Las fotos que arriban de Quito son alarmantes. El pueblo confronta a las fuerzas de seguridad en calles llenas de fuego y humo. La situación es tal que hasta el presidente Lenín Moreno armó las valijas y, a pesar de las tanquetas y los soldados que lo protegían en el Palacio Carondelet, se lo vio salir apresuradamente rumbo a Guayaquil, la ciudad costera donde piensa que hay más simpatía por su administración de gobierno.
Causa de las protestas
¿Qué causó la vergonzosa huida del presidente y su gabinete? Pues, la llegada a la capital de camiones con miles de indígenas que, nada contentos, vinieron a sumarse y reenergizar las protestas que comenzaron la semana pasada. Protestas que son la expresión de un pueblo descontento con Moreno por, entre otras cosas, aumentar el precio de los combustibles y eliminar subsidios.
Desde el confort y la seguridad de su escondite en Guayaquil, el presidente hizo un llamado conciliatorio a los manifestantes prometiendo escuchar sus demandas. Y como era de imaginar no perdió la oportunidad para responsabilizar a su predecesor y archienemigo político, el populista Rafael Correa, de estar detrás de un complot para hacer caer su gobierno. Una operación que, según Moreno, habría sido planificada en la Venezuela de Nicolás Maduro y con la intervención de la izquierda latinoamericana.
La explosiva acusación, que obviamente no vino acompañada de prueba alguna, en realidad busca esconder la verdadera causa del movimiento insurreccional que, hora a hora, crecía en Quito y amenazaba expandirse a otras partes del país.
Neoliberalismo
La verdadera causa, como es obvio para cualquiera que siga la realidad política y económica de este país sudamericano, no radica en complots imaginarios ni en un pueblo infiltrado por una izquierda foránea, sino que en el descontento popular por medidas que producen más retos económicos y pobreza en una población que ya de por sí confronta considerables desafíos. Medidas que fueron tomadas por la Administración Moreno siguiendo una agenda neoliberal que incluye recortes en el sector público, eliminación de subsidios y privatizaciones que son parte de los ajustes que demanda el Fondo Monetario Internacional por un préstamo de $4,200 millones de dólares.
Días atrás, el gobierno había logrado negociar la finalización de la huelga del poderoso sector del transporte que había sido severamente afectado por el aumento de combustibles. Pero calculó mal al eliminar los subsidios del transporte que directamente afecta a la gente común. Como era de esperar, los ecuatorianos salieron a la calle a protestar.
A las protestas en el Ecuador hay que tomarlas muy en serio porque un simple repaso de la historia muestra que entre 1997 y 2007 manifestaciones similares lograron el derrocamiento de tres presidentes ecuatorianos.
Moreno hizo su discurso desde su nueva residencia en Guayaquil con el Vicepresidente, el Ministro de Defensa y los comandantes de las Fuerzas Armas a su lado. No cabe duda que los uniformados no estaban allí por la foto sino que para recordar que esas instituciones claves del poder siguen respaldando al presidente. Un presidente que será muy popular entre soldados, hombres de negocios y el FMI, pero cuya popularidad entre los ecuatorianos ha caído del 70%, cuando asumió en 2017, a solo 30% en la actualidad.
Una solución constitucional
Lo razonable es pensar que si las manifestaciones siguen creciendo, tal vez Moreno debería dar un paso al costado, y renunciar, para asegurar un retorno a la paz. Una paz social que, después de todo, él y sus políticas neoliberales quebraron.
Si Moreno no tiene la grandeza ética que se espera de aquellos que piensan en el interés nacional antes que en lo personal y se niega a renunciar, otra alternativa democrática es lo que sugirió Rafael Correa y que involucra la intervención del Congreso Nacional. Después de todo, la Constitución Nacional prevee que en caso de “conmoción social”, y con un voto de dos tercios de los legisladores, se puede llamar a una nueva elección.
Pase lo que pase, el establishment político ecuatoriano debe decidir qué hacer con urgencia y antes que se llegue a un momento de confrontación que toda la nación puede lamentar.