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Cuando el embarazo llega en medio de una pandemia

Mujer embarazada. FOTO: Piqsels

Mi esposo y yo siempre soñamos con tener hijos. El pasado mes de abril nos emocionamos mucho al descubrir que estaba embarazada. No obstante, mi entusiasmo rápidamente se tornó en preocupación y tristeza cuando programé mi primera cita con el médico y me dijeron que mi esposo no podía acompañarme debido a las estrictas precauciones para evitar la propagación del COVID-19. Ese fue el comienzo de un largo e inesperado viaje de mi embarazo durante la pandemia.

A la primera cita llegué sola. A mi esposo se le permitió unirse mediante una video llamada. Ambos pudimos ver el primer ultrasonido, aproximadamente a las seis semanas de gestación. Él desde su teléfono móvil.

Después de esa cita mi esposo no pudo acompañarme a ninguna más, ni por videollamada.

Yo había estado trabajando de forma remota desde que se emitió la orden en California de permanecer en casa en marzo. Cuando quedé embarazada, estaba agradecida de trabajar en casa para evitar el contacto directo con personas que pudieran estar infectadas. Pero mis planes para mi embarazo no incluían un encierro. Yo estaba lista para asistir a clases para mujeres embarazadas y padres primerizos. Quería celebrar las buenas nuevas con mi familia y amigos. Esperaba organizar un hermoso baby shower para nuestro primogénito.

Pero el mundo que me rodeaba se volvió más mortífero día a día y el sistema de atención médica se volvió más caótico. El condado de Los Ángeles, donde vivo, informó su primer caso de coronavirus el 9 de marzo. A finales de mayo, el Departamento de Salud había registrado más de 46,000 casos de COVID-19 y 2,000 muertes. Las hospitalizaciones aumentaban a un ritmo alarmante. En medio de la confusión, los sistemas y prácticas de mi seguro de salud parecían desmoronarse.

Nunca me asignaron a un equipo obstétrico regular, sino que tenía mis citas con diferentes doctores alternando entre dos localidades. En una ocasión llegué a una de mis citas solo para descubrir que el sitio se había convertido en un centro de pruebas de coronavirus. Me enviaron al otro lugar a ocho millas de distancia.

Traté de no dejar que la creciente crisis me afectara, pero a veces era imposible. Soy periodista y escribía a diario acerca del aumento de las infecciones, las muertes, la pérdida de empleos, el cierre de negocios, los desalojos y los problemas de los estudiantes de bajos ingresos obligados a aprender en línea.

Entrevistaba a personas por teléfono, Zoom y correo electrónico, y evité por completo el contacto cercano. Fue bueno para mi seguridad pero cada vez más difícil para mi salud emocional y mental. Empecé a sentirme aislada.

Mi esposo y yo no nos reunimos con nadie más que con nuestras madres. Nuestras salidas solían ser paseos al parque o por la playa muy temprano o en la noche para evitar las multitudes.

Cuando me sentía más desesperada por el encierro trataba de concentrarme en el bienestar de mi bebé. Eso me mantuvo fuerte y me recordó que debía mantenerme saludable.

Una sorpresa aterradora

En mi sexto mes de embarazo, desarrollé un sarpullido y me picaban mucho los dedos de las manos y los pies. Usualmente los remojaba en agua de avena y aplicaba lociones contra la picazón, pero nada ayudaba.

Como no sabía quién se suponía que era mi obstetra designado, me comuniqué con uno de los médicos de la lista que aparecía en mis opciones de mensajes en el portal para pacientes de mi seguro médico. La doctora ordenó análisis de sangre. Me diagnosticaron diabetes gestacional (GD). No tenía idea de qué era eso, pero no sonaba bien.

En la diabetes gestacional, el nivel de glucosa en sangre de una mujer sin antecedentes previos de diabetes se mantiene alto, lo que se conoce como hiperglucemia, ya que no puede producir ni usar toda la insulina necesaria para satisfacer las demandas del embarazo, explica la Asociación Estadounidense de Diabetes. Por lo general, aparece entre las 24 y 28 semanas de gestación y ocurre en aproximadamente el 18% de las mujeres embarazadas.

