Aunque había tratado de cambiar su apariencia con cirugía facial y usaba otro nombre, lo terminaron deteniendo en una esquina de San Leandro, California, y lo llevaron a una cárcel de San Francisco.
Era Fred Korematsu, un ciudadano estadounidense que más de cuatro décadas atrás fue encarcelado por resistir una ley racista que conduciría al encarcelamiento de aproximadamente 120,000 japoneses estadounidenses. Un episodio más que sombrío en las páginas de la historia contemporánea estadounidense.
Las leyes y la moral
No olvidemos que las leyes no son una creación divina, sino que son elaboradas por hombres y mujeres de carne y hueso que tienen el poder de promulgarlas. Pero hay momentos históricos en que son tan aberrantes que se hace moralmente difícil justificarlas.
¿Quién se atrevería, por ejemplo, a defender la legislación que mantuvo a millones de sudafricanos en el sistema de apartheid o las Leyes de Núremberg del nacionalsocialismo alemán que abrieron las puertas al Holocausto?
La historia estadounidense está repleta de leyes federales, estatales y ordenanzas municipales que ilustran la misma intolerancia. Legislación que buscó racionalizar la inhumanidad de la esclavitud; que dieron legitimidad a la persecución contra sindicalistas y socialistas; que negaron la igualdad política y social a las mujeres, a la comunidad LGBTQ+.
A esa larga lista de intolerancia y discriminación hay que agregar la Orden Ejecutiva 9066 de Franklin Delano Roosevelt. Una orden que el presidente firmó el 19 de febrero de 1942, dos meses después del ataque japonés a Pearl Harbor, y que alegando razones de seguridad nacional establecía el internamiento de todas las personas de origen japonés en campos de concentración.
En Oakland, California, un joven de 22 años llamado Fred Korematsu no entendió por qué siendo ciudadano estadounidense, un leal ciudadano estadounidense, debía ser enviado a un campo de concentración simplemente porque era de descendencia japonesa.
Y Fred Korematsu resistió.
La detención y los campos de concentración
Cuando cumpliendo con lo establecido en la Orden Ejecutiva 9066 el general John DeWitt, comandante de la región oeste durante la Segunda Guerra Mundial, ordenó juntar a hombres, mujeres, niños y ancianos de descendencia japonesa, previo a su traslado a campos de concentración, Korematsu se escondió, comenzó a usar el nombre de Clyde Sarah y hasta trató de pasar como hawaiano.
Pero tres semanas más tarde fue detenido y acusado de no cumplir con las órdenes militares y se le dio una condena de 5 años de libertad vigilada. De allí fue conducido al Centro de Reunión de Tanforan y, finalmente, trasladado a un campo de concentración en Topaz, Utah, a donde llegarían miles de detenidos de origen japonés que residían en el área de San Francisco.
Topaz
Los campos de concentración estadounidenses han sido definidos como campos de internamiento en un esfuerzo semántico para distinguirlos de los campos de concentración nazis. Pero si bien en Topaz, Manzanar, Tule Lake, no se experimentó el horror de los campos de exterminio del Tercer Reich, estos campos estadounidenses tampoco eran una colonia de vacaciones como algunos historiadores los han tratado de caracterizar.
Los internos eran prisioneros que habían perdido no solo su libertad, sino
que también sus propiedades, que habían sido humillados, acusados de ser espías, y que ahora vivían en condiciones precarias en un campo que tenía alambre de púas a su alrededor y centinelas armados. Es más, en Topaz un centinela disparó y mató al interno James Hatsuaki Wakasa cuando el hombre de 63 años se acercó a la cerca que delimitaba el campo.
La mayoría de los internos trabajaban en actividades agrícolas y algunos estaban en industrias locales. En Topaz, Korematsu vivió en un establo que solo tenía una bombilla que apenas iluminaba y trabajaba por $12 por mes.
El ambiente en Topaz, por momentos, era opresivo. A fines de 1942 se introdujo un sistema en el que se exigía que los internos declararan su lealtad a los Estados Unidos y quienes se negaron fueron removidos y llevados al campo de Tule Lake, en el norte de California.
En marzo de 1943, la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito corroboró la sentencia original de Korematsu. Más de un año después, el 18 de diciembre de 1944, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, en un voto de 6 a 3, llegó a la misma conclusión. Un dictamen inmoral que dio legitimidad a la Orden Ejecutiva 9066 que había establecido la detención sin derecho a un juicio y el encierro en campos de concentración de inmigrantes y ciudadanos estadounidenses de descendencia japonesa. Una aberración racista, como se reconocería más tarde, que violaba sus derechos constitucionales.
Reconocimiento
En 1976, el presidente Gerald Ford pidió disculpas a la comunidad japonesa y en la década de 1980 se adjudicaron $1,200 millones para indemnizar a los afectados.
El acto desafiante de Korematsu, en esa primavera de 1942 cuando la nación se encontraba en medio de un conflicto mundial que despertaba intensas pasiones, se transformó en un ejemplo de cómo ante la injusticia siempre hay aquellos que con claridad histórica muestran el camino de la decencia.
El presidente Bill Clinton, en 1998, comparándolo con otros grandes como Homer Plessy, Linda Brown y Rosa Parks que definieron momentos cruciales en la lucha por derechos civiles, condecoró a Korematsu con el más alto prestigio que otorga la nación, la Medalla de la Libertad. Y en 2010, el gobernador de California Arnold Schwarzenegger estableció el 30 de enero como el Día Fred Korematsu de los Derechos Civiles y la Constitución.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.