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La otra isla: transculturación y futuridad en Cuba

Chícharos acabaditos de colar: el cataclismo del café cubano

Tercera y última parte de: «El ser diverso»

Venimos —repetimos— de los españoles; europeos que nunca dejaron de inventar sus propios sueños (1). La imaginación de Colón y muchos de sus seguidores fue la de descubrir un continente; un paraíso terrenal, el oro, las amazonas y el cuerno de la abundancia, entre tantos sueños. Recordemos también la leyenda de El Dorado. Pero la imaginación europea venía confundida; estaba permeada por los mitos y los deseos de esos mitos; por ejemplo, intentaban y creían hallar cosas de las que había hablado Marco Polo; ciudades flotantes con palacios rodeados de jardines y canales (Tenochtitlan, en México, fue creída una ciudad china); por otra parte, se dio la creencia en las amazonas, mujeres guerreras que conquistaban territorios y podían querer dominar a los españoles. Este mito venía de Grecia y los conquistadores lo grabaron en su psiquis para transportarlo a América. Hay infinidad de ejemplos de lo que fue la imaginación europea de la conquista, que después siguió en la colonia. Pero lo que interesa resaltar aquí es que la imaginación de los aborígenes era ingenuamente pasiva, digamos, ante la de los conquistadores, a quienes veían, en mucho, como dioses o semidioses y los ligaban, de alguna forma, a las posibilidades proféticas de sus mismas creencias.

Mientras, los conquistadores traían una imaginación activa y antagónica en relación con los seres que se proponían conquistar, puesto que daban por hecho lo que iban a encontrar, y cuando la realidad objetiva no encajaba con su previa imaginación, entonces de alguna forma adaptaban la realidad concreta a su imaginario, deformándola al transformar el entorno y los seres nativos, según sus criterios preestablecidos. Es decir, fue una imaginación impuesta, ya que los aborígenes tenían la suya. Pero en el caso del cubano, es un fenómeno diferente, porque debido a la mezcla con el negro también la imaginación europea (hago notar, por ejemplo, la simbología y el sentido católico) quedó, de cierta forma, subsumida (para no decir, sometida) a la imaginación de los esclavos; de ahí el sincretismo.

En definitiva, la imaginación del cubano se hizo mucho más abarcadora y amplia que la del mismo conquistador y el colonizador. Lo que hace que en una época de su historia (señalamos la década de los años 50, ya en el siglo XX) la imaginación del cubano conquistara a la del europeo: engatusándolo, incluso hasta hechizándolo no sólo desde una perspectiva erótica, sino además armónica y activamente burlesca. Recordemos el negrito y el gallego, en el que el sentido de la burla jugaba un papel de interrelación afectiva.

Por lo que también es importante la imaginación del negro con sus dioses. Los negros esclavos no tuvieron mucho más para hacer que imaginar, sino creer en el mundo de Yemayá, de Obatalá, de Changó, de los remotos ancestros, un mundo imaginal, al que se acercaron mediante el sincretismo. ¡Qué remedio! Pero a nosotros, ciertamente, nos valió de mucho; como además nos valió la posibilidad del misterio que nos vino con los asiáticos, y cierta sonoridad sorpresiva, en alguna medida, claro, pero ahí está, como esa trompeta china, larga, estrecha y chillona que a la distancia se escucha clamar por encima de los tambores de la conga. En resumen, las imaginaciones se mezclan, se superponen y surge así una imaginación otra enriquecida.

Venimos, por tanto, de unas coordenadas secretas del tiempo y del espacio, convergencia que fue, alguna vez, el punto de partida para algo, que es lo que hoy somos. Digamos, el resorte de un big bang, la primera explosión de nosotros mismos, cuando sólo atinábamos a ser un balbuceo de Dios, un dejar caer posible, o un susto divino lanzado al azar. Venimos del origen del Todo, como un fragmento. Ah, pero eso sí… muchas veces no hemos sido capaces de reconocerlo…quiero decir, ¡eso de que tenemos sombras además de luces!… ¡Ah, pero sí, lo reconocemos!… Entonces… vamos a seguir hablando de las sombras.

