Galatea viaja por las nubes; aún permanece como si fuera el aliento de un pabilo que no se gasta con sus lágrimas de cera; con su llamita titilando, temblando de incertidumbre, pero a la vez persistiendo, en medio de un avión y un firmamento que va dejando atrás la oscuridad.
Galatea fue una prostituta cubana (imaginaria pero no menos real) que soportó con mucho estoicismo su antiquísimo oficio. Guardaba el secreto de una romántica tragedia familiar, cuando se llamaba Michélle y había nacido en París, y en su infancia y adolescencia se rodeó de exposiciones de arte y anticuarios parisinos, de restaurantes y champañas. Pero más que en París, llegó a crecer y se hizo mujer en Baden Baden; muy joven conoció el matrimonio con genio-tonto y rico que terminó en el suicidio; tuvo la protección de una madre y un padrastro adinerado hasta que surgió Hitler en Alemania y con el la noche negra que cubrió el mundo en esos años de la década del 40. A partir de entonces su vida fue un desastre, casi podría decirse que se convirtió en una eterna huida. “La noche negra se tragó todo a su alrededor, y fue, desolada, hacia un país desconocido”. El país donde huyó, temerosa y mísera, fue Cuba, la isla que en aquellos tiempos llamaban: Los ojos del paraíso.
Este es el título de la novela del escritor y periodista cubano Darcia Moretti, que ganó el premio Letras de Oro (1989-1990), de la Universidad de Miami, y en ella se narra simplemente la historia de una mujer que por las circunstancias de su vida se vinculó a la isla, y más que vincularse se fundió al destino de un país, al que primero odió y luego amó entrañablemente. Galatea, en esencia, vivió y representa la imagen de la Cuba de mitad del siglo XX; años convulsos, augurales de una fatalidad nueva, diferente, desconocida para el pueblo que aún se encuentra perdido en su propio laberinto. La vida de Galatea estuvo signada por dos nombres: Adolfo Hitler y Fidel Castro. Y ella representa ser, en buena medida, la gran meretriz de una época de transición. Quizás la imagen del último prostíbulo burgués en la Cuba de los primeros años de la Revolución; pero también, como historia, refleja el paso hacia la prostitución de los valores políticos y sociales.
En Los ojos del Paraíso los personajes quieren trascender sus individualidades para convertirse en símbolos de una época. Una proyección válida que por momentos alcanza logros y posibilidades de la buena narrativa; en otros, los menos, se queda en la intención por su carácter un tanto efusivo de describir la realidad de los hechos.
En esta historia imaginaria —no menos real, naturalmente—, el personaje de Michélle, desde su soledad irreverente con la vida, logra levantar el más famoso y refinado prostíbulo de La Habana, en esos años previos al triunfo de la Revolución comunista: La casa Galatea. Tanto en su papel protagónico, como en el de los personajes secundarios y la descripción del ambiente de esta mansión visitada por diplomáticos, funcionarios, hombres ricos y después barbudos revolucionarios, se aprecia un contexto bien definido de la realidad de aquel entonces. Hay una atmósfera de sensualidad y complejidad humana; una trama bien estructurada no exenta de atracción por el comportamiento de los personajes; atracción, incluso, por la intención de presentar —tal vez con un poco de apresuramiento— esos dos o tres primeros años de un proceso aparentemente revolucionario, que desde un inicio pudo dar para algunos la sospecha de que se avecinaba un tiempo de mayor degeneración política y social.
Parece ser que Galatea es también la imagen de la eterna peregrina. La escena final, en el avión que los sacaba de Cuba a ella y a sus amigos, cierra muy bien el ciclo de sus dos fatalidades: la alemana de Hitler y la cubana de Castro. Es el comienzo de un exilio que, como el judío, se ha tenido que llevar a cabo a sangre, sudor y lágrimas, pero con el recuerdo y el tesón para rehacer la vida.
En definitiva: Los ojos del Paraíso es una novela necesaria, que presenta la otra cara de la narrativa cubana de esa segunda mitad del siglo XX, cuando recoge y recrea el comienzo de la otra historia, muy verdadera, que la llamada literatura de la Revolución cubana nunca se ha propuesto evidenciar. Y es que la verdadera literatura no se realiza por decretos (Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada), sino que se hace con la sensibilidad, la imaginación y la memoria de lo vivido. En el caso de Cuba, solo hay una literatura: la que se ha escrito y escribe desde la isla y, no menos importante, la que se ha escrito y escribe en el exilio.
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Darcia Moretti nació en Cuba y emigró a Estados Unidos en 1958. Periodista e intérprete de español e italiano en las audiencias de los tribunales de Nueva York. Otras obras suyas publicadas han sido un libro de entrevistas: Gente importante, 1975; y la novela El universo de Nina, 1979.