Una diferencia entre los precandidatos a presidente, y que no es la edad, que es muy similar, es el tipo de lagunas mentales que se les acredita.
Mientras uno sigue compitiendo con Obama o intercambia a Pelosi con Haley, el otro cruza nombres de presidentes o el subconsciente le gasta una mala pasada. Hablando del avance de Israel hacia el sur de Gaza, se le escapó un “nuestra operación en Rafah”.
La gerontología y la sicolingüística no avalan desde la ciencia que haya nada inhabilitante en todo lo anterior. Quede claro que en lo que sigue, las ideas políticas de cada cual no entran en discusión, tampoco la alarmante falta de sangre joven en la carrera presidencial. Todo indica que vamos hacia una repetición del guion de las pasadas elecciones.
Visto lo visto, el reciente anuncio propagandístico republicano de situar al presidente Joe Biden en una Casa Blanca reconvertida en residencia de ancianos tiene un firme propósito: descalificarle para el puesto. Tiene hasta un reclamo publicitario: “Donde los pacientes se sienten presidentes”. Desgraciadamente para Trump, la edad invalida tanto –tan poco– al presidente como ponerse pelo “estético”. La edad no impide gobernar. La memoria, tampoco es excusa. Y si alguien cree que hacerse un tratamiento hormonal mejora la memoria, que lo cubra la Seguridad Social.
La educación de la memoria y los orangutanes
¿Quién no ha recitado la lista de los presidentes del país respectivo? Hasta quizás recuerden que había campeonatos de catecismo para coronar campeón a quién se lo supiera “más de memoria”. Nunca “sabérselo mejor”.
Cuando lo memorizado no eran los profetas menores o los hijos de Jacob se aprendían poesías románticas de piratas. Nos lo vendían como bagaje y justificación de años escolares.
Poco ha cambiado hoy el mundo: las nuevas generaciones se aprenden los incontables personajes de un videojuego japonés o la lista de héroes de tebeo antiguo, que hoy llaman vintage.
El concepto de “cultivar la memoria”, en cualquier caso, es una mentira piadosa, cuando de lo que se trata es de cultivar el acceso al conocimiento.
Se olvida también a menudo que estas memorizaciones se practicaban y practican a una edad en la que el natural crecimiento infantil hace prácticamente superfluo el esfuerzo. Los adultos ya están en otra etapa. Cuando ataca el Alzhéimer o llega la demencia senil, lo que se necesita practicar es distinto. Se trata de no perder la memoria, vulgarmente: no perder la cabeza.
Otra cosa es la desmemoria, que consiste en esforzarse por no recordar el pasado, o ensombrecerlo de tal forma que no te haga sentir mal ni te duela. Conmemorar es todo lo contrario: mantener la memoria viva.
Bajo condiciones normales las palabras no se pierden nunca. Rescatamos del refranero lo de “lo tengo en la punta de la lengua”. Creemos inocentemente que la lengua es trasmisora de la memoria al exterior.
Aprender a dar rodeos o hacer circunlocuciones es una capacidad humana innata que mecanizamos desde pequeños para no tener que recordarlo todo, en todo momento y al mismo tiempo. Caso de no ser así, podríamos llegar a repetir la misma conversación sin cambio alguno. Nunca hallaremos, como es fácil predecir, diccionarios de conversaciones prefabricadas “para usar palabra por palabra”.
Sabemos que con la edad se puede perder espontaneidad y reflejos. Es parecido a la pérdida de velocidad al correr, o de elasticidad al hacer estiramientos. Pero nunca se acaba la movilidad. Igual ocurre con la vista y el oído. Una corrección a tiempo basta. Los exámenes médicos anuales se aplican a los presidentes de Estados Unidos también.
En todo caso, se podría exigir un examen médico a los candidatos a presidente igual que se les exige a los deportistas que se va a contratar en un equipo deportivo. Pero proponer un tope de edad es un prejuicio contra la vejez por parte de los menos maduros.
Los orangutanes tienen mejor memoria que los humanos. Los programas de televisión de ciencias nos lo demuestran (New Scientists, Primate Research Institute of Kyoto University, 2007). Es de sobra conocida también la memoria portentosa de los elefantes. De momento, por si se les ha pasado por la cabeza, confirmamos que no veremos orangutanes entre los candidatos a la Casa Blanca. Tampoco elefantes, que por tradición quedan relegados a la simbología de partido. Los burros también, que conste.
Acciones presidenciales que no veremos
¿Va un presidente a tomar el Air Force One (o avión presidencial) equivocado? No. Tampoco esperamos que aparezca un presidente (o presidenta) con los pantalones puestos del revés en público. Si hubiera el más mínimo atisbo de que esto pudiera ocurrir ya hay un equipo de asistentes, entre ellos médicos, que inhabilitarían al jefe del estado de inmediato.
Ha habido casos conocidos en los que el presidente tuvo un ictus (W. Wilson, 1919) o en que se produjo un estado declarado de Alzheimer (carta de R. Reagan de nov. 5, 1994). Curiosamente y según cuentan, el que Reagan dijera al aterrizar en Gran Bretaña en los ochenta “que iba a ver al rey”, cuando visitaba a una “reina”, no se relaciona con memoria, sino con tener interiorizado un momento histórico en el que la mayoría de los países los dirigían hombres. No fue un lapsus de memoria.
Confusiones de memoria son habituales desde temprana edad. Ninguna explicación médica indica que vejez y memoria formen un tándem inseparable. Más falso aún es asociar memoria con conocimiento. Hay que quejarse menos de la memoria y más de la pobreza de juicio.
Más peligroso sería que los candidatos, una vez llegados a la presidencia, se encerraran a consultar con una IA sobre qué hacer en una situación comprometida, o pasar a depender de una IA para gobernar. Quizás ahora los precandidatos estén preguntándole a su IA de cabecera qué hacer para batir al futuro contrincante en las urnas. Antiguamente se recurría al oráculo, a la bola de cristal, o te echaban las cartas. Para el común de los mortales se circunscribe a consultar con la almohada.
Ya se escribió hace años sobre los llamados bushismos, nombrados así por los deslices del presidente Bush Jr. Lo importante de ellos, concluíamos, era que proporcionaban información sobre cómo funciona el cerebro humano. Que sepamos, a causa de ellos no peligró en ningún momento la gestión del país.
Las decisiones maquiavélicas, en cambio, son otra cosa, pues siempre son y están bien meditadas. Inventar el pretexto de las armas de destrucción masiva como ocurrió en la guerra de Irak no puede ser producto de una laguna en la memoria, sino de todo lo contrario. Añadamos para tranquilizar a los aprensivos de la edad, que los traspiés físicos de Biden no afectan a sus neuronas ni ponen al país en peligro de caída libre.
Después de ver a Trump sugerir en su pasada presidencia que un desinfectante o limpiador de cocina podría aplicarse directamente en los pulmones contra el COVID se puede concluir con absoluta seguridad que este tipo de recomendaciones no son consecuencia de un problema de memoria. Es otro nivel.
Cuando observamos la agenda diaria de un presidente, llama la atención la cantidad de actividades que desarrolla en un solo día y sin que aparentemente se le crucen los cables. Es digno de encomio.
Para terminar, hay que decir que tampoco hay una edad en la que por falta de memoria se le impida votar al ciudadano. Conviene recordarlo.