La mayoría de los latinoamericanos que durante la Segunda Guerra Mundial fueron arrestados por sus gobiernos y que terminaron en campos de concentración en los Estados Unidos eran del Perú.
Muchos estaban en listas preparadas de antemano y cuando los agentes llegaron a detenerlos, no tuvieron mucho tiempo para prepararse.
La traumática experiencia que ellos y sus familias vivieron en esos días de guerra quedó documentada en entrevistas realizadas por el Japanese Peruvian Oral History Project (JPOHP).
Rosa Miyoko Mishima de Sakata dice que la gente en esos días hablaba de la existencia de listas “negras”. Listas que se usaban para arrestar y deportar tanto a japoneses inmigrantes como a ciudadanos peruanos de ascendencia japonesa. Si bien muchos aceptaban pasivamente la situación, otros trataban de evitar la detención escondiéndose. Su padre fue arrestado y recuerda que estaba detenido en una cárcel esperando que lo deportaran con la incertidumbre de no saber cuál sería su destino final:
“Desde que comenzó la guerra, todo el mundo sabía que había peligro. … Había muchas personas en la lista negra… Algunos se escondieron y tuvieron la suerte de no ir. …
«Recuerdo que pusieron a la gente en una especie de prisión. No sé la palabra para llamarlo. Todos fueron llevados a ese lugar. …era como una cárcel. Pusieron allí a las personas que eligieron. Mi madre, mi hermana y yo llevábamos comida allí. Siempre llevábamos comida allí. Lo recuerdo claramente”.
“Bueno, le llevamos las cosas de mi padre. Nos dijo que no podrían quedarse y que se los llevarían a algún lugar; no dijo Estados Unidos, sino sólo algún lugar. Nos dijo que empaquetáramos sus cosas y regresáramos esa noche. Mi madre preparó todo. Bueno, como sabes, fueron unos trece grupos los que se llevaron de aquí en barco… Está escrito en mis notas, pero creo que unas 300 personas estaban con nosotros”.
Luis Kitsutani recuerda que cuando vinieron a buscar a su padre era “uno de los primeros que estaba en la lista”:
“Ingresaron a la casa, y veía que había un movimiento de soldados y policías, algo así recuerdo. Y un poco a la fuerza. Se veía que se lo iban llevando a mi padre fuera de casa, porque él estaba en cama, estaba un poco mal con la ciática, pero igual, no valió”.
Al cuñado de Lola Matsukawa de Monsalves, que tenía tres hijos y se había escondido para evitar ser detenido, lo vinieron a buscar varias veces. La familia vivía en total tensión.
“Cuando vinieron a mi casa los investigadores. Era una cosa horrible cuando llegaron ellos, nos gritaban: “¡Ustedes lo han escondido…!” Abrían las puertas, con qué desesperación, nosotras en un rincón paraditas… porque nunca habíamos visto una cosa así.”
“Era horrible… abrían las puertas… era una desesperación para nosotros, vivíamos asustados”.
