Icono del sitio HispanicLA: la vida latina desde Los Ángeles

Cuatro poemas más de la revolución mexicana

Fotografía de José Sánchez del Río, de 15 años, ahora santo católico que fue martirizado por su fe durante la Guerra Cristera. (1913) / Agustín Víctor Casasola (1874-1938) Archivo General de la Nación

Esta recopilación es la continuación de otra similar, Cuatro poemas de la revolución mexicana, que despertó interés en nuestros lectores. Esperamos que la selección guste y que de una mejor idea de la era revolucionaria en México

Manuel Maples Arce: Revolución

 

Manuel Maples Arce

El viento es el apóstol de esta hora interdicta.
Oh épocas marchitas
que sacudieron sus últimos otoños!
Barrunta su recuerdo los horizontes próximos
desahuciados de pájaros,
y las corolas deshojan su teclado.

Sopla el viento absoluto contra la materia
cósmica; la música
es la propaganda que flota en los balcones,
y el paisaje despunta
en las veletas.

Viento, dictadura
de hierro
que estremece las confederaciones!
Oh las muchedumbres
azules
y sonoras, que suben
hasta los corazones!

La tarde es un motín sangriento
en los suburbios;
árboles harapientos
que piden limosna en las ventanas;
las fábricas se abrasan
en el incendio del crepúsculo,
y en el cielo brillante
los aviones
ejecutan maniobras vesperales.

Banderas clamorosas
repetirán su arenga proletaria
frente a las ciudades.

En el mitin romántico de la partida,
donde todos lloramos
hoy recojo la espera de su cita;
la estación
despedazada se queda entre sus manos,
y su desmayo
es el alto momento del adiós.
Beso la fotografía de su memoria
y el tren despavorido se aleja entre la sombra,
mientras deshojo los caminos nuevos.

Pronto llegaremos a la cordillera.
Oh tierna geografía
de nuestro México,
sus paisajes aviónicos,
alturas inefables de la economía
política; el humo de las factorías
perdidas en la niebla
del tiempo,
y los rumores eclécticos
de los levantamientos.
Noche adentro
los soldados,
se arrancaron
del pecho
las canciones populares.

La artillería
enemiga, nos espía
en las márgenes de la Naturaleza;
los ruidos subterráneos
pueblan nuestro sobresalto
y se derrumba el panorama.

Trenes militares
que van hacia los cuatro puntos cardinales,

al bautizo de sangre
donde todo es confusión
y los hombres borrachos
juegan a los naipes
y a los sacrificios humanos;
trenes sonoros y marciales
donde hicimos cantando la Revolución.

Nunca como ahora me he sentido tan cerca de la muerte.
Pasamos la velada junto a la lumbre intacta del recuerdo
pero llegan los otros de improviso
apagando el concepto de las cosas,
las imágenes tiernas al borde del horóscopo.

Allá lejos,
mujeres preñadas
se han quedado rogando
por nosotros
a los Cristos de Piedra.

Después de la matanza
otra vez el viento
espanta
la hojarasca de los sueños.

Sacudo el alba de mis versos
sobre los corazones enemigos,
y el tacto helado de los siglos
me acaricia en la frente,
mientras que la angustia del silencio
corre por las entrañas de los nombres queridos.

De Manuel Maples Arce (1900-1981), Poemas Interdictos (Xalapa: Ediciones de Horizonte, 1927), 47-56. 

 

Enriqueta Ochoa: Las muchachas en la Revolución

 

poemas de la Revolución Mexicana
Enriqueta-Ochoa

A las muchachas del rancho las escondieron en
las cuevas, cerca del ojo de agua, donde,
diariamente, iban a lavar las mujeres mayores. En
las cestas les llevaban alimentos cubiertos con
inmaculados manteles que después lavaban y
ponían a secar sobre matorrales.

Cuando los soldados o los revolucionarios
llegaban buscando a las jóvenes,
las familias, anegadas en llanto, explicaban
cómo se las habían arrebatado las tropas
que habían llegado antes que ellos.
Incrédulos, revolvían casa por casa y, una vez convencidos,
se marchaban, maldiciendo y pateando lo que encontraban a su paso.

Así se pusieron a buen recaudo las muchachas del rancho,
entre ellas, mi madre y mis tías.

Enriqueta Ochoa (1928-2008) 

Enrique González Martínez: Los días inútiles 

 

Enrique González Martínez

Sobre el dormido lago está el saúz que llora.
Es el mismo paisaje de mortecina luz.
Un hilo imperceptible ata la vieja hora
con la hora presente… Un lago y un saúz.

¿Con qué llené la ausencia? Demente peregrino
de extraños plenilunios, vi la vida correr…
¿La sangre…? De las razas. ¿El polvo? Del camino.
Pero yo soy el mismo, soy el mismo de ayer.

Y mientras reconstruyo todo el pasado, y pienso
en los instantes frívolos de mi divagación,
se me va despertando como un afán inmenso
de sollozar a solas y de pedir perdón.

Enrique González Martínez (1871-1952) 

 

Alfonso Reyes: 9 de febrero de 1913

 

Alfonso Reyes

¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,
desde qué pliegue de la luz nos miras?
¿Adónde estás, varón de siete llagas,
sangre manando en la mitad del día?
Febrero de Caín y de metralla:
humean los cadáveres en pila.
Los estribos y riendas olvidabas
y, Cristo militar, te nos morías…
Desde entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
Y si seguí viviendo desde entonces
es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto.

Río de Janeiro, 24 de diciembre, 1932. Alfonso Reyes, 1889-1959.

Lee también

Cuatro poemas de la revolución mexicana

 

Autor

Salir de la versión móvil