Hasta ahora siempre nos habíamos dedicado a mostrar y difundir los mejores exponentes jóvenes del food art.
¿Qué les parece si nos remontamos al pasado? ¿Y si conectamos a nuestros jóvenes y no tan jóvenes lectores con un pintor, no tan conocido, no tan famoso, y sin embargo único?
Se trata de uno de esos casos raros en la historia del arte. Un pintor con oficio. Que trabajaba de pintor. Que vivía de vender cuadros. Una vida normal. Sin estridencias. Pero dueño de un estilo y una maestría, que ha permitido que el tiempo lo ubique en su justo lugar.
El estableció las bases que luego seguirían los demás, y que harían del bodegón español del siglo XVII una explosión de food art pocas veces igualada.
Logró algo imposible de lograr. Congelar el instante preciso en que la vida y la muerte se encuentran. Nadie pudo hacerlo, ni antes ni después con su maestría.
Y eso que estamos hablando de maestros del portento de Velázquez. Junto con Pablo Picasso, en el siglo XX, tal vez el más grande de su época y de España.
Contamos para este reconocimiento con el trabajo que viene realizando desde hace más de cuarenta años un irlandés que se enamoró del género siendo estudiante y hoy es, según mi opinión, el mayor especialista en el mundo sobre su obra.
Para aquellos lectores que además de su pasión por la gastronomía y por la enología también sienten pasión por el arte, les brindamos una conferencia completa en la que analiza en el Museo del Prado una obra de este pintor, en el contexto general de los Bodegones Europeos, verdaderamente maravillosa.
Peter Cherry, es profesor de Historia del Arte y de la Arquitectura por el Trinity College de Dublin, Doctor en Historia del Arte por el Courtauld Institute of Art de Londres con la tesis Still Life and Genre Painting in Spain During the First Half of the Seventeenth Century. Desde 1990 ejerce su carrera docente en el Trinity College de Dublín y es conservador de su colección de arte moderno.
Es especialista en arte español del siglo XVII, prestando especial atención al género del bodegón, materia sobre la que imparte conferencias en diferentes instituciones y comisaría numerosas exposiciones como Luis Meléndez: Bodegones en el Museo del Prado, La pintura de bodegón en las colecciones del Museo Cerralbo y A Natureza-Morta na Europa en la Fundação Calouste Gulbenkian.
Asimismo, es autor de numerosas publicaciones especializadas, entre las que cabe destacar los libros Luis Meléndez Still Life Painter (2006) y Arte y naturaleza: el bodegón español en el Siglo de Oro (1999). Es miembro desde 1997 del consejo de la Douglas Hyde Gallery de Dublín.
La mayoría de las palabras que integran esta nota proviene de su pluma y las he tomado prestadas, adaptándolas a nuestro formato. De allí este agradecimiento.
Espero disfruten esta nota sobre Juan Sánchez Cotán.
Un tal Sánchez Cotán de Toledo
Juan Sánchez Cotán nació en Orgaz, Toledo en 1560 y falleció en Granada en 1627. Es el primer pintor español de quien conocemos bodegones, en su mayoría pintados antes de 1603.
Bautizado en la iglesia parroquial de su localidad natal el 25 de junio de 1560, vivió y trabajó en Toledo. Es posible que fuera discípulo de Blas de Prado, pintor que goza de la distinción de ser el primer bodegonista español documentado, pero del que no se han identificado obras de ese género.
Parte de la familia de Sánchez Cotán residió en Orgaz Toledo; en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, vivieron su hermano Alonso Sánchez Cotán, escultor, y los dos hijos artistas de este, Alonso, también escultor y ensamblador, y Damián, dorador y estofador.
El suceso central en la vida de Sánchez Cotán fue su decisión, a la edad de cuarenta y tres años, de abandonar Toledo para hacerse cartujo. En septiembre de 1604 profesó como hermano lego en la cartuja de Granada.
En 1610 residía en la cartuja de El Paular, Segovia, y en enero de este año se comprometió, con su sobrino Alonso Sánchez Cotán, a pintar un retablo para la iglesia parroquial de San Pablo de los Montes, Toledo.
Vuelto al convento granadino, entre 1615 y 1617 pintó para el mismo una serie de episodios de la historia de la orden cartujana; se afirma que Vicente Carducho los estudió en una visita a Granada en 1626-1627 antes de acometer su propia serie para El Paular.
La orden no solo valoró el talento de Sánchez Cotán para la pintura de temas religiosos, sino también sus aptitudes prácticas, con las que colaboró en el mantenimiento del convento.
Durante esta etapa de su vida su fe religiosa parece haberse intensificado; sus primeros biógrafos lo rodearon de un halo de santidad, y según una leyenda se le apareció la Virgen María para que la retratase.
Murió en la cartuja de Granada el 8 de septiembre de 1627, fiesta de la Natividad de la Virgen y aniversario de su profesión en la orden. Se desconocen los motivos que llevaron a Sánchez Cotán a ingresar en una de las órdenes más estrictas.
El testamento y el inventario
Su cambio de estado fue la razón de que en agosto de 1603 hiciera testamento e inventario de sus bienes, documentos insólitamente detallados que arrojan alguna luz sobre su carrera artística y su estilo de vida.
Esas fuentes apenas reflejan las convicciones religiosas latentes en el artista; solo sugieren una piedad convencional. En el inventario se citan un hábito franciscano y un rosario. Tenía pocos libros, pero uno de ellos era la segunda parte de Flos Sanctorum de Alonso de Villegas, Toledo, 1584, una lectura piadosa popular y obra de consulta esencial para los pintores; incluso es posible que Sánchez Cotán conociera al autor.
