el que ha construido de manera fundamental una prosperidad que no llega a sus manos ni está bajo su control. El sueño americano (otro mito que proyecta a este país como una especie de ideal humano) es siempre una imagen elusiva para la inmensa mayoría. Ahora, si queremos ponerlo en otros términos, todos somos inmigrantes. Todos estamos en perpetuo movimiento, en un mundo que, como decía Ciro Alegría, es ancho y ajeno. Con unos cuantos supremacistas que asumen que es ancho, pero que es de su propiedad.