Inteligencia Artificial o el Reggaeton de la vida
La energía que entrega la gente que lucha por la vida es innegable. El fragor con el que forjan su jornada no tiene par. Lo evidencia la energía de la señora vendiendo churros en una esquina; o acaso el suspiro de un trabajador de una bodega que me mira sonriente al relevar su turno. Son unidades de vida pujando. Ni la energía plena ni su transmisión humana son cosas que se pueden descargar por Internet.
Hay que vivirlas, transmitirlas, expresarlas, recibirlas
Un archivo MP3 no se compara a la versión real en una sala de concierto. Es una muestra, de la réplica de la copia de una sesión en tiempo timbrando, vibrando, frente a uno. La vibración lo traspasa a uno al verlo. Los conciertos de música se pagan bien por lo mismo. Están los ensayos, el montaje; y los músicos buscando cada uno y al unísono un desparramarse por el público.
Chomsky tiene razón. La Inteligencia Artificial o IA no debería llamarse así. No lo es. La profundidad humana y su creatividad es tanto y más. Charles Bukovsky lo dijo bien claro en una entrevista. «Eres un escritor si escribes así: bin bin bin, bin bin bin. Si eres un escritor, cada línea debe estar lleno de jugo, su sabor, de fuerza que convenza a dar vuelta la página. Cada línea tiene debe ser una entidad en sí misma.» La tenía clara.
La descarga torrencial de información y fotos que nos ametralla, nos quita atención a la vida interior plena que va en tiempo real. Hace de nuestra mente una asociadora compulsiva.
Antes, durante el tiempo muerto nos dedicábamos a repasar el día y a reflexionar mezclando los recuerdos, las sensaciones, los pensamientos y las intenciones. Tomábamos posturas, decisiones, en fin.
Hablaban nuestras voces interiores
Hoy hacemos click, nos ponemos a buscar, a mandar mensajes de texto o a trolear. Le preguntamos a Quora cómo reaccionar. Hoy, cuando estamos esperando, comenzamos a deslizar con nuestros dedos la pantallita para succionar todo tipo de material informativo que repetiremos a otros sin cesar. Caemos en una especie de trance de zombies.
Nuestras opiniones son como los ladridos de perros. Vemos algo, que asociamos automáticamente a otra cosa y a otra cosa y a otra. La ristra de pensamientos van recorriéndolo todo acuñándose a nuestra huella corporal. Cuando respondemos, lo hacemos desde allí, desde la banalidad del exterior que puede que no tenga que ver con nuestra experiencia vital.
Debajo de tanta ansiedad desatada, debajo del hombre pensante se esconde la huella de un ser pensante enterrado por los advenimientos tecnológicos de las centurias.
El ser atrae y emite energía. El hombre pensante escoge lo que ve y pasa la observación por su cedazo cultural.
El ser busca la luz del entendimiento de los árboles, los adornos, los caprichos humanos que se encuentra en la vida. El hombre pensante va calculando la hora, cuánto cuestan los objetos donde los puede obtener, vender, intercambiar.
El ser escucha, encuentra, devela, descubre. El ser recibe, abraza prodiga. El hombre pensante calcula movimientos para atinar a la primera y jamás equivocarse porque de hacerlo, cae en el espiral de asociaciones y de malestar corporal.
El ser responde. El hombre pensante reacciona. El ser siente. La mente del hombre pensante lo puebla de ansiedad.
Cuando estaba de visita en Nicaragua al ver cómo los niños comían en un basural, Anthony Bourdain expresó : «si esta escena es real, lo que hago yo, mostrarme comiendo en restaurantes para los televidentes de Netflix es una obscenidad».
Vender inteligencia artificial como inteligencia humana es la última obscenidad de moda.
Los algoritmos son la repetición de la inteligencia humana, un amago rápido, una versión pobre y deslavada de la realidad. No quiero llamarlo reggaetón. Pero la Inteligencia artificial es fácil, repetitiva, simplona como el reggaetón.
Si el aparearse perpetúa la vida, reduce el sexo a la lucha mental del poder de los géneros. Nos va despojando poco a poco nuestro propósito vital. La Internet es el primer desfalco. Parimos niños para que vivan detrás de una pantalla, lejos de la vida real que le prometimos. Cuando el niño nos incomoda llorando le pasamos una tableta tras lo cual se calla. Pero perdemos la oportunidad de conocerlo, de educarlo, de dialogar.
Los Van Gogh no serían lo que son sin el cansancio, el amor y el dolor humano percibidos en su obra. Es la caminata, el esfuerzo y la comunión de nuestros sentidos pensamientos y sentimientos lo que nos nutre y nutre de paso a otros.
Mezclar ingredientes virtuales no es inteligencia. Es una especie de repetición de la misma idea de la idea de la idea. Para dar un ejemplo más claro, ahí está. En el año nuevo, el regattonero Bad Bunny sacó una segunda canción diciendo que no se quiere casar.
Es lo mismo, repetido, como una versión de Inteligencia Artificial de la «Titti». Con la «Titi me preguntó» me bastaba. Ya dijo que no quería casarse.
¿Para qué necesita otra más?
Gracias IA por ayudarnos a medir la envergadura letal de nuestra reducción. Gracias por echarnos de bruces a cuestionarnosla, como el reggaetón de la vida que es.