Insisto en que nos pensamos diferentes… (¿Y no lo somos? Y eso es normal: todos somos diferentes y somos)… diferentes por haber nacido en esa Isla (“¡Qué culpa tengo yo de haber nacido en Cuba!”, dice la canción de Albita) y traer —por causa ancestral— una mentalidad innata de continente, de mundo (2), vaya, de Tierra Firme. No por gusto al Almirante se le ocurrió pensar que éramos las Indias (West Indies), Cipango, las Indias Occidentales… El caso es que el español nos legó el deseo de ser un continente. Ya se ha dicho que cuando nos descubrieron pensaban en la vastedad de Tierra Firme. Pero más tarde el sueño se amplió con la mentalidad mágica de los esclavos. Entró el cosmos a cubrir los rincones de nuestro pensamiento y el ojo de la imaginación tomó el acierto de que podíamos estar en todas partes.

La creación que proyecta el cubano no es hacia lo local, no, sino que siempre apunta hacia el horizonte. De ahí que hayamos podido trascender en las artes, en las letras, en el deporte y, hasta para lo negativo, en la política. Para mal, y ojalá que algún día para bien también, con nuestro ímpetu hemos estremecido el mundo. Por otra parte, nuestra propia historia de exilios y emigraciones nos ha lanzado a conocer el planeta y asimismo ha ayudado a crear nuestra aspiración a lo universal. No ha habido (no hay) un cubano que no sueñe con viajar… Quiera Dios que algún día, nuestra Isla no sea más que un punto de partida para infinitos viajes con retornos.

…Pero no, ¿cómo es posible?, si hay otras islas en las mismas coordenadas, ¿alrededor de siete mil, dicen?… Bueno, ¿y qué rayos nos importa que hayan otras siete mil islas?, diríamos, y he ahí otro de los problemas: somos como el chiquitito ombligo del mundo, pero en verdad siempre rectificamos y nos damos cuenta de que el mundo es estrecho y no muy ajeno, y que siempre aprendemos de los demás, y nos damos y hasta nos entregamos… pero seguimos creyéndonos distintos.

Ahora bien, si algo hay que decir de la diferencia, con las otras islas o con el mundo, repito, es que pensamos que en Cuba la mezcla se hizo fuerte entre españoles y africanos, mucho más que en las demás islas del Caribe, o donde quiera que hubo españoles y negros, y también de que la Isla, nuestra Isla, se llenó de muchas otras razas que la han vivido. Como que de alguna manera, el mulato se impuso y convivió con el blanco y con el negro, pero también de alguna manera la mulatez (permítaseme el término para no decir populacheramente “mulañez”) se infiltró en el blanco de aspecto bien blanco y en el negro de aspecto bien negro; aunque no todos en la Isla, a través de los años, han tenido ni tienen la mulatez corriendo por las venas, aunque en mucho podría fluir por influencia cultural. Por otra parte, hay que decir que, en algunas etapas históricas, el mulato como que pudo ser un estorbo, una alteración problemática, pero con los años el mulato cubano se consolidó como un tipo biológico y social definido, aceptándosele e incluso ensalzando sus virtudes.

En algún momento de la historia, el mulato —que de perfecto no tiene nada y que de alguna manera se acerca a la contradicción— tuvo que vivir indecisiones, sus dudas ontológicas, padeció su complejo de inferioridad, hasta que pasó de lo trágico del no-ser a la feliz sensación del reconocimiento del sí-ser, y esto cuando el exotismo empezó a destacarse en las vertientes del comercialismo y del espectáculo; probablemente para algunos promotores de nuestra identidad el mulato inspiró el sentido de ser, o el sentido de vérsele oportunistamente ante el turista extranjero como si el mulato fuera el ser cubano, en especial ante el estadounidense y el europeo.

