Me veo en el espejo y me burlo de mis años.
Detrás de esos párpados que ya empiezan a caer descubro la mirada pícara de una niña que no me abandona en la perversa madurez. Le -me- sonrío y se me arruga hasta el pensamiento; suelto la carcajada. Qué jodido es esto de la gravedad, pienso mientras me peino intentando disimular esos espacios en los que ya no crece nada.
Vuelvo a reír mientras hago un inventario de mi desnudez: los lunares, los rollos en mi cintura, los muslos aún firmes, las cicatrices en las rodillas y esas uñas a las que les urge una pedicura. Todavía aguanto, me conforto.
¿Aguanto para qué?
Esa pregunta desencadena una conversación difícil conmigo misma. Me descubrí mujer desde muy pequeña. No fue nada sexual ni una revelación de género o una intensa batalla contra los estereotipos. Fue tan natural como nacer y crecer. Encontré el hilo de ese fuego que nos hierve por dentro desde el vientre, como una fuerza que se nos escapa en miradas y palabras, en balbuceos, carcajadas y gemidos, y lo jalé. Desde entonces lo tenso y lo suelto a capricho y voluntad.
Me escribí una historia con más colores que el rosa, con el drama de la pubertad y las hormonas de la procreación; una vida de más extremos que grises, con inyecciones de cuentos y magia, con crisis existenciales y una pasión que se me desborda en todo, con ganas de creer en el destino y a veces escapar de mis realidades… como nos pasa a todas.
Soy tan ordinaria que quizá eso es lo que me hace sentir especial. Cómo me parezco a mi madre, carajo.
Mujeres ante todo
Las mujeres somos seres de contraste, nos moldean nuestras sombras, nuestros silencios, nuestros demonios… somos vulnerables a todo, tanto y más al amor.
Después intento definirme en lo mucho que hago, soy y quiero ser. Empiezo la mamografía de mis facetas con la de madre, la de periodista, la esposa, la amiga, la confidente, la podcastera, la escritora, la hija, la emprendedora, la migrante, la, la, la… tantos la. Y caigo en cuenta de que antes de nada… primero mujer.
Soy mujer por una fuerza que brota de un vientre que todavía sangra. Y sí, todavía aguanto, porque este cuerpo se mueve, gesta, piensa, crea, escucha y vibra; aguanto, porque me queda mucha fe; aguanto, porque respiro, porque nadie me ha matado. Aguanto, porque estoy, porque no me han desaparecido; aguanto, porque escribo, porque esta es mi lucha. Y aguanto también por ellas, las otras, pero en especial por ella, mi niña.