Todas las fiestas y celebraciones patrias son un camuflage a la verdadera historia de los pueblos: la que no cuentan los vencidos. Eso ocurre también en estos días en que se celebra el 93avo aniversario del nacimiento de Martin Luther King, Jr. (nacido el 15 de enero de 1929). Una conmemoración que se supone exalta su legado de lucha por el movimiento de los derechos civiles. En realidad es un blanqueamiento del Luther King, Jr. que buscó cambios radicales a las estructuras racistas que han mantenido un sistema de represión, segregación y deshumanización contra la población negra (y otros grupos racializados) del país por 400 años. MLK los buscó por las vías pacíficas (como Gandhi y Mandela), pero a la vez entendía muy bien a un movimiento como las Panteras Negras y a Malcolm X, que creían que no había que atacar primero, pero que tenían el derecho legítimo a la defensa en caso de agresión. Y que los motines y saqueos eran un acceso momentáneo que “permite que el negro más enfurecido y desposeído se apodere de los bienes de consumo con la misma facilidad con que lo hace el hombre blanco con su billetera”. (1)
El Martin Luther King, Jr. que “celebra” el sistema dominante es uno para maquillar y presentar un líder inofensivo, paternalista y bondadoso, casi suplicante, por los derechos de su comunidad. James Earl Ray, el segregacionista blanco que lo mató de un disparo al atardecer del 4 de abril de 1968, no lo hizo porque Luther King, Jr. fuera el San Francisco de los Negros, sino porque muchos otros como él conocía su mensaje beligerante, que buscaba reparaciones a siglos de injusticia y opresión. El Luther King, Jr. que se conmemora es una entre las muchas voces memorables del pasado y del presente de la comunidad negra de los Estados Unidos como W.E.B. Du Bois, Frederick Douglas, Anna Julia Cooper, Claudette Corvin, Ida B. Wells, Langston Hughes, Audre Lorde, Angela Davis, Cornel West, Nina Simone, Colin Kaepernick, Alicia Garza, por citar unos cuantos de una miríada de pensadores, filósofos, académicos, artistas, deportistas y activistas negros a lo largo de siglos. Como el de todos ellos y ellas, el sueño de MLK estaba lejos de ser sentimentalista e ingenuo. Nunca ha sido el sueño del que busca aceptación, reconocimiento ni cuotas en el poder histórico dominante, sino una reversión radical hacia un mundo de justicia, reparación, pertenencia y normatividad; de poder de decisión y de derecho a la vivienda digna, salud, educación, política, recreación, de la misma calidad equitativa e inclusiva para todos los que habitan esta nación.
A Luther King hay que leerlo y escucharlo en el conjunto de sus mensajes, y sobre todo aquellos en que discierne el núcleo de los problemas que hay que combatir, que él mismo sumarizó en un discurso-sermón, presentado en distintas ocasiones, incluyendo la Iglesia Bautista Ebenezer de Atlanta, donde fue pastor junto a su padre, y en la Conferencia Nacional Anual para la Nueva Política, en 1967: “Ahora, nuestra única esperanza radica en nuestra habilidad de recapturar el espíritu revolucionario, y salir al mundo, a veces hostil, declarando nuestra eterna hostilidad a la pobreza, al racismo, y al militarismo. Con este compromiso desafiaremos valientemente al status quo, desafiaremos las injustas costumbres, y gracias a esto adelantaremos el día en que «todo valle sea alzado, y todo monte y collado se baje; y lo torcido se enderece; y lo áspero se allane. Y la gloria del Señor se manifestará; y toda carne juntamente la verá»”. (2)
Nada menos que un fin radical del sistema supremacista es lo que buscaba Luther King, Jr. Los mensajes edulcorados, calmadores de conciencias, por parte de las mismas instituciones que mantienen día a día un discurso y práctica supremacistas, son precisamente el obstáculo a los grandes cambios que buscan movimientos sociales como los que representa Luther King, Jr. Los discursos oficiales y las noticias de los grandes conglomerados de comunicación sobre las celebraciones de los días patrios esconden la voz de los que han seguido sin independencia después de las proclamas de independencia. Otro tanto ocurre con las commemoraciones de nacimientos o muerte de hombres y mujeres que han luchado por cambiar una pesadilla histórica en un sueño de justicia, y que, después de todo, partieron sin haber visto llegar ese día. En esencia y forma, los problemas que MLK se dedicó a combatir siguen intactos y, si se quiere, agrandados en el día de hoy. La pesadilla sigue vigente para millones por la represión policial, el sistema de encarcelamientos masivo (Atica no es solo una historia del pasado), y la falta generalizada de profundas transformaciones en el funcionamiento del entretejido social. Si acaso hay algo que decir sobre ese sueño de MLK que se exalta en las celebraciones es que hay que seguir construyendo el sueño sobre ese y otros tantos sueños, con la palabra y la movilización social.
Obras citadas
1) “The Role of the Behavioral Scientist in the Civil Rights Movement”, Journal of Social Issues. Volume XXIV. Number 1, p. 4, 1968.
2) “Por qué me opongo a la guerra en Vietnam”. El Sudamericano. Octubre 18, 2012.
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