Así se constituyó en un estereotipo, una supuesta representación de nuestra nacionalidad. ¿El cubano mulato podría ser nuestra propia sangre corriendo por las venas, aunque rubio, achinado o negro? No, claro que no. Pero el mulato para los blancos y los negros supone la posibilidad de una influencia. De hecho, podríamos reconocer que el mulato le otorga fineza al negro y elasticidad al blanco, cuando está biológicamente en ellos, y es cierto que puede estar infiltrado en algunos, vive en algunos, pero no se halla en otros muchos… El mulato, visto como un estereotipo, podría creerse una de las representaciones humanas de nuestra esencia, ya lo dije, no obstante, por ser estereotipo no puede decirse que todos tengamos de mulato, puesto que en unos y en otros también podríamos ser un poco achinados (3) y de otras tantas razas. Y eso consta, ¿verdad?; quiero decir, lo de otras tantas razas.

Transculturación y futuridad (4)

El sentido de futuridad en el cubano venía enraizado en los deseos de vivir a como dé lugar. Es una latencia de vida que gravitaba en lo sensual y en ese constante vivero y hervidero sanguíneo que corría por sus venas. Origen, pasado (historia) y sentido de lo porvenir. Era siempre el deseo de sorprender al mundo con algo nuevo; su creatividad constante; su amor por existir en cualquier circunstancia. La sensualidad se convertía en pasión, pero la inteligencia también se hacía pasión. Ah, pero la pasión entonces no era locura, no era desgaste ni banalidad, sino empresa de vida; no era lujuria, sino re-creación y desbordamiento de las potencialidades naturales del sexo. La pasión estaba centrada así por las fuerzas de una cordura existencial que, quizás, se diferenciaba de otras culturas porque era una cordura con pasión y viceversa…

La cubanidad era vida hacia adelante, porque se venía haciendo del origen, ya comentado, del ser cubano, pasando por la historia y reconstruyéndose en algo nuevo siempre. La cubanidad era antropología e historia porque se forjó de diferentes transculturaciones (negaciones y afirmaciones, desgarramientos, umbral, mestizaje, término medio y mulatez, y este conjunto es un modelo esencial de lo porvenir), primero en los asombrosos encontronazos de distintas culturas; y luego, poco a poco, en la fusión: las etapas de guerras y persuasiones, de prejuicios y comprensiones. Pero la cubanidad también era “nascencia de un sentido de futuridad” (Portuondo) porque se rehacía, se reconstruía, como ya he dicho, en una tercera progenie hacia adelante, como una vertical de la espiral… El ansia de vida en el cubano descollaba por la fortaleza de las razas originarias que se fundieron en la segunda etapa de su primigenio proceso histórico, cuando al primer español se le ocurrió pasar la noche con una de sus negras esclavas.

La transculturación es la espiral misma hacia adelante y la futuridad es el eje de esa espiral del ser cubano. Si las tantas culturas que se vinieron instalando en Cuba hasta el presente imponían una aculturación con su consecuente desculturación (Ortiz.- transculturación), el cubano, en formación, de hecho ha venido ganando y perdiendo aspectos de vida (costumbres, tradiciones, formas de habla, etc.) y hasta maneras de pensar. Por esta razón, nos damos cuenta de que el cubano cambia. Se crean variaciones en los hábitos de vida y pensamiento. Pero quiero aclarar que incluso así, en el cubano muchos hábitos han permanecido por años porque se incrustaron en su memoria histórica, lo que tampoco quiere decir que otros pocos aspectos culturales no dejen de variar, pero quiero significar también que gracias a esa memoria histórica, el cubano puede tener un mecanismo de recuperación, en el que de nuevo logre incorporar lo perdido, y que le fue positivo. Por ejemplo, a partir de 1959, en Cuba unas cuantas tradiciones y costumbres fueron languideciendo, unas, y otras suprimidas por el Gobierno en la medida que arreciaba el proceso dictatorial.

