Quien critique o denuncie expresiones de odio en esta campaña – y en virtud de ello lo que está haciendo inevitablemente es criticar o denunciar las expresiones de odio hasta la náusea de Donald Trump y sus imitadores – en realidad está diseminando las ideas del candidato rival, legalizando haciendo lícitos los puntos de vista más radicales, extremos y violentos.
¿Cierto o no?
El tratamiento mediático ante los discursos de odio
Quien registra hasta el mínimo detalle de la conducta psicópata de Trump, de su amor por la fuerza (y por sí mismo), de las interminables amenazas que van aumentando en rencor, en cantidad y en peligro real – contra los periodistas, o contra sus ex funcionarios que ahora dicen la verdad sobre quien fue su jefe – está beneficiando al psicópata.
¿Es verdad?
A Trump tiene que rodearlo el silencio mediático, porque lo que busca es que hablen de él.
¿Estamos de acuerdo?
Lo de arriba – la apología del silencio – no es lo que piensa quien firma. Pero lo debe considerar. En la primera etapa de su primera campaña presidencial en 2016, Trump era la novedad, y las cadenas de noticias pasaban largos minutos de sus arengas y debatían hasta la náusea sus payasadas. Y el común denominador de los debates era: este tipo se derrumba solo. Del campo de ocho candidatos en las primarias republicanas, se lo van a comer vivo. No tiene ni una chance de ganar ni se diga la nominación del partido: ni un solo estado.
La historia es cruel, porque tiene verdades innegables. Fue Trump quien se comió vivos a los otros candidatos y para sorpresa propia ante todo, ganó la presidencia de 2016.
Y luego, quiso robar la de 2020.
¿Qué hubiera pasado si hacíamos – los periodistas – caso omiso a las barrabasadas del magnate multimillonario? ¿Si hacíamos como que no existía Trump? Si le dábamos la virtual espalda y si nos tapábamos oídos, ojos, boca y nariz?
En ese caso, también hubiéramos tenido que ignorar los rallies con miles de fanáticos, las ventas millonarias de las gorritas, el lenguaje cada vez más abiertamente hostil en su extremo político convertido en mainstream.
Si ignorábamos a Trump, terminábamos ignorados.
Hubiésemos ignorado el fenómeno político y social estadounidense más importante desde la Guerra Civil.
La legitimidad de la resaca humana
Pero al publicar: ¿no estábamos haciendo lícito lo que hasta ahora era tabú? Cada salvajada es un titular asegurado. Dice Trump que Hitler hizo “algunas cosas buenas”. Dice Trump que si no gana “habrá un baño de sangre”. Dice Trump que los judíos demócratas “odian a Israel”. Que los presidentes (pero solo él), al igual que los policías corruptos, tienen total inmunidad para cometer delitos, hasta ordenar ejecutar a un opositor. Que los jueces, fiscales, periodistas, políticos que no lo quieren son de lo peor, y no repito los insultos porque la verdad, cansa.
El 6 de enero de 2021, defendió los cánticos de “Cuelguen a Mike Pence” de la turba que tomaba el Congreso. Y esta semana, más de tres años después, hizo el saludo militar – absurdo, para reirse amargamente, viniendo de quien se zafó de hacer el servicio militar – a los asaltantes, llamándolos “rehenes”, valientes, héroes…
La cosa es que quien hace lícita la resaca que antes estaba en el basurero de la historia es quien lo profesa. No quien lo reporta. No el espejo mediático. Quien lo pronuncia es quien lo pone en práctica.
Los insultos de Trump son como un anuncio. No, son un anuncio. Una promesa de acción o una amenaza de retribución, depende para quien.
También debería ser claro que lo que para nosotros es el circo mediático de un dictador en pañales, para sus fanáticos es un arrullo, una broma fantástica. Lo que dice Trump es lo que ellos piensan que ya pensaban.
Nos subleva que Trump imite los tartamudeos de Biden. El presidente ha tartamudeado toda la vida, pasando por 47 años en el Senado. Ha superado valientemente su tartamudeo. Habla de eso abiertamente. Se encuentra con grupos de niños tartamudos y les cuenta lo que pasó cuando se reían de él los “bullies”. Y Trump es uno de ellos, un bully odioso.
Pero para los fanáticos, esto es muy gracioso. Así lo dice The Telegraph a sus 5.5 millones de adeptos en YouTube:
“Los partidarios de Trump a veces afirman que sus declaraciones más extremas son bromas. Pero no deberíamos reírnos. Después de todo, Trump ha ofrecido muchos ejemplos de retórica autoritaria que se extienden a aspiraciones políticas particulares”, escriben Norman Eisen y Andrew Warren en MSNBC.
Pero bromas, no son. Los dos autores que esto escribieron y tres investigadores más crearon un archivo digital, el Rastreador de Amenazas de la Autocracia Estadounidense (American Autocracy Threat Tracker), una base de datos que contiene más de 250 declaraciones recientes de odio, amenaza, resentimiento y violencia del expresidente. El texto aparece también como un archivo PDF, listo para imprimir.
¿Ese trabajo, es bueno? ¿No deberíamos barrer debajo de la alfombra todas esas declaraciones, declarar por nuestra parte que son efectivamente chistes, tomaduras de pelo, equivocaciones, errores, olvidos y esperanzas?
El otro extremo es el profesionalismo periodístico estirado hasta el punto de rompimiento, como el que ejercitó el USA Today a fines de 2018, cuando recibió y publicó – tal cual con mentiras y todo – un op-ed escrito por Trump, entonces presidente: “El plan demócrata ‘Medicare para todos’ derribará las promesas a las personas mayores” (Democrats ‘Medicare for All’ plan will demolish promises to seniors).
Editorialistas de otras publicaciones como el New York Times y CNN criticaron al USA Today por publicarlo a pesar de saber que sus afirmaciones eran al menos parcialmente falsas.
¿ Qué hacer ante lo inaudito?
El peligro de amplificar la voz es contribuir al desarrollo del autoritarismo y el gobierno dictatorial que prepara Donald Trump. Algunos dirán que es complicidad. El peligro de callar es quedar fuera de la historia e ignorar – quizás por soberbia – que el país está dividido en dos y que a esos medios “ellos” no los leen. Tienen sus fuentes, como Fox News, que es a veces un portavoz y amplificador consciente de Trump, y las “noticias” (falsas) publicadas en los medios sociales.
Este cuestionamiento, por supuesto, no es nuevo.
Lo que es nuevo es el grado inaudito al que llegan las expresiones de odio y sus justificaciones, a medida que se acerca la fecha de las elecciones y un posible final de la presidencia de Joe Biden.
Hasta la Corte Suprema, el 19 de marzo, permitió al estado de Texas poner en marcha una ley dictada por la politiquería electoral del ejército de apoyo a Trump y que permite a las autoridades locales y estatales arrestar a quienes sospechan que son indocumentados. Lo permitió a pesar de que la ley es visiblemente anticonstitucional y que ellos son, en última instancia, los guardianes de la Constitución. Por una rara coincidencia histórica, un tribunal de apelaciones compuesto por tres jueces decidió (por dos contra uno, siendo el uno un juez nominado por Trump) postergar la puesta en marcha de la ley hasta que decidan su destino.
Entonces, importa saber: ¿nos callamos y esperamos que suceda algo y lo peor nunca llegue? ¿O no?
Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate.
This article is supported in whole or in part by funding provided by the State of California, administered by the California State Library in partnership with the California Department of Social Services and the California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs as part of the Stop the Hate program. To report a hate incident or hate crime and get support, go to CA vs Hate.