La situación económica del artista parece haber sido desahogada; en su testamento no se mencionan deudas, prestó dinero a menudo y dejó instrucciones detalladas para el reparto de su herencia entre sus familiares.
El hecho de que uno de sus deudores fuera El Greco demuestra que se conocieron. Todo indica que Sánchez Cotán vivió en Toledo con comodidades; su casa estaba bien amueblada, con guadamecíes, un tapiz francés de figuras y escudos de armas en las paredes.
También poseyó instrumentos musicales, un arpa y una vihuela, y un libro de música; esta afición hace pensar que fuera un hombre cultivado. Un autorretrato que había comenzado antes de salir de Toledo es hoy desconocido. El inventario de 1603 cita dos pinturas mitológicas de tema erótico, un Juicio de Paris y una copia de El rapto de Europa, de Tiziano, que se encuentra en la colección Isabella Stewart Gardner Museum, Boston, que acaso fueran de su mano.
Sánchez Cotán disfrutó de una carrera artística convencional, mientras vivió en Toledo. Aceptó encargos de pinturas religiosas para iglesias y también otros de menor importancia, por ejemplo pintar las armas del arzobispo de Toledo en casa de un zapatero.
Sorprende que en la documentación de su carrera toledana no haya mención de discípulos ni ayudantes. Su inventario alude a retratos y copias de pinturas venecianas para coleccionistas particulares, así como paisajes.
De unas sesenta pinturas reseñadas en ese documento, la mitad eran de asunto religioso, once retratos y solo nueve bodegones. A juzgar por eso, las pinturas devotas de caballete serían una producción básica del artista, generalmente imágenes piadosas de la Virgen y santos más que escenas narrativas.
Las que realizó en Toledo presentan un estilo de figuras plenamente formado, refinado y dulce, derivado de los pintores de la escuela de El Escorial, que se mantuvo virtualmente inalterado a lo largo de su carrera.
No cabe duda, sin embargo, de que la vertiente realmente notable del arte de Sánchez Cotán, según se reconoció ya en el siglo XVII, fueron sus bodegones.
El bodegón de caza, hortalizas y frutas
Aunque Juan Sánchez Cotán cultivó distintos géneros pictóricos, retratos o composiciones religiosas, su principal aportación a la pintura, fue la fijación del bodegón más característicamente español, aunque esta afirmación sea una reducción extrema que no tiene en cuenta la variedad de posibilidades que este género alcanzó en España. Sobriedad, intimismo, pureza mágica, intensidad misteriosa, elegancia en la simplicidad o humildad simbólica, son los adjetivos que vienen aplicándose al bodegón español de comienzos del siglo XVII.
El magistral análisis de Peter Cherry
Sabemos que Sánchez Cotán fue discípulo de Blas de Prado, en su día un celebrado pintor, reconocido especialmente por sus bodegones.
Los bodegonistas italianos Cario Antonio Procaccini, Pamphilo Nevulone y sobre todo Fede Galizia, son también nombres de referencia en la obra del pintor español.
En esta obra, Sánchez Cotán dibuja un geométrico hueco pétreo, posiblemente un armario para conservar los alimentos frescos cuyo fondo negro hace resaltar con fuerza los elementos elegidos, minuciosamente pintados y poderosamente iluminados por una luz lateral que arroja contundentes sombras. Manzanas y limones, zanahorias y rábanos, perdices y gorriones y un portentoso cardo, se disponen en rítmico enlace hasta crear una ilusión perfecta, una intromisión visual en la realidad cotidiana que alcanza con Sánchez Cotán una fuerza tenebrista que se anticipa a Caravaggio.
El bodegón está fechado en 1602, una fecha verdaderamente temprana en la producción de este género de pinturas, y que se corresponde con el periodo de estancia del pintor en Toledo, en plena madurez creativa, y un año antes de abandonar su reconocido taller para ingresar en la orden de la Cartuja.
En 1603 realiza un inventario de sus bienes en donde incluye un lienzo del cardo adonde están las perdices, que es el original de los demás, que es de Juan de Salazar.
Se piensa que la descripción se refiere a esta pintura, y en tan corto texto aparecen dos informaciones de interés, una el destinatario del bodegón, Juan de Salazar, un miniaturista que trabajó en El Escorial como Sánchez Cotán, y que ejerció de albacea suyo.
El otro dato reseñable es el hecho de que la obra fuese original de los demás, una prueba evidente de que las repeticiones de elementos y esquemas compositivos era una práctica habitual que respondía, seguramente, a los requerimientos de la clientela, poco preocupada por el concepto de originalidad.
La pintura procede de la colección del infante don Sebastián Gabriel. El Museo del Prado adquirió el lienzo a uno de sus descendientes, el duque de Hernani, en 1991.
Sánchez Cotán hoy
¿Qué pensaría aquel pintor de Orgaz? ¿O aquel cartujo de Granada? Al ver hoy, que su bodegón de las perdices de Juan de Salazar, ayuda a financiar un museo de la envergadura de Prado.
Que sus reproducciones se venden por millares a 16 euros en una tienda virtual que los envía a cualquier parte del mundo. Y que un detalle de la obra, los limones colgantes, es llevado en el pecho, por miles de jóvenes de todo el planeta, en remeras que llevan su inconfundible negro profundo como fondo.
Ciertamente, que ha sido voluntad de la Virgen María.