Hace pocos días, un amigo me decía: “¿cómo podemos tener en España cuatro millones y medio de parados, con todo lo que tenemos por hacer?”. Ciertamente Miguel, hay mucho por hacer… Tengo que explicar que, en España, al desempleado lo llamamos “parado”, y supongo que justamente esta apreciación tan importante tiene mucho sobre lo que podemos trabajar.
En realidad, textualmente, una cosa muy distinta es estar parado que estar desempleado; aquel que no tiene un trabajo remunerado no tiene por qué estar en su casa sentado en el sofá, literalmente detenido.
Es más, el desempleado trata (o debería tratar) de activar su imaginación para “buscarse la vida”. Sin embargo, los españoles utilizamos esta palabra tan estática, que seguramente tenga un significado inconsciente mayor del que se observa a simple vista.
¿Por qué en este país tenemos un índice tan elevado de desempleo?
No es mi intención entrar aquí a analizar el mercado laboral español, ni su estructura y dimensiones. La intención de este artículo es plantearnos acerca de las actitudes de los españoles en cuanto a este tema, y de qué modo afectan éstas a los datos de desempleo.
Cuando una sociedad se comporta de determinada forma (generalizando), es porque existe una especie de “espíritu” en el ambiente, que es el inspirador de ciertas conductas mayoritarias en esa población. Pero, ¿de dónde procede ese “espíritu”, esa “idea común” o mayoritaria que lleva a las naciones a comportarse de una u otra forma? Imaginamos que se trata de un cóctel de múltiples causas; históricas, ambientales, geográficas…
En España, el “espíritu” más común es el de ser empleado de alguien, por encima del ser el propio empleador.
De este modo llegamos a la cifra de once millones de asalariados, frente a la de tres millones de autónomos (17,2% de trabajadores por cuenta propia). Sin embargo, nos encontramos ligeramente por encima de la media de la Unión Europea, en torno al 17%. Este mismo dato, en Estados Unidos, representa un 26% del total de la población trabajadora.
Nos podemos preguntar entonces ¿qué diferencia al “espíritu” laboral europeo del estadounidense? Fundamentalmente la diferencia es el emprendimiento.
Estados Unidos es un país relativamente joven, que ha sido creado por ciudadanos procedentes de otras naciones, que llegaban con el deseo de construir una nueva vida.
Tomaron, para ello, unas cuantas dosis de valentía para salir de sus países natales y comenzar de cero. Esta “idea”, al parecer, se ha ido heredando y arraigando entre la población, de modo que existe una creencia común acerca del crecimiento y de que es posible construir el sueño propio.
Sin embargo, Europa es un continente “viejo” que acarrea siglos de acontecimientos dolorosos, guerras, hambres y otras tantas inestabilidades, que han ido constituyendo un “espíritu” algo más temeroso, que busca, mayoritariamente, la estabilidad y la protección. De ahí también que el Estado del Bienestar se haya dado tan intensamente en este lado del mundo.
No vamos a entrar aquí a juzgar lo que está bien y lo que está mal de cada una de las actitudes, sino más bien a expresar una idea que aparece al observar ambos comportamientos.
La cuestión es que al entrar en un periodo de crisis, y en una seria destrucción del empleo, como está sucediendo ahora en España, además de esperar una política acertada del gobierno, en la que se favorezca el autoempleo y a los emprendedores que generen nuevas ideas, también debemos plantearnos qué sucede en nuestros “espíritus” nacionales, y de qué forma podemos trabajar para recuperar algo más de lozanía en nuestras ideas, algo más de valentía en nuestras actitudes; en fin, algo más de juventud.
Por eso creo en la importancia de animar a todos aquellos que ahora mismo están desempleados, a que traten de encontrar sus propias vías para solucionar su situación, porque, al parecer, si nos quedamos “parados” esperando al contratista estable que nos entregue el salario mensual de por vida, creo que estaremos yendo por la senda equivocada.
Escuchaba ayer en la radio varias intervenciones de ciudadanos en las que siempre aparecía el mismo lamento: “A ver si solucionan esto”. Podríamos empezar por transformar el verbo e incluirnos en la tarea de la reconstrucción: “Solucionemos esto”.