Teléfonos celulares y el parricida Chris Watts

Los teléfonos celulares se han convertido en el testigo favorito de los fiscales de las cortes, incluso mejor que el ADN.

Ahora resulta que gracias a ellos no solo sabemos lo que hacen las personas sino que nos enteramos qué se esconde detrás de sus intenciones. Con hora exacta y con santo y seña. Y es que este aparatito se ha convertido en el segundo cerebro y receptáculo, además de escriba fiel de su dueño, quiéralo o no.

Tienen una memoria fotográfica. Son rastreadores excelentes. Guardan datos del banco, de la música, de los lugares que uno frecuenta y hasta de los que uno andaba buscando por Internet.  Y lo que uno andaba buscando revela lo que pasa por la mente. Obvio.

De nada sirve el silencio a los malhechores y los no tan malhechores del planeta. Ahí están los teléfonos: negros, amarillos, Samsung, Android, iPhone 8, 9, X, inocentemente colgados desde nuestros bolsillos, listos para dar la talla y desvirtuar a cualquiera que tenga la clave y abra con ella las esclusas a la escabrosa vida que uno lleva en la mente.

Nadie está exento de ser espectacularmente desenmascarado. A menos que haga esfuerzos para no dejar rastro. Alguien me contó de un amigo que se juraba hetero, hasta que se quedó dormido con su celular abierto con miles de fotos de hombres en cueros. Y no hay ningún hetero que busque fotos de hombres en cueros. Otra amiga contó del esposo que recibió una demanda de manutención después de publicar fotos de viajes por Facebook.

Es que, a diferencia de las personas, los celulares no mienten. Tampoco editan. Guardan las rampantes búsquedas de una noche en vilo, la pornografía, los mensajes de texto que se usaron para concertar citas clandestinas, las cuentas de banco, la agenda, la música, los viajes que uno presume y hasta las compras que una escondió del marido.

No me extrañaría que alguien pudiera investigar a través de la música que uno escucha nuestros fluctuantes estados de ánimo y hasta nuestras intenciones. El celular sabe de uno más que uno mismo.

El parricida Chris Watts

Hay casos extremos como el del parricida Chris Watts. Este flamante padre y esposo, cuya foto empapeló todos los medios de la Internet por varios días, fue recientemente procesado. Su peor enemigo y el mejor testigo de los fiscales fue precisamente su teléfono inteligente.

Hace unas semanas que se vació para escrutinio público el folio de su caso, incluyendo cada uno de los mensajes de texto, declaraciones, videos, compras, cuentas de banco, los pings de donde estuvo y hasta la música que escuchó tras aniquilar a su familia de cuatro personas para comenzar una nueva vida con su amante.

Los datos celulares revelaron asimismo un caudal de problemas detrás de una familia que se proyectaba idílica por los medios sociales. Humanos somos.

Ahora dejamos rastro de todo, de las mentiras que publicamos y de la realidad.  Watts niega lo que hizo. Su teléfono lo delata. Aunque se mienta a sí mismo y se cuente otra película, su fechoría quedó al descubierto gracias a su propio celular, que lo traicionó en un click.

Móviles y watts
Móviles y Chris Watts: eran una familia.

Detrás de su celular había una ristra interminable de datos: fotografías, mensajes de texto a su amante, búsquedas de viajes de vacaciones, aplicaciones falsas para ocultar fotos indiscretas. Todo parece indicar que la muerte de su familia fue un evento fríamente calculado. Este padre del año buscaba liberarse de su familia y, vaya inconveniente, deshacerse de su esposa embarazada.

Pero se olvidó de su celular.

Aquel domingo, cuando llevó a sus hijas a una fiesta de cumpleaños, el fornido adonis y operador de compañía petrolera concibió el plan. Su búsqueda del Mar Muerto durante la fiesta de cumpleaños revela que probablemente trataba de saber qué pasa con los cuerpos cuando se lanzan a un líquido espeso.

Acto seguido envió un mensaje de texto para su compañero de trabajo con el ofrecimiento de supervisar los tanques de petróleo al día siguiente. Estos datos dejan en cuenta que ideaba su horroroso crimen ahí mismo, conforme ellas comían pastel de cumpleaños. Si las lanzaba dentro del tanque, aunque flotaran, no quedaría rastro.

La gracia de la amante de Watts es incluso más reveladora. Según la confesión inocente de Nicole Kissinger «estaba ayudando a Watts a volver con su esposa».  La mujer es desmentida espectacularmente por su celular donde aparece buscando vestidos de novia. No hay mujer que no busque vestidos a menos que quiera casarse. Ahí está el teléfono inteligente admitiendo lo que el ser humano niega.

Son miles de folios que dan cuenta del affair de Watts y Kissinger. Así también hay miles de folios que revelan los intentos de Shannen, embarazada de unos pocos meses, para salvar su matrimonio.

Antes, cuando éramos indocumentados de virtualidad, el papel que aguantaba todo necesitaba del acto volitivo de tomar un lápiz y colocarse a escribir. Pero el teléfono celular es diferente. Es compulsivo, instintivo y revelador y lo aguanta todo. Hasta las intenciones que nos negamos a delatar.

Está más que comprobado que detrás de un celular se esconde el contenido claro y el contenido más oscuro del corazón.  «Uno ve caras, pero no ve corazones», decía mi madre. Ahora resulta que es «uno ve caras pero no sabe qué hay al otro lado de la clave de un celular».

Autor

  • Liza Rosas Bustos

    Profesora chilena (Valparaíso, 1970). Reside en Nueva York (EUA) desde hace doce años y ha sido habitante del estado de Oregon hace diez. Ha colaborado para el periódico literario Puente Latino, Hoy de Nueva York. Formó parte del Espacio de Escritores del Bronx Writer’s Corps. Cuentos suyos han aparecido en las revistas Hybrido y Conciencia. Sus poemas, ensayos, artículos y cuentos han sido publicados por la Revista virtual Letralia de Venezuela. Sus poemas aparecen en las publicaciones mexicanas La Mujer Rota y la Revista Virtual Letrambulario además de Centro Poético, publicación virtual española. Obtuvo un Doctorado en Literatura Hispánica y Luso Brasileña en Graduate Center, City University of New York. Actualmente vive en Portland, Oregon y se desempeña como profesora de lenguage dual en Beaverton High School.

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