En el estado más poblado del país más poderoso del mundo, los latinos se convierten, a partir de este mes en el grupo demográfico más importante. Quienes aquí se identifican como hispanos o latinos serán a partir de ahora el 39 por ciento de los 38.3 millones de habitantes del estado dorado, superando a los llamados blancos no hispanos, con el 38.8 por ciento. Lo llaman el gigante latino.
El momento histórico había sido anunciado en enero por el instituto PEW Hispanic, que a su vez, se basaba en las proyecciones de quienes crearon el presupuesto estatal para 2014 y que establecieron:
“La distribución racial de la población de California sigue transormándose, y en marzo de 2014, la población latina superará a la de blancos no hispanos para convertirse en el grupo étnico o racial más grande del estado.”
El cambio, agregaron, sucedió siete meses antes de lo considerado inicialmente, principalmente por una tasa de natalidad más baja de lo anticipado entre los hispanos.
En cuanto a los otros grupos, los asiáticos constituyen un 13 por ciento, afroamericanos 5.8 por ciento, nativoamericanos menos del 1 por ciento y personas pertenecientes a varios grupos, 2.6 por ciento.
Este parteaguas que daría lugar al gigante latino se había pronosticado en el pasado, no una sino repetidas veces, siempre como si fuese un tema de ciencia ficción política. Como si el momento en que los latinos se convertirían en el grupo más importante de California era algún punto negro, pequeño, distante, en el horizonte, pero que prometía portentos.
En el año 2000, de los 33.9 millones de residentes, dice Mark Hugo López del PEW, 46.6 por ciento eran blancos, 32.3 por ciento latinos. Diez años antes, los blancos eran 57.4 por ciento y los hispanos 25.4.
El aumento es veloz, implacable.
Pero, ¿qué significa este número? ¿Qué importancia tiene? ¿En qué beneficia a la población latina del estado y del país?
Por lo que se ve, no en mucho.
Pese a los números, pese a la mayor cantidad de funcionarios latinos electos, éstos no han podido llevar a una reforma migratoria, que se legalice a los indocumentados, que se acepte una vía para la ciudadanía y la integración al país de esta población.
Ni siquiera, hasta ahora, han podido influir en la administración del presidente Obama para que disminuya el ritmo de deportaciones, que bajo su gobierno han llegado a un récord histórico de casi dos millones. Un reciente cambio – Obama pidió a sus funcionarios que consideren dentro de las leyes disminuir las deportaciones – es un ejercicio de vacilación y doble sentido.
Los hispanos siguen siendo el grupo más azotado por la crisis económica, con mayores números de cesantía, pobreza, atraso en la educación, crimen…
En California, el 52 por ciento de los alumnos son latinos, y solo el 26 por ciento blancos. Los hispanos están rezagados. “Sus clases son más numerosas”, dice Associated Press, “las clases que se les ofrecen son más escasas, el financiamiento es menor”.
“Sólo el 33 por ciento de los estudiantes hispanos son competentes en lectura en tercer grado, en comparación con el 64 por ciento de los estudiantes blancos. En la escuela secundaria, uno de cada cuatro alumnos hispanos no puede pasar el examen de egreso de matemáticas, en comparación con 1 de cada 10 estudiantes blancos”.
Estadística tras estadística, la realidad es una sola.
El gigante latino se despertó, pero no tiene fuerza.
El logro de los números demuestra, no el poderío, sino la debilidad.
En las últimas elecciones nacionales – las presidenciales de noviembre de 2012 – los latinos fueron solamente el 8.4 por ciento de quienes votaron, a pesar de ser el 17.2 por ciento de la población. Solo la mitad – o menos – de los ciudadanos hispanos votan, comparado con ⅔ para los otros grupos.
Y como acota Rory Carroll en The Guardian, la mitad de ellos vive en Texas y en California, que no son estados clave sino profundamente demócrata uno y republicano el otro.
Texas podría ser el próximo estado donde los hispanos sean el principal grupo, ya que crceieron de 32 por ciento en 2000 (con 52.4 por ciento blancos) a 38.2 por ciento en 2012, contra 44.4 por ciento de los blancos.
Ésta es la raíz del problema: el fracaso de la reforma migratoria no comenzó en 2014, sino en 2006, cuando poco después de las mayores manifestaciones en la historia de Estados Unidos, cuando millones de inmigrantes salieron a las calles en demanda de respeto, sus líderes los regresaron a cuarteles, prometiendo que ellos iban a cabildear en Washington por la reforma.
Ocho años y muchos miles de cocktails y canapés después, la realidad es definida por el Washington Post así:
“El voto hispano es un gigante político dormido, que podría no despertar jamás”.
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