La afección se puede tratar con una dieta balanceada baja en carbohidratos y azúcar, ejercicio moderado y monitoreando el azúcar en la sangre. Si la afección no se controla, puede provocar complicaciones graves, como presión arterial alta o preeclampsia, que pueden causar daño tanto a la mujer como al feto y provocar un parto prematuro. La diabetes gestacional mal controlada también puede causar un bebé muy grande, lo que aumenta el riesgo de daño a los nervios y, a menudo, obliga a un parto por cesárea.

La diabetes gestacional puede desarrollarse en cualquier embarazada, pero los riesgos son mayores para las mujeres mayores de 25 años, con sobrepeso, antecedentes familiares de diabetes o las latinas, afroamericanas, del sur o del este de Asia o de las islas del Pacífico.

El diagnóstico me sorprendió. La doctora—a quien nunca había conocido antes o que volvería a ver—me aseguró que si seguía los pasos recomendados, el bebé y yo estaríamos bien. Sin embargo, sentí que le había fallado a mi bebé al no cuidarlo. Adicionalmente, tratar de seguir las medidas recomendadas resultó ser un desafío al no tener un proveedor habitual que respondiera a mis preguntas.

Se me pidió que recogiera un kit en la farmacia y comenzara a usarlo. Resultó ser un monitor de glucosa. Nunca había visto el aparato antes y no tenía idea de cómo funcionaba. Las instrucciones en el kit no estaban claras y no podía tener una cita en persona para que me explicaran cómo usarlo. Finalmente, una amiga que había sido diagnosticada con GD durante su embarazo me enseñó cómo usarlo mediante una video llamada.

Debido a que cada consulta obstétrica era con un médico diferente, era rutina dar explicaciones sobre mi historial y mi condición a cada uno. Sentía que el personal médico tenía mucha prisa, quizás para reducir el riesgo de la propagación del virus. Pero eso me dejaba poco o ningún espacio para hacer mis preguntas.

La situación era especialmente difícil porque no podía ver a familiares o amigos que me hubieran apoyado. Mi embarazo, que se suponía que iba a ser un momento de alegría, se estaba convirtiendo en una experiencia solitaria y abrumadora.

Pero estaba decidida a hacer todo lo posible para tener un bebé sano. Dos amigas que habían tenido diabetes gestacional me dieron muy buenos consejos. Compré una bicicleta estática en línea y me ejercité religiosamente. Una vez que aprendí a usar el monitor de glucosa, me pinchaba el dedo cuatro veces al día y mantuve una dieta balanceada. Me uní a un grupo de Facebook para mujeres con diabetes gestacional el cual se convirtió en una increíble fuente de apoyo.

Noté que la mayoría de las mujeres de ese grupo experimentaban sentimientos similares de fracaso cuando eran diagnosticadas. También leía historias inspiradoras de éxito. Las mujeres presentaban a sus bebés “de azúcar”—un término utilizado por tenerlos bajo dicha condición—al grupo, tranquilizándonos al resto y motivándonos a continuar con nuestra dieta y regímenes de ejercicio.

Celebrando en la nueva normalidad

A mediados de noviembre, un mes antes de mi fecha de parto, mi esposo y yo optamos por un baby shower estilo drive thru (en automóvil). Sabíamos que teníamos que tener mucho cuidado. Con la llegada del Día de Acción de Gracias, las autoridades sanitarias se estaban preparando para otra ola de infecciones y advirtieron a las personas que evitaran las grandes reuniones. Les pedimos a nuestros invitados que usaran mascarillas aunque estarían dentro de sus autos. Nosotros también lo hicimos.

Los animamos a decorar sus autos y hacer fila a una cuadra de distancia para pasar frente a nuestro hogar en forma de un desfile. Rifamos pequeños obsequios y regalamos aguinaldos, una bolsa de regalo tradicional mexicana. Los llenamos de caramelos, desinfectantes para manos y mascarillas. Contratamos a un paletero que repartía helados a los invitados que pasaban.

Este artículo fue originalmente publicado en Impremedia y fue escrito para el USC Center for Health Journalism en colaboración con La Opinión.

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