Libia Hideko Yamamoto recuerda cuando se lo llevaron a su padre. No entendía muy bien a dónde iba, pero a pesar de su temprana edad sospechaba que este no era uno de esos viajes de negocios que su papá típicamente hacía. Y recuerda el camión, las lágrimas y las arengas y cantos de los detenidos que buscaban levantar el ánimo en ese momento tan triste:
“Era el 6 de enero de 1943, en la noche, que unos detectives vinieron a mi—a nuestra casa en la hacienda, en la Hacienda Tumán, y se llevaron a mi padre a la cárcel. Era tarde en la noche y me encontraba en la ciudad de Chiclayo. A la mañana siguiente, mi madre llegó a Chiclayo y había mucho alboroto y todos estaban muy ocupados preparando el almuerzo, preparando la comida. Y hubo mucho ruido alrededor y yo simplemente… estaba preguntando a todos qué estaba pasando, pero todos estaban tan ocupados… Y luego recuerdo cuando nos reunimos todos en una esquina, y aproximadamente veinte hombres fueron metidos en un camión, y nosotros nos despedíamos de ellos… y yo dije: “¿Adónde van?” Y nadie podía decirme. No sabíamos adónde los llevaban. Y mi padre siempre iba de viaje de negocios, así que estaba acostumbrado a verlo irse de viaje de negocios. Pero siempre esperé que volviera y él siempre regresaba en dos o tres días, a menudo con un pequeño obsequio. Pero esta vez no iba como si fuera a un viaje de negocios. Su vestimenta era totalmente diferente y todos los hombres iban en esta camioneta. Entonces, fue muy, muy diferente. Es muy inusual que él se vaya así. Y pregunté—pregunté: “¿Adónde van?” Y las madres estaban tratando de contener el llanto y recuerdo que [los hombres] subieron al camión, y antes de subirse al camión… una de las cosas que hacen los japoneses en… tiempo de victoria o en… aliento también, o también en época de celebración … [Ellos] dicen: “¡Banzai!” Y dicen: “¡Banzai!” y empezaron a cantar y se fueron. Las madres estaban, ya sabes, sollozando. Fue simplemente… y luego descubrí que no sabíamos adónde iba, ni si volveríamos a verlo alguna vez. Entonces realmente me impactó… Recuerdo muy bien ese día”.
Al padre de Mariko María Ishiara de Almarez le avisaron de que debía reportarse a las autoridades. Pero a pesar de la notificación, la familia tuvo muy poco tiempo para prepararse a partir. Todo fue tan rápido y en solo tres días ya estaban en el barco de transporte del Ejército. Se estima que fue probablemente el Acadia que partió hacia Estados Unidos el 4 de diciembre de 1942. La escuela, el barrio, los amigos, la casa, toda la propiedad acumulada a lo largo de los años con tanto trabajo quedaba atrás para siempre:
“La oficina de la ciudad o alguna otra agencia gubernamental lo llamó. Cuando entró, le dijeron que evacuara a su familia y los llevara a un lugar determinado en tres días. Fue como un rayo caído del cielo. … Tres días no fueron suficientes para disponer de nuestros bienes y retirar dinero. … Lo único que pudimos hacer fue empacar toda la ropa que pudimos en nuestros baúles y maletas».
Cuando recibieron la orden de presentarse a las autoridades para ser deportados algunos iban a la Embajada de España que se encargaba de los asuntos del Japón. Augusto Kague recuerda ese día cuando llegaron a Lima y fueron a la sede diplomática:
“Me acuerdo que fuimos con mi mamá, con todos los chicos a la embajada española… ahí cerca nomás en la Plaza San Martín, ahí estaba la embajada española. Entonces fuimos a la embajada española. Mi mamá se presentó con la carta, le dijeron que sí y nos vieron como estábamos, todos mal vestidos, algunos sin zapatos. Así habíamos viajado porque no teníamos nada, así que nos dijo: “Señora, cómprele ropa a sus hijos, aunque sea para que pueda viajar. Tenga para la comida, pero sí, mañana o pasado tiene que ir al Callao porque el barco sale temprano”. Y no conocíamos nada, así que cómo hacemos. “Coja el tranvía y se llega hasta la Plaza Grau en el Callao, de ahí entra al muelle y se presenta en tal sitio”. Y así lo hizo mi mamá sin conocer a nadie, sin que nadie nos guiara. Nos dejaron solos y así nos embarcamos”.
Y casi todos partían en barcos sin saber exactamente en donde terminarían. Otros quedaban atrás. Y las despedidas, llenas de incertidumbres, eran dolorosas. Luis Kitsutani recuerda las manos de sus abuelos en el aire despidiéndose para siempre:
“Y en el puerto del Callao, estuvimos en el barco y veía cada vez más distante a mis abuelos, levantando la mano diciendo adiós, y veía a mi madre llorando, porque ella sí sabía. Yo no comprendía qué es lo que estaba pasando en ese momento. Y la verdad es que ahora, que ya tengo más años, ahora comprendo que la dirección era otra, era ir al campo de concentración.”
