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No recuerdo haber alcanzado a tener un atlas actualizado en mi vida. La distribución geopolítica mundial siempre ha variado más rápido que mis visitas a las librerías. Incluso las librerías se han visto en continuos aprietos con tanto stock obsoleto. Sin embargo, hay algo de romántico en abrir mis polvorientos atlas y volver a ver los dibujos de países ya inexistentes. En mi escritorio subsiste la enorme Unión Soviética con su cortina de hierro intacta. Persiste la gran Yugoslavia de Tito, la pequeña Checoslovaquia descrita por Kundera y la sombría Alemania Democrática controlada por la Stasi.
Hoy el mundo ha sido redibujado y mis atlas desconocen a Croacia, a Serbia, a Montenegro, a Bosnia y Herzegovina, a Kazajstán, a Uzbekistán, a Bielorrusia, Ucrania, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Eslovaquia, Moldavia, a Timor Oriental o a un Sudán dividido. Hoy como ayer, mis atlas pecan de ignorancia. La inquietud de los hombres les ganó la partida.
Si compro un texto actualizado quizás me sirva poco tiempo, porque las Coreas volverán a unirse tarde o temprano, Libia se está desangrando entre fezzanios, tripolitanios y cirenaicos, y la región de Cachemira probablemente cambiará de dueño.
Originalmente publicado en: Cuadernos de la Ira.