Desde fines de 2018, los ministros de exteriores de Francia y Alemania publicaron una iniciativa conjunta, en cuanto a presentar reformas respecto a fuerzas armadas y política de seguridad en Europa. Se planteó de manera directa, como pocas veces ha ocurrido, la conformación de un ejército europeo. Estas declaraciones fueron reforzadas por el Presidente Macron de Francia y con ellas coincidió la entonces Canciller Alemana Ángela Merkel.
La idea de establecer una política de seguridad común y del ejército europeo no es nueva, pero ahora precisamente parece cobrar mayores vuelos, debido a la convergencia de tres factores decisivos.
Por una parte y de manera inmediata, afecta la guerra Rusia-Ucrania. Un complejo y sangriento desenlace para un problema que ha requerido desde el inicio una solución política. La misma se alcanzará, desgraciadamente, luego de no menos de cinco mil muertos.
Una segunda razón de fondo ha sido desde el 2016, el «brexit». Efectivamente, el rompimiento entre el Reino Unido y el continente, se relaciona con hacer factible la idea de un ejército común en Europa. Fue Londres quien se opuso a tener una «convergencia estructural y operativa» en materia de seguridad europea. Ahora, a pesar de contratiempos y de grandes repercusiones negativas para los ingleses, la presencia británica se desvanece. Ese factor de obstrucción para la política de seguridad común ya no existe.
Con el fin de concretar esa oposición a las fuerzas armadas conjuntas, el Reino Unido utilizó su poder, prácticamente de veto, en la Unión Europea. Londres se encuentra en esto, más bien en seguimiento de acciones a fin de hacer coincidir sus intereses con los de Estados Unidos, mediante nexos de cooperación y seguridad en el marco de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Relacionado con esto, también, se encuentra el papel que esta organización juega de manera decisiva, en el conflicto Rusia-Ucrania.
Por otro lado, en tercer lugar, está la posición de Washington. Las cosas han cambiado relativamente con la Administración Biden, pero afectan los años y lo impredecible de Trump. Esto llegó a ser todo un alertivo. Como se sabe, el empresario de los casinos insistía en que Europa debía “pagar lo que le corresponde» en materia de seguridad con la OTAN y no dejar el peso «exclusivamente» a Estados Unidos.
En las condiciones actuales, es de reconocer que Europa se ha visto beneficiada durante muchos años en el ámbito de la seguridad. Para puntualizar sólo un indicador: se ha contado ya hace más de 70 años, con relaciones de cooperación entre potencias, en particular entre Alemania y Francia.
Es de recordar que las disputas entre estas naciones dieron paso en especial, a la Segunda Guerra Mundial, con su cauda de cerca de 50 millones de muertos. Previamente, aunque de manera un poco menos directa, un enfrentamiento entre esos países también se relacionó con la Primera Guerra Mundial. Como se recuerda, este conflicto tuvo su punto de inflexión inicial, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, dejando una cauda de aproximadamente 17 millones de muertos, entre militares y civiles.
Uno de los éxitos no siempre reconocidos de la actual Unión Europea y su planteamiento más sólido, basado en el Tratado de Maastricht, del 7 de febrero de 1992, ha sido evitar una nueva confrontación armada. Ha sido un total éxito el no dar paso a que por tercera ocasión, Europa fuese el campo de batalla donde se decide el destino de la humanidad. Esto parece ser fácilmente olvidable en estos tiempos de conexiones y entretenimiento global vertiginoso, banal y permanente, pero es algo que debe puntualizarse.
Estados Unidos, puede quejarse de que los costos están desbalanceados en cuanto a los pagos por seguridad y efectivos militares. Pero no es de olvidar que fue prácticamente el hecho de que la potencia del norte se involucrara en la Segunda Guerra Mundial, lo que la llevó a superar plenamente los efectos de la Gran Depresión de fines de los años veinte. Para ello, la economía estadounidense se embarcó en gasto de guerra, en lo que se ha denominado la implementación del «keynesianismo militar».
Volviendo al caso más directo de las repercusiones de la actual guerra Ruso-Ucraniana, la política de seguridad común europea y del ejército conjunto, constituiría uno de los mayores renglones en cuanto a incremento del gasto militar en el planeta. Las cifras son dramáticas: tan solo Estados Unidos tiene un presupuesto militar de 587,000 millones de dólares al año. Lo que se traduce en casi 1.1 millones de dólares de gasto en armamentismo por minuto. A eso se le deben sumar los montos de casi 300,000 millones de dólares anuales de China y los cerca de 200,000 millones de dólares al año por parte de Rusia.
Esto muestra donde está la voluntad política de los estados. Para esto hay suficiente dinero, y los productores de armas celebran permanentemente. Claro que se habla de los Objetivos del Desarrollo Sostenible para el año 2030. Ahora, al inicio de la tercera década del Siglo XXI, este tema abunda en discursos. Pero no se tienen mayores compromisos. ¿Cuánto cuesta anualmente dar educación y salud a los niños del Tercer Mundo, África, Asia y América Latina?. Ese costo sería de unos 150,000 millones de dólares anuales, casi un 15 por ciento del gasto militar de los países de mayor desarrollo.
Con el gasto armamentista que esto implicaría para Europa, lo que se busca es resguardar la posición de la región, en un mundo multipolar. La Europa de la Ilustración no desea quedar atrás de la estrategia que ejerce Estados Unidos, además de China y Rusia. Lo previsible: habrá más para armas lo que tiende a disminuir los fondos para la cooperación internacional al desarrollo. Así, a tope, fortalecemos las inequidades globales.