Entre las suprimidas, tenemos la Navidad y la fe religiosa, principalmente la católica y la sincrética, que fue prohibida y silenciada por la administración marxista de Fidel Castro (FC), ya que la religión atentaba contra la institucionalización y difusión del ateísmo. Muchos, miles y hasta millones se convirtieron al ateísmo; o peor, dijeron ser ateos. Se sabe también que muchos mentimos, posiblemente la mayoría, por miedo a la represión. Otros cientos o miles guardaron las creencias para entrar en el Partido Comunista, y así poder vivir y hasta sobrevivir mejor, viajar y tener acceso a un mejor nivel profesional. Pero también hubo miles que se lo creyeron; quiero decir, eso del marxismo y el ateísmo. Sin embargo, en un momento ya tardío del proceso dictatorial, hubo un viraje de Castro, que por estrategia política invitó al difunto Papa Juan Pablo II a que visitara Cuba. Fue entonces cuando, en un gesto de inteligente hipocresía, el dictador concedió que el día 25 de diciembre fuera feriado. Y de inmediato la Navidad comenzó a difundirse. Los mayores la recordaban y los jóvenes la encontraron atractiva y convincente en una búsqueda de Dios. Pero estoy seguro que no fue un resurgimiento de la fe, como tal, sino el surgimiento de un mecanismo psicológico (muy político en el fondo: por irle de manera contraria al sistema); pero también un recurso de búsqueda espiritual, de la que tan falto estuvo el cubano durante muchísimos años.

El símbolo de la cruz, los rosarios y la Biblia comenzaron así a tener sentido. Con la perspectiva de una nueva fe de la vieja fe católica se dio el renacimiento de uno de los elementos simbólicos —aparentemente perdidos— de la identidad cubana, como fue y es la Virgen de la Caridad del Cobre. Y no quiero decir que el pueblo cubano a partir de entonces se estuviera haciendo católico, no, ya creo que lo insinué; simplemente que la gente volvió a una de sus tradiciones: congeniar con la fe católica, por un lado, y, por otro, a participar y hasta convivir en los cultos de la santería y demás religiones afrocubanas.

Otros elementos que ya venían procesándose en el ámbito popular para el reconocimiento por el Gobierno eran los cultos sincréticos, entre los que tomó un auge sin precedentes el culto a San Lázaro. Hago la aclaración de que el Gobierno de la Isla siempre ha dicho que ha permitido la libertad de cultos, pero esto no ha sido así, aunque a las religiones afrocubanas las toleró desde un inicio y más tarde las aceptó mucho más que a la Iglesia Católica, porque incluso puede decirse que desde un principio se hizo de la vista gorda (lo que no quiere decir “permitir”) con los cultos sincréticos. Incluso, hoy en día —que sí está permitido—, el Gobierno da créditos a determinados babalaos, que pueden ser conocidos como oficialistas, así como a su regla de santería, por lo que estos sacerdotes sincréticos —desdiciendo de los propios principios de su religión, al hacerse cómplices del Gobierno— le cobran en dólares a extranjeros que van a Cuba a participar de los cultos y a hacerse santos.

Pero algo que sí se puede afirmar categóricamente es que desde que la Revolución se declaró marxista-leninista la palabra “Dios” estuvo prácticamente prohibida, y todo el que fuera a una iglesia católica o protestante, o a un templo masón o a un toque de santo, podía ser perfectamente visto como un desafecto al Gobierno, y se les mantenía vigilados, aunque paradójica y secretamente (un secreto a voces, como todo en Cuba) algunos altos dirigentes gubernamentales practicaran algún que otro culto afrocubano (En realidad, ¿cómo se ha podido entender esto?… Sin embargo, ha sido así). Hay que recordar, incluso, que en Cuba a los testigos de Jehová se les ha prohibido manifiestamente practicar su religión, y en muchos casos se les ha perseguido, injuriado, despreciado, discriminado y apresado. Muchos jóvenes de esta religión fueron enviados a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), un famoso campo de concentración donde se les encerraba junto a católicos y homosexuales.

