La futura imposición de aranceles a productos mexicanos, canadienses y chinos – el 40% de nuestras importaciones – anunciada ayer por Trump pregona el fin de la globalización.
El anuncio vino en su medio social favorito, como ya noa ha acostumbrado el presidente electo, en lugar de una entrevista, una conferencia de prensa, un documento dado a conocer, publica algo de lo que se puede retractar la mañana siguiente.
El anuncio es parte de un cambio histórico a nivel nacional e internacional, que inició en el país después de la Segunda Guerra Mundial que se alejó del libre comercio global para contrarrestar la crisis de la manufactura doméstica.
Para demostrar la falta de lógica de una medida tan dramática y generalizadora, digamos que para esa manufactura doméstica, el mercado libre significa la obligación de competir con productos importados cuyo costo de producción es más barato. Eso se debe, entre otros factores a los bajos salarios en países en vías de desarrollo.
Para no perder su tajada del mercado, las empresas locales se ven obligadas, en las condiciones actuales, a bajar sus precios o a mejorar el producto, lo que en ambos casos merma su lucro.
Al imponerse aranceles – que son pagados por la empresa importadora y no por el país exportador – sube de manera artificial el precio de los productos del extranjero, si es que no son retirados antes del mercado. Entonces, sin temor por la competencia, las manufactureras pueden subir sus precios en una proporción similar y aumentar su ganancia.
Si bien es posible que entonces contraten más personal, no sentirán presión para hacerlo, o para aumentar los salarios, precisamente por la disminuida competencia.
Entonces, el resultado inevitable de los aranceles es que al final del ciclo económico, los pagarán los consumidores en precios más altos, tanto para productos importados como locales. Pero ¿no era que Trump había prometido bajar la inflación?
Adicionalmente, Trump ha dicho que las tarifas (similar a los aranceles pero más general) – son “la palabra más dulce del diccionario”. Según él compensarán la disminución de ingresos al erario por los recortes impositivos que se propone instaurar. Una vez en el poder extenderá la vigencia de los que estableció en diciembre de 2017, durante su primer período de gobierno, que de otra manera expirarán el próximo año, y a ello le agregará nuevos recortes.
Si juzgamos por el primer recorte de impuestos, la nueva ola beneficiará, una vez más, a quienes más ganan y en especial a las grandes corporaciones.
En realidad los aranceles no alcanzarán ni de lejos para pagar por la disminución de ingresos impositivos, lo que derivará en un aumento de la deuda nacional, que ya en su primer gobierno se disparó a números siderales.
Todo esto sin tomar en cuenta el daño a las relaciones exteriores de Estados Unidos con sus dos vecinos. México puede a su vez imponer aranceles a productos estadounidenses, y los puede reemplazar con los hechos en otros países. Y recordemos que en 2020, China respondió con sus propios aranceles a las importaciones de productos agrícolas estadounidenses, obligando al gobierno a regalar $28,000 millones del dinero de los contribuyentes a la industria del agro.
Se dice que el anuncio del virtual presidente electo de una política que pondrá en efecto el 20 de enero próximo es solo el inicio de negociaciones y que “no habla en serio”. Y que no es lógico que viole abiertamente el acuerdo comercial entre México, Canadá y Estados Unidos que firmó con gran fanfarria en su primer mandato.
No es así. Lo mismo se ha dicho de muchas acciones extremistas que prometió y cumplió. O al menos trató o simultó haber tratado.
Finalmente, las publicaciones de Trump por Truth ponen como condición para anular los aranceles que promete que ambos países – y China – detengan el flujo de emigración ilegal y de fentanilo. Buena manera de sacarse de encima la responsabilidad de solucionar la cuestión migratoria y la guerra contra el narcotráfico.
No solamente existe la posibilidad – probabilidad – de que los países involucrados respondan con medidas proteccionistas similares, sino que, si Trump insiste, podrían aliarse entre ellos, agregando a Europa para de una vez desalojar a Estados Unidos, dejándola con una economía desestabilizada y sin esperanzas de volver a ocupar el puesto de liderazgo mundial, tal como sueña Trump hacerlo sin esfuerzos, sin inversiones, sin fuerzas armadas desplegadas fuera del país, sin intervenciones sino que en virtud de su personalidad amenazante y litigante. Veremos.