Un grupo creciente en la población se ha estado oponiendo activamente a recibir la vacuna contra el coronavirus.
Difunden mentiras y verdades a medias sobre sus presuntos riesgos. Resaltan toda muerte de una persona que recibió la vacuna como si fuese causada por la misma. En algunos casos, inventan muertes que jamás acaecieron.
Sus números son alarmantes.
En el estado de Nueva York, el 30% de los trabajadores en hogares para ancianos; en el condado de Los Ángeles, 40% y en Ohio, hasta el 60%.
Al no recibir la vacuna, hacen más improbable que como sociedad lleguemos a la inmunidad colectiva, necesaria para sobreponernos a la pandemia del COVID-19.
Al no estar protegidos por la vacuna, ponen en peligro las vidas de quienes dependen de ellos, así como las propias y las de sus seres queridos.
Pero ahora, también están obstaculizando a que otros se vacunen.
En Los Ángeles,una cincuentena de “antivaxxers” se manifestaron en el sitio de vacunación masiva del estadio Dodgers. Obstaculizaron los procedimientos y gritaron a quienes esperaban su turno. Obligaron a la policía a cerrar temporariamente el centro.
Protestas similares se desarrollan en Nueva York, Colorado, Texas y otros estados. Y se expanden.
Sus argumentos no son nuevos. Desde las primeras vacunas en 1798 – contra la viruela – han alegado falsamente que causan cambios corporales, que provocan la misma enfermedad, o que no hacen nada.
Atravesamos una terrible situación de emergencia. Al menos 26 millones de estadounidenses se han contagiado. Casi 450,000 han muerto. Estas manifestaciones constituyen entonces un sabotaje al esfuerzo que finalmente el país está llevando a cabo para detener la pandemia.
No se trata de unos pocos. Según el Centro para la Lucha contra el Odio Digital (CCDH), las filas de los “antivaxxers” en los medios sociales crecieron en siete millones desde 2019. En Facebook sus grupos tienen 31 millones de miembros; en YouTube, 17 millones. Y como generan ingresos por valor de casi mil millones de dólares anuales a esta empresa, los tratan con guantes de seda.
Y no están solamente aquí, en Estados Unidos, no. En Londres han organizado manifestaciones más multitudinarias y más violentas. Existen en todo el mundo. En 2019, la Organización Mundial de la Salud calificó al movimiento antivacuna como un peligro para la salud de la población mundial, junto al cambio climático y la contaminación ambiental.
Estos fanáticos de la propia ignorancia, contribuyen así a desproteger a nuestra gente.
Son del mismo grupo que quienes se rehúsan a cubrirse con máscaras, mantener el distanciamiento social y evitar reuniones multitudinarias.
Promueven así más contagios, más enfermos en el hospital y más muertes.
Los oponentes a la vacunación no son paladines de la libertad, como erróneamente pretenden. Son saboteadores de la lucha contra la terrible epidemia. Su actitud y acciones no avanzan ninguna causa, sino que arriesgan la vida de los prójimos, incluyendo a sus familiares y a ellos mismos.
En realidad, están en contra del país que pretenden representar.
Defienden lo contrario del patriotismo que pretenden profesar.
Es urgente que la sociedad toda detenga al fanatismo anticientífico que nos amenaza. Y la urgencia es mayor para la comunidad latina. En todo el país son quienes trabajan en empleos indispensables, quienes viven más en condiciones de vivienda que facilitan el contagio. Y están entre quienes más necesitan la vacunación.
Cuando estamos librando una lucha por la supervivencia física, estos intentos de sabotaje deben combatirse con información correcta, con campañas de enseñanza y divulgación, y en última instancia, con todo el peso de la ley.
Porque en ello se nos va la vida.