Pero bien, lo que quiero resaltar en lo dicho anteriormente habla de que muchos no habían perdido los símbolos ancestrales y otros tantos, sencillamente, habían encontrado su memoria histórica18. Habría, por tanto, que hacer una suma de cuáles son los símbolos que se corresponden con la historia interracial e intercultural de los cubanos, como por ejemplo, la cruz, los tambores, el machete, la trompeta y los dragones chinos, los símbolos de los masones como el compás y la escuadra, entre otros. Y cómo esos símbolos, con la recuperación de algunas tradiciones, podrían volver a aparecer en Cuba, en función de una nueva energía.

[Este fragmento forma parte
del capítulo I del libro inédito:
Cuba, el ser diverso y la isla imaginada]

Notas

(1) En el contexto del afán de aventura de los europeos surge de forma inevitable la necesidad de hablar de cómo la imaginación de ese conquistador encontró una imaginación otra contraria a sus propios sueños.

(2) La mentalidad de ser mundo es algo que me atrevo a suponer se dio debido a que hubo una herencia de imaginación que creó una simbiosis mental muy particular.

(3) Para una información rápida, pero interesante véase este tópico de “el chino cubano” o también bajo el título de “Chinese Cuban”, en Wikipedia, The Free Encyclopedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Chinese_Cuban.

(4) Hay algunas consideraciones sobre la transculturación de Fernando Ortiz, de la profesora y ensayista cubana  Gladys Leandra Portuondo Pajón, que nos hablan sobre la posibilidad de una cubanidad vital:

La cubanidad se cifra en origen, en ancestrales tradiciones e historias trasplantadas al nuevo ser que la constituye en el remolino de las transculturaciones, en que se funden civilizaciones y se torna sospechosa toda fijación. Pues la transculturación, imagen de la cubanidad para Fernando Ortiz, conjuga la representación integradora del pasado con la intuición de la nascencia de un sentido  de futuridad.

[Gladys L. Portuondo: “La transculturación en Fernando Ortiz: imagen, concepto, contexto”, en la revista Cuba Nuestra Digital, Suecia, 18 de octubre de 2007].

(5) Aquí me refiero a la memoria histórica desde una perspectiva psicosocial nada más y no pretendo entrar en el asunto, complejísimo para este trabajo, del concepto historiográfico de Pierre Nora y Jacques Le Goff sobre la llamada nueva historia, o historia de las mentalidades; o sea, de las representaciones colectivas y de las estructuras mentales de las sociedades. En todo caso, con “memoria histórica” infiero una posibilidad para entrar en relación con Carl Gustavo Jung y su subconsciente colectivo.
Jung, entre tantas cosas, acercó el mandala hindú a Occidente, y permitió conocer que con él representamos todo nuestro ser, consciente o inconscientemente, porque “el mandala”, según él, “es un arte de energía que nos ayuda a desarrollarnos y a conocer nuestro yo interior”. Búsquese en Google o Yahoo, por Carl Gustavo Jung.

Autor

  • Manuel Gayol

    Manuel Gayol Mecías Escritor y periodista cubano. Editor de la revista literaria online Palabra Abierta (http://palabrabierta.com). Graduado de licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana en 1979. Fue investigador literario del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas (1979-1989). Posteriormente trabajó como especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza, en La Habana, y además fue miembro del Consejo de redacción de la revista Vivarium, auspiciado por el Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana. Ha publicado trabajos críticos, cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas de su país y del extranjero, y también ha obtenido varios premios literarios, entre ellos, el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1992. En el año 2004 ganó el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano, de Nueva York, por El otro sueño de Sísifo. Trabajó como editor en la revista Contacto, en 1994 y 1995. Desde 1996 y hasta 2008 fue editor de estilo (Copy Editor), editor de cambios (Shift Editor) y coeditor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California. Actualmente, reside en la ciudad de Corona, California. OBRAS PUBLICADAS: Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995).

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