Muchas veces me dijeron que mi grano de arena se perdería en el desierto; que era una idealista por soñar con cambiar el mundo una palabra a la vez. Pensaron que mis ideas eran para el periodismo como llevar piedras al río; que no era talento, que me sobraba acento y me faltaba tiempo.
Me advirtieron que una persona sola no giraba un barco; que apostar por un proyecto comunitario sería solo un pasatiempo y que un grupito no era sinónimo de periodismo. Les sonreí con los ojos curiosos, los labios en curva, las mejillas entumidas y el corazón alborotado.
Hoy mi experimento, Conecta Arizona, cumple dos años de florecer como lo hace el desierto: contra todo. Ya no es solo mío: es nuestro.
Conecta Arizona comenzó como un salvavidas transfronterizo en la pandemia. Era solo un grupo de WhatsApp que conectaba a Arizona y Sonora con información, noticias, recursos, memes y expertos en español principalmente en respuesta a la crisis por el COVID-19. Crecimos muy rápido. Ahora tenemos listas de distribución, un programa semanal de radio, un boletín en Substack, campañas en redes sociales y en junio lanzaremos un podcast con historias de puentes humanos construidos cuando otros edifican muros.
Nuestro corazón late en La Hora del Cafecito, una hora diaria de conversaciones intensas en WhatsApp sobre noticias, polémicas, política, salud, inmigración y hasta cotilleo del espectáculo. Hablamos de todo. No le tenemos miedo a los temas difíciles, no le sacamos la vuelta a la controversia ni nos intimida el discrepar. Llevamos, hasta hoy, 609 cafecitos de más de 160 mensajes cada uno. Eso sí es dialogar.
No somos un medio de comunicación tradicional ni queremos serlo. Le apostamos al periodismo hiperlocal, a las charlas, a un reporteo constante con retroalimentación, a la transparencia, a invertir tiempo a la escucha, a la verificación de datos, al trabajar en español, a empoderar la binacionalidad y la biculturalidad. Le apostamos a y por la gente. Le apostamos a las colaboraciones y a fortalecer a otros como Prensa Arizona, Onda 1190, El Sol de Hermosillo y más. Eso nos ha llevado a Stanford y a la Universidad CUNY en Nueva York, a que escriban de nosotros en Harvard, The New Yorker, The New York Times, el Washington Post, Aljazeera y más.
Y todo empezó conmigo y ahora llega hasta donde jamás imaginé, gracias a ti.
Así que cuando te digan que una persona no puede cambiar el mundo, tómales la mano y muéstrales la magia de los eslabones humanos. No los sueltes. Enséñales que de uno a uno vamos tejiendo historias, amistades, redes de apoyo, familias comunitarias, barrios orgullosos, conversaciones informadas y una nueva narrativa que tiene nuestras manos, nuestros rostros, nuestros idiomas y acentos.
Demuéstrales que el periodismo no es extracción sino inspiración; que las notas no nacen en comunicados sino en tardes de diálogo; que todos podemos ser cazadores de mitos y salvavidas humanos; que se crece más fuerte cuando se siembra más profundo; que nos unen los códigos postales, las juntas escolares, las fronteras, las celebraciones e incluso la pandemia. Invítalos a que abran los ojos a tu lado, de tu mano, y se darán cuenta que no estamos solos, que somos una cadena larga que se llama comunidad.
Luego invítales un café. Escucha. Lee. Deja la libreta y apaga la grabadora. Permítete oír, ser y acompañar sin filtros. Sumérgete en tu comunidad; no te hagas a un lado; siéntete parte de ella… eres parte de ella. Y cuando entiendas que no son ellos y nosotros, que somos uno mismo, empieza a escribir, crear, preguntar, investigar y reportear. Así se cambia el mundo; así se mueve el barco; así se hace un puente; así escribimos nuestra historia.