Rosa Yoshimi de Nakao habla sobre sobre Chimbote, camiones y al esposo que se lo llevan:
“A él se lo llevaron el 6 de enero, después se fueron recogiendo en camión a Chimbote; de Chimbote, Trujillo, Chiclayo, así iban recogiendo y último llegaron a Talara; y de Talara lo embarcaron en barco y de ahí a camionada, porque en ese tiempo solamente eran solteros, hombres solteros, no iban familiares.”
Libia Hideko Yamamoto era solo una niña cuando la familia fue deportada. Recuerda las inspecciones de las autoridades migratorias al arribar a Estados Unidos, el baúl que traían con sus pocas pertenecías, una muñeca que trajo consigo y la desolación que sintió al llegar al campo de concentración donde pasaría los próximos años:
“Cuando llegamos a Nueva Orleans, ahí es donde desembarcamos. Recuerdo que tuvimos que… hacernos una inspección. Tuvimos que pasar por una inspección de nuestra propiedad personal y recuerdo que tuvimos que vigilar nuestra propiedad, nuestros baúles. No sé a dónde iba mi madre, pero, ya sabes, la mayoría de estas personas que estaban en el barco eran madres y niños. Y me dijeron que cuidara mi baúl. Mientras observaba a otras personas realizar su inspección, recuerdo haber visto cosas: estos inspectores sacaban cosas de sus maletas y baúles y las tiraban por la borda. Y recuerdo los cartones y las cosas flotando en el agua. Y tenía miedo de que el inspector me fuera a llevar—pude traer una cosa que me gustaba y que era una muñeca, y tenía miedo que me fuera a quitar la muñeca y la tirara por la borda, pero afortunadamente no”. “Bueno, yo sólo tenía siete años y medio y probablemente lo más importante para mí en ese momento era estar con mi familia. Creo que el simple hecho de estar con la familia ya era suficiente seguridad y la idea de que mi padre se uniría a nosotros”. “Pero recuerdo haber visto estas cabañas… [E]ra solo terreno desnudo y estas pequeñas cabañas alineadas y, en cierto modo, creo que mi corazón se hundió. Sabes, pensé: «Oh, vamos a vivir en este tipo de lugar». Y al principio pensamos que teníamos toda la cabaña… y luego descubrimos que solo teníamos un lado de la cabaña, que era una habitación grande. Y luego teníamos entre dos habitaciones, en una cabaña… un pequeño inodoro y un lavabo que… era la habitación que conectaba las dos. Teníamos que compartir eso. Y en cuanto a ducharnos y cosas así, teníamos que ir a los baños comunitarios, que eran compartidos por unas ochenta familias. Teníamos duchas allí (duchas abiertas) y teníamos [el] cuarto de lavado donde teníamos la bañera grande [para] poder lavar la ropa. También tenían estas tablas para fregar… pero ese era otro edificio completamente diferente. Y teníamos que hacerlo, es como caminar; para algunas personas, era como caminar una cuadra para llegar a la casa de baños. Para nosotros, estuvo un poco más cerca. Estábamos como a media cuadra de distancia. Pero entramos a esta habitación y vimos los catres allí, y fue, ya sabes, una decepción, supongo. No sé qué esperaba, pero ciertamente no era el tipo de sustento que teníamos en Perú”.
Asunción Sakoda recuerda cuando su padre vino a despedirse. Era unos días antes de Navidad cuando todos hablan de esperanza. Sin duda fue la despedida más significativa de su vida porque, aunque no lo supiera en ese momento, era la última vez que vería a su padre:
“Mi papá ha sido el año 41, casi ya a fin de año que se vino a despedir de nosotros. Más o menos en el mes de diciembre, así. Claro sentíamos mucha pena, y ahí se nos salían las lágrimas, llorisqueando, y ya ahí no lo vimos más…”
“(L)o único que él nos dijo, pues es que ya se iba y que iba a ser bien difícil volvernos a ver. Es todo lo que nos dijo y se despidió. Nos abrazó, como siempre que nos hacía cariños y nada más. “Va a ser difícil que nos veamos no sé si nos volveremos a ver”. Nos dijo así, nada más».
«Y ahí mi papá nunca nos escribió, nunca supimos de él. Ni la fecha en que murió, ni adónde se fue. Nada. Nada totalmente”.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.
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