Domingo Faustino, ¿por qué elegiste la civilización, si estábamos tan bien con la barbarie? Así cuenta el chiste Inodoro Pereyra, el personaje gaucho del argentino Roberto Fontanarrosa, que hace parodia al “Facundo, Civilización o Barbarie”, libro de Domingo Faustino Sarmiento que describe el proyecto conservador en latinoamérica.
Conservador, pero no solamente de derecha. Porque una buena parte de la izquierda es como Tintín. El personaje de las historietas de Hergé, que se paseaba por el mundo haciendo la justicia y el bien para indios, chinos o mestizos. En Latinoamérica hay una poderosa izquierda que es así, “Tintinesca”. Que ve a los bárbaros como buenos, o como potencialmente buenos, pero solo si son iluminados por alguna poderosa razón civilizatoria. La de ellos.
Hace poco, un destacado comentarista del Partido Socialista de Chile y miembro del servicio electoral, celebraba no la elección de la doctora Elisa Loncón Antileo como Presidenta la Convención Constituyente, encargada de redactar la nueva constitución, sino que la del vicepresidente Jaime Bessa, porque, en sus palabras: alguien podía dudar que iba a ser él el que le diera racionalidad a esa mesa.
Porque claro, que Loncón sea profesora, lingüista y doctora por una de las mejores universidades del mundo (la Universidad de Leiden en Holanda) no es suficiente. La razón la pone en la mesa el hombre, hetero, blanco, de escuela y universidad privada. No la mujer, indígena, de escuela municipal y universidad pública.
La “izquierda Tintín” necesita ser héroe y razón de eso bárbaro. Por eso desprecia o desconfía de los gobiernos y proyectos populares. Primero porque son populares, y no se pueden mirar en el espejo de lo popular sin ver reflejados sus méritos como privilegios de clase. Por otro lado, porque los proyectos populares comenzaron con momentos fundacionales que transformaron las antiguas democracias pigmentocráticas o de unos pocos, en democracias barrocas y en instituciones adaptadas para gobernar desde los territorios.
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Eso los saca de quicio. Les revuelve la teoría, los indicadores y los rankings de “buenas democracias”. Pero sobre todo les sabotea la chamba de representarlos en las instituciones de la democracia. Pero si el siglo XX fue el de la libertad y la equidad, este siglo será el de la diversidad. Las personas, no solamente quieren ser libres e iguales, quieren ser también dignas. Legítimas en su diferencia.
Para eso las democracias deberán adaptarse a que eso bárbaro las transformen. Ahí donde los Estados ven solamente sus propias distinciones -hombres, mujeres, niños, urbanos, rurales, etc.- las personas exigen diferenciarse y reconocerse.
La izquierda debe también por eso, adaptarse. Asumir que parte de su rol será promover las candidaturas de eso diverso. De lo bárbaro. Asumir que deben ser políticamente prescindibles, porque la gente hoy está bregando por su identidad y su independencia. Nadar a contracorriente de eso diverso, de eso bárbaro, de eso barroco que está floreciendo en todas nuestras democracias, servirá para desestabilizar gobiernos y poner palos en las ruedas de un destino que llegará sí o sí, el de la democracia de todes.