¿Qué caracteriza a un barrio de Los Ángeles?
De todo, son sus sonidos. Elegirlos, es una vía para hallarle personalidad cuando todo es lo mismo, porque hay mucho de lo mismo en Los Ángeles, mucho chato e impersonal, tanto, que si alguien se tira en paracaídas y cae al azar en una parte de la ciudad, es casi imposible que se oriente.
Pero aquí, en el Este de los Ángeles, es diferente.
Aquí se oye
Todavía no son las siete de la mañana de un domingo. Este rincón del Este de Los Ángeles está tranquilo y aún somnoliento. A menos de media milla, el cruce de carreteras East LA Interchange paulatinamente se cubre de automóviles cual fuesen laboriosas abejas. Su zumbido es incesante.
Es el cruce más transitado del mundo, con más de medio millón de carros diarios, en donde serpentean y se retuercen los freeways 5, 10, 60 y 101, y a pocos metros, el 710. Lo hicieron en los años sesenta, para darle a esta zona olvidada una de sus características: la exagerada cercanía de la población al foco de contaminación que son las supercarreteras.
Otra característica es la abundancia de cementerios. El católico Calvario, el judío Casa de Paz, el multidenominatorio Evergreen con sus 600,000 tumbas. El de los griegos, el de los japoneses, el de los croatas. Desde allí: ¿cuál es el sonido de la muerte eterna?
Y nada más. Aquí, en el Este de Los Ángeles, ni plazas ni parques, ni buenas escuelas, ni centros comerciales, ni cines. Ni siquiera donde caminar tranquilamente, a no ser la pista que en memoria al activista Lloyd Monserratt hizo construir el entonces concejal Nick Pacheco alrededor del cementerio Evergreen.
Los gallos
En la mañana temprano viene el canto de un gallo. Luego otro, de una dirección opuesta. Un tercero, casi apagado. En poco tiempo comenzarán a reunirse los feligreses de la iglesia de los Testigos de Jehová sobre el bulevar City Terrace, pegadita al freeway 10. La construyeron en 2008 sus voluntarios durante los fines de semana.
Ahora son las once de la noche de un sábado y con amigos tenemos un asado en el patio de mi casa. De pronto se oyen los chasquidos inequívocos de los fuegos artificiales. En pleno octubre, del medio de la nada, sin más motivos de que a alguien le sobraron cohetes y petardos de la larguísima noche incendiaria de cada Cuatro de Julio.
Porque entonces las calles se encienden y parecen Beirut en plena guerra, y me recuerdan bombardeos y combates de casa en casa.
Y como a propósito, desde Boyle Heights vienen ecos de disparos: cinco a ocho balazos, seguidos por un silencio asombrado. Después llegarán los helicópteros policiales. Esos sonidos, esos.
Fábricas en la casa
En este barrio también se escuchan sierras, taladros y todo tipo de máquinas industriales. No es que haya fábricas, no: son los vecinos haciendo toda clase de trabajitos en sus yardas: pintan autos, reparan cosas.
Y los perros. ¿A quién le ladran tanto, todo el tiempo?
A un extraño. A un movimiento súbito del vecino. A una ambulancia cuya sirena les parte los oídos y levanta un lamento generalizado de toda la raza canina. Pero especialmente, les ladran a otros perros que también ladran, y así sucesivamente van creciendo y transportándose, ululando. El ladrido de los perros en el Este de Los Angeles se levanta y expande y cae como la ola mexicana y se desvanece hasta que comienza el próximo.
Nosotros, tenemos gatos, tres.
Todo fútbol
Algún sábado a la tarde los sonidos fueron los gritos interminables de goool en el último partido de México contra El Salvador. En otra ocasión fue el último Mundial. Es que este barrio es todo fútbol, todo hispano.
Pasa la señora de los tamales. Creo que es mexicana, y los lleva en un carrito de bebé. Solo dice «Tamaaaaales». A veces con pasión. A veces desesperada
Hay otra señora que golpea a la puerta los sábados con fresas, “ricas las fresas”. Compramos, porque están ricas.
Durante los meses del verano llegan los camiones de helados con sus melodías estridentes. A veces, a la misma hora ‘It’s a Small Word’ de Disneyland se entremezcla con el Cielito Lindo.
Entonces, un barrio es como los sonidos que lo definen: aquí no son de música ni de tránsito, ni de sillas de café ni olas de la playa. Pero el Este de Los Ángeles también tiene su gracia, sus miedos